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Una ficción realista

futbol
Hace unos meses me propusieron escribir una breve historia en la revista del Valencia club de fútbol por la celebración del centenario. Querían un testimonio de mi relación con el fútbol, mostrando la opinión que tengo sobre él; o que contara alguna anécdota “interesante”.
Ahora me doy cuenta que si esta proposición hubiese llegado a mí, por medio de una llamada, en vez de por un correo electrónico, la habría rechazado de inmediato. Ya que nunca he visto un partido de fútbol y menos del valencia, (aunque esto pueda escandalizar a cualquier joven que se considere normal). Además no he jugado nunca a este deporte ni comprendo a fondo sus reglas. Pero al pensarlo, me di cuenta que era algo que llevaba tiempo buscando, era un reto.
He escrito sobre temas como el conflicto lingüístico valenciano, el feminismo, la legitimidad que tiene un autor sobre su obra o el monomito en la literatura universal. Pero nunca había tratado un tema que me era tan ajeno.
Es por esto que tras leerme la página de Wikipedia del valencia, descubrí que en las con peticiones futboleras hay un trasfondo ligeramente interesante y como ante todo soy una autor de ficción decidí crear una personaje que narrara su vida  y relación con este deporte en primera persona. El resultado lo tenéis a continuación:
Mi vida junto a ti
Toda historia tiene un principio, donde el héroe comienza sus andaduras, cuando un burgués adinerado se enamora de una doncella o cuando tu abuelo decide darte una sorpresa por tu cumpleaños.
Aquel día, en el que cumplí diez años por primera y última vez, transcurrió como otro cualquiera, en las familias humildes no éramos reacios a las fiestas, simplemente no podíamos celebrarlas porque papá tenía que levantarse muy pronto para trabajar en la panadería y mamá se fue de viaje hacía ya varios años y todavía no había podido volver.
Pero algo cambio la mundanidad de aquel día, mi abuelo, ese hombre mayor y diminuto, me traía mi regalo de cumpleaños, un pequeño trozo de papel. Pensé que tan solo era eso, así que disimule mi leve indiferencia con un fingidísimo salto de alegría, porque el regalo que realmente esperaba era una de sus cálidas sonrisas, las recuerdo perfectamente, son uno de mis mayores tesoros.
Con su carrasposa voz me explicó que no era un papel cualquiera, era una entrada para el próximo partido del Valencia y que debía estar preparado al día siguiente porque íbamos a salir a comer y luego al estadio. Aquella noche no pude ni dormir, el abuelo me iba a llevar al estadio del que tanto nos había hablado, donde jugaron leyendas como Antonio Puchades o la delantera eléctrica.
Cada vez que le pedía que me llevara recibía la misma replica: “Te llevare cuando seas mayor”. Y claro como ya había cumplido 10 añazos, estaba más que listo para conocer ese mundo. Al fin llegó la hora, me encontraba con mi mejor abrigo esperando a que mi abuelo abriese la puerta para llevarme con él. Así después de diez minutos asomó su calvorota. Al no contar con el don de la puntualidad, siempre teníamos que ir con prisas. Pero lo que más le caracterizó es que nunca alzó la voz, nunca grito ni se enfadó con nosotros, a pesar de tener todas las razones.
Recuerdo perfectamente el sabor de aquella comida, en aquel bar próximo al estadio, con toda esa gente alrededor que iba a ver lo mismo que nosotros, en aquel momento sentí que formaba parte de algo más grande. Al entrar en el estadio me vino a la mente un libro que tenía mi hermano sobre la historia de Roma, en una de sus páginas aparecía un gran coliseo donde luchaban los gladiadores.
 Llegamos a nuestro sitio y en el instante que tocamos los asientos la gente empezó a aplaudir a los jugadores que entraban en el césped, a lo que le siguieron 90 minutos de pura ambrosia. Puede que no recuerde el resultado de aquel partido, ni contra quienes jugamos, pero sé que fue el día en que me convertí en valencianista, una decisión que he mantenido con el tiempo ya que es muy fácil ser del Barcelona o Madrid, pero nosotros tenemos algo que nos hace diferente al resto. Cuando caemos no damos la espalda a los nuestros,  nosotros nos unimos y nos hacemos más fuertes.
No tenemos miedo al dolor de la bajada, ni a soñar con los mayores triunfos, porque cuando más alto se entonan los cánticos es después de derramar el llanto. Viviendo la ilusión por la victoria, la incertidumbre del resultado, la emoción por el partido, que nos acompañó durante todas las temporadas. Por mucho que otros clubs tuvieran plantillas de muchos más millones de pesetas, nuestros chicos fueron los mejores, no por sus coches de lujo, sino por dejarse la piel en cada partido.
Por todo eso y mucho más, el Valencia me ha acompañado a lo largo de mi vida, desde que me llevaba mi abuelo, a los amigos de la universidad, que nos hicimos inseparables al compartir la pasión por el fútbol. Llevé al estadio, en nuestra segunda cita a la chica más hermosa e increíble de toda la clase y tiempo después le pedí matrimonio tras un gol de Fernando.
Nos casamos, y tras 3 años de espera, ella me dio la mejor de las noticias, estaba embarazada. Tras los primeros minutos de shock, no pude hacer otra cosa que sonreír y a continuación llorar, que extraños somos los humanos, como dos emociones tan diferentes pueden provocar la misma reacción.
No sé si fue a la mañana siguiente o meses después cuando calculé que si el embarazo duraba 9 meses seguramente no coincidía con ningún partido importante. Pero claro, como siempre la vida no es exacta, y a veces ocurren casualidades improbables como que lleguemos a la semifinal marcando un gol en el último minuto y que Helena se pusiera de parto días antes del partido. Así que actuando de forma casi mecánica, cogimos la bolsa y nos dirigimos al hospital.
Después de 14 horas de esperas, angustia, euforia y desesperación me llamo la enfermera. Todo había salido bien, tenía un niño perfectamente sano y cabezón, como su padre. Cuando lo sostuve por primera vez entre mis manos mi mundo cambio por completo, habíamos conseguido crear algo maravilloso.
El día siguiente me pareció el episodio final de una serie donde reaparecían todos los personajes que habían salido puntualmente en ella. Mis padres trajeron a tíos y primos que no había visto desde la comunión y conocí a familiares de mi mujer de los que nunca había oído hablar, todo esto cuando creo que llevaba unas 72 horas sin dormir. Es por eso que mi suegra casi me obligó a pasar una noche en casa para dormir en una cama de verdad, cuando vio que mi metamorfosis en zombi empezaba a ser preocupante.
Saliendo por la puerta del hospital conecté de nuevo con la realidad, recordé que jugaba el Valencia y que si me daba prisa tal vez podría ver el final. Nunca pensé que faltaría a un partido tan importante, pero ese día levanté entre mis manos algo mucho más importante que una copa.
Me di toda la prisa que pude, fui más rápido que El Piojo López pero llegué en el último minuto del partido. No pude ver más que un par de regates, pero lo que vi perfectamente fue a mis amigos, juntos como siempre. En aquel instante comprendí que el futbol era una de las grandes pasiones de mi vida, pero sin la gente a la que quiero, nunca habría sido lo mismo. De los saltos de alegría de mi abuelo, a las cervezas que nos invitaba Vicente, pasando por los agudos y dulces gritos de mi mujer, a los estúpidos chistes de Juanvi. Puede que aquel día no ganáramos, pero yo ya tenía puestos los ojos en el mayor de los premios, llevar a mi hijo a los partidos.
Porque todos juntos hemos querido a este equipo y él nos ha querido a todos nosotros, sus aficionados. Es el equipo de nuestros padres, madres, tíos y abuelos, de aquellos que se fueron y de los que vinieron de lejos, sintiéndose dentro de él, al fin en casa.
Ahora siento un gran orgullo al ver a mi sobrino jugar en la cantera y a mis nietos en lo que ellos llaman eSports, juegan delante de un ordenador, pero veo en ellos los valores inquebrantables del club y estoy seguro que ningún otro equipo proyecta esto a la juventud, la importancia del esfuerzo y la humildad.
Sé que en el futuro nos aguardan las mayores glorias, porque cuando miro a los jugadores siento lo mismo que cuando mire la primera vez el césped del Mestalla. Veo valientes que ansían defender el escudo, en el campo que espero que acoja a mis descendientes cuando yo no este. Dudo que pueda dejarles nada más grande que esto. Algo que ha hermanado una sociedad por más de un siglo.
Nunca se podrá decir que durante esos 100 años que llevamos de historia, el Valencia haya dejado de luchar por un título y dudo que lo haga en los siglos que están por venir.
Amunt València.
 PD: Después de redactar estas líneas me sigue pareciendo una tarea hercúlea observar a un puñado de muchachos pegarle patadas a un balón durante hora y media. 
Alejandro J. Ripoll es escritor miembro de Escritores por la tierra y autor del blog El último excritor 

 

El mito de Sísifo

   roca sisifo

 

   << Los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.>>[1]

            Albert Camus vio en Sísifo la entera condición humana. Mi propósito en esta breve exposición es mostrar, a partir de la comprensión de las líneas fundamentales del pensamiento de Camus, de qué está hecha la roca de Sísifo, cómo podemos interpretarla, y para ello me basaré en el ficcionalismo formulado por Nietzsche ayudándome de un texto representativo de su pensamiento,  Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula[2].

            Muchos han hablado de Albert Camus como un literato y pensador existencialista, algo con lo que él nunca estuvo de acuerdo aunque mantuvo una gran relación con pensadores como Jean Paul Sartre o Martin Heidegger. Su filosofía parte también de la existencia como tema central pero tanto su análisis como sus conclusiones se alejan bastante de los de Kierkegaard, Jaspers, los fenomenólogos, etc. Si tuviésemos que definir el pensamiento de Camus en una palabra habría que pensarlo como absurdismo, pero esto no es su punto de partida sino su punto de llegada. La existencia humana no es absurda, lo absurdo no es una condición ontológica del hombre sino epistemológica, es decir, que lo absurdo es la relación que el hombre mantiene con el mundo en su necesidad de comprenderlo. El hombre es un ser solitario que nace en un mundo que desconoce y que no entiende pero necesita comprenderlo para poder vivir en él y para comprenderse a sí mismo. Pero existe una barrera que no puede superar y ésta es la opacidad del mundo. Lo absurdo es un equilibrio entre la razón que intenta explicar y la irracionalidad del mundo que hace imposible la explicación. Éste siempre se muestra como algo inabarcable, demasiado vasto para la capacidad que el hombre tiene de conocer. Todo lo que el hombre puede hacer es construir distintas formas de acercamiento y conocimiento de una realidad ajena a él, debe construir ficciones, discursos que intentan explicar el mundo y que se manifiestan en las distintas formas de religión, ciencia, arte y filosofía. Desde la antigua Grecia el hombre occidental ha construido diversos sistemas o “castillos” del saber y con ellos ha creído encontrar la verdad o, al menos, un método para hallarla y para ordenar el mundo. Pero siempre ha aparecido un elemento de oposición, una contradicción a la que el sistema de saber no podía hacer frente, algo que hacía que el castillo se derrumbase por su propio peso. Y esto ocurrió a lo largo de toda la historia. La razón suplantó al mito en la antigüedad en su ambición por explicar el cosmos y sus orígenes. Después la propia razón creó discursos que la contradecían consigo misma y mostraban su incapacidad para explicar el universo y la vida. Y, al final, todos los sistemas de saber cayeron por su propio peso.

En la destrucción de todos estos sistemas representó un papel fundamental el pensamiento de Friedrich Nietzsche (1844-1900), del que incluso se podría afirmar que marcó un antes y un después en la historia del pensamiento occidental. En Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula Nietzsche nos habla de la historia de la filosofía occidental desde Platón. El problema fundamental, lo que él clasifica como la “historia de un error” es el hecho de que desde Platón se diferenciase entre dos mundos, el mundo verdadero de las ideas y el mundo sensible de las apariencias. En el primer punto de este texto Nietzsche habla de cómo el mundo verdadero, el que está detrás de las apariencias, es algo inteligible, que sólo se puede contemplar desde un punto de vista intelectual. Después, con el cristianismo, este mundo verdadero queda como algo <<prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso (al pecador que hace penitencia)>>[3] y se aleja así de la vida cotidiana de los hombres, se hace el ansiado “reino de los cielos”. En el tercer punto, sin mencionarlo, habla de Kant y de su concepción de este “reino de los cielos” (desde otras perspectivas Dios o el sentido de la existencia humana) como un fin moral del hombre, aquello a lo que el hombre llegará después de tener una existencia virtuosa basada en la moral, una moral no ya tan cristiana sino más autónoma.

El gran error del que habla Nietzsche es el hecho de que la filosofía occidental haya creado, mediante la razón y el lenguaje, un mundo verdadero que está más allá del mundo de la vida[4], del mundo cotidiano en el que vivimos todos los días. Dicho en otras palabras, haber creado una ficción mediante el lenguaje y haber creído que esa ficción era la verdad (en esto consistía el nihilismo). He aquí una de las claves de pensamiento nietzscheano que nos permitirá comprender de qué puede estar hecha la roca de Sísifo, y ésta es la concepción que el alemán tiene del lenguaje.

Nietzsche tiene una concepción del lenguaje que toma de la antigua concepción de la retórica que tenían los griegos. El lenguaje es un poder que tiene el ser humano y del que carecen el resto de seres, un conjunto de figuras, expresiones que manifiestan cómo afecta el mundo al sujeto. Todo lenguaje es figurado y todo discurso es retórico porque las palabras no son signos sino metáforas. El estilo artístico a la hora de hablar no engaña porque reconoce su carácter figurado, afirma “ficcionar” la realidad,  al contrario que el estilo “dogmático”, que niega tal ficción pero la lleva a cabo igualmente.

De esta forma se invierten los valores de “creer y “saber”. Para Nietzsche lo más primario del hombre, su núcleo vital, es el instinto. Razón y saber son algo derivado de un instinto que genera creencias como primer momento del conocimiento, fabulaciones e interpretaciones de la realidad: creemos que la realidad es tal y como nos la figuramos a través del lenguaje. Las figuras son la esencia del lenguaje y éste es una fuerza que no pretende instruir sino expresar, es una doxa (no episteme) que tiene que ver con las sensaciones que generan las cosas en los individuos. Y esto engendra creencias, no esencias ni conocimientos.

En definitiva el hombre, mediante el lenguaje, tiene la capacidad de crear ficciones que expresan sus creencias sobre el mundo pero estas ficciones no tienen por qué corresponderse con el mundo en sí o con la realidad, que son cosas que el hombre no puede abarcar ni concebir desde el punto de vista de un observador externo. Volviendo a Camus esto revela lo absurdo en la existencia humana. La razón surge del instinto que empuja al hombre a intentar entender el mundo, y es su gran arma, pero después de las evidencias se muestra absolutamente incapaz de comprenderlo. Es en este punto donde hace una crítica feroz a Chestov, Kierkegaard, Husserl y los existencialistas afirmando que cada uno de ellos, de forma distinta, da un salto hacia distintas formas de trascendencia que le hace superar la nostalgia de unidad. El hombre absurdo también siente esa nostalgia de unidad, esa necesidad de encontrarse con el todo para encontrar así su lugar, pero no está dispuesto a saltar más allá de lo que sabe o tiene por evidente. << Existe un hecho evidente que parece enteramente moral: un hombre es siempre presa de sus verdades. Una vez reconocidas, sería incapaz de desprenderse de ellas. No hay más remedio que pagar. Un hombre que cobra conciencia de lo absurdo queda ligado para siempre a él[5]>>.

Este hombre que cobra conciencia de lo absurdo es Sísifo cuando baja de la montaña, el Sísifo sonriente del que habla Camus en la última parte de su ensayo. Sabe en qué consiste su tortura, sabe que no recuperará esa unidad originaria y acepta su destino sin juzgarlo. Ama la vida, ésta y no otra porque no conoce otra[6]. El ser humano fue condenado a pasar toda la eternidad subiendo una gran roca a sus espaldas hasta la cima de una montaña. Mi propuesta es interpretar la roca de Sísifo como una roca hecha de ficciones. Estas ficciones son los distintos tipos de discurso, ya sean filosóficos, científicos, artísticos o religiosos. Es aquí donde propongo insertar el texto de Nietzsche como un ejemplo paradigmático de cómo se crean estas ficciones para entender de qué está hecha la roca de Sísifo. El hombre necesita construir estas ficciones para entender el mundo y responder a la pregunta “Quién soy”. La construcción de estos discursos representa el ascenso de Sísifo por la ladera de la montaña. A punto de acabar el “castillo”, a punto de cerrar el círculo y responder definitivamente a sus preguntas, aparece ese elemento de contradicción que derriba el castillo e impide cerrar el círculo. La cima de la montaña es el territorio del abismo, cuando Sísifo intenta encajar la roca y dejarla allí para siempre, la montaña escupe su roca y la manda al fondo del valle, la cima no es plana, es demasiado arisca como para que la roca de Sísifo quepa en ella. Ante esto sólo hay tres soluciones posibles: el salto hacia una trascendencia desconocida que nos devuelva el regocijo y la sensación de unidad; la desesperación absoluta; o la aceptación de que es necesario bajar de nuevo al valle para volver a cargar con la roca. Sísifo, el héroe absurdo, ha aceptado su destino, ha aceptado que no podrá responder a la pregunta “Quién soy” porque muy posiblemente esta respuesta no exista, y ha aceptado que tiene que vivir con esta pregunta sin respuesta tatuada en su pecho. Por eso sonríe en el descenso, está solo pero ha aceptado el desafío de vivir en un mundo sin seguridades y es plenamente consciente de ello. <<Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la amplitud de su miserable condición: en ella piensa durante el descenso. La clarividencia que debía ser su tormento consuma al mismo tiempo su victoria[7]>>. Sólo hay una certeza: la muerte que a todos nos llegará algún día. Sólo hay un escenario: este mundo en el que vivimos todos los días. Las armas, el instinto y la razón. El objetivo, ser felices en este mundo y no en otro que esté más allá y que no conocemos. En la conciencia de su trágico destino y de su lucha absurda Sísifo, el hombre, afirma su grandeza. Por eso hay que imaginarse a Sísifo feliz.

<<¡Dejo a Sísifo al pie de la montaña! Uno siempre recupera su fardo. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. También él juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin dueño no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esa piedra, cada fragmento mineral de esa montaña llena de noche, forma por sí solo un mundo. La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz[8]>>.

 

Marcos Yáñez es escritor y miembro de la RIET

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[1] Camus, Albert: El mito de Sísifo. (1942). Pág. 155. Alianza editorial. Traducción de Esther Benítez. Madrid. 2006.

[2] Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula. En Nietzsche, Friedrich: Crepúsculo de los ídolos. Págs. 57-58. Alianza editorial. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Madrid. 2004.

[3] Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula. En Nietzsche, Friedrich: Crepúsculo de los ídolos. Pág. 57. Alianza editorial. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Madrid. 2004.

[4] Es precisamente después de Nietzsche cuando “el mundo de la vida” se vuelve un problema fundamental de la filosofía a principios del s. XX con autores como Husserl, Bergson o Simmel.

[5] Camus, 1942. Pág. 47.

[6] Esto está perfectamente ejemplificado en el personaje de Mersault, protagonista de El extranjero.

[7] Camus. 1942. Pág. 158.

[8] Ibid. Pág. 160.