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Miguel Ángel Montoya Jamed: ‘La furia de los muertos’

montoya

El filósofo, escritor, profesor titular exclusivo de la Universidad Nacional de San Juan (Argentina) y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET), Miguel Ángel Montoya Jamed, nos envía este relato titulado ‘La furia de los muertos’. Es un escrito misterioso que seguro que es de vuestro agrado.

‘La furia de los muertos’

En enero comenzó a llover en el Valle. El dos o tres de enero de un año que el que me contó esta historia no nombró porque dice que las desgracias son atemporales.

Las tormentas se desataron con una furia que no tuvo antecedentes en los registros del servicio meteorológico de la región ni tuvo testimonio para comparar en la previsibilidad de la gente. Y ese fue el comienzo.

El comienzo de la desolación y también de la resistencia.

Como si de las humedades más profundas de aquellas lluvias “a baldazos” y del tierrerio y del daño de aquellos vientos intempestivos, breves y huracanados, en los hombres y mujeres del pueblo hubiesen surgido las más claras virtudes y las más humanas necesidades.

Necesidades vitales como la de defender “con uñas y dientes” el Ambiente, que es el Trabajo y es la Tierra como resumen de todo lo demás.

Armaron una consigna que arrastró con casi todo el fastidio que los inquietaba:”Por el Hombre, por la Tierra, por los árboles, entonces: por la palabra, por la libertad.

Que el poder político y las mineras dejen de contaminar, dejen de apropiarse.

Hagamos oposición a la DESERTIZACIÓN que es el rápido curso de expulsión de la Memoria”

Y ya que defender todo eso es oponerse y resistir por la Vida, agregaron a su lucha otras consignas que venían postergando desde que sus tatarabuelos estaban vivos por no decir; desde antes que naciera el pueblo: ““Por una sociabilidad mejor”, ”Un mundo mejor es posible” y si les daba el tiempo y los grupos de protestas no se debilitaban  mientras duraban las lluvias, llegarían hasta las ultimas consecuencias y también pintarían en las paredes y se meterían en la cabeza y en el corazón de cada uno: “De cada cual según su capacidad a cada cual según sus necesidades”…¡qué tanto…también!…ya que estábamos……”

Esta historia me la contó Juan Cortínez, un hombre de la zona que siempre vivió en la primera calle del pueblo, yendo de arriba hacia abajo, entre el cerro y la casa que sigue.

“Eso es lo máximo…….hermano imagínate” – me dijo: “De cada cual según su capacidad a cada cual según sus necesidades…….¡que parejo que sería todo, no!…….eso lo sospechábamos nosotros. Y aquí lo decía un alemán, de barba, gordo, de actitudes pensativas, que nos llamaban la atención porque no habían tantas en el pueblo…un tal Carlos Marx que vivió un tiempo al fondo de la calle, detrás de la casa de los Miranda; estuvo quedado en la casa de Luma, eso fue mucho tiempo antes de las lluvias.

Dejaron los relatos, fueron los únicos filósofos que conocimos. Y que según dicen: Luma era el mayor, más aun, dicen que era más viejo que las paredes y los árboles del pueblo; de él se cuenta que de tanto en tanto se metía adentro del tiempo.

El tal Marx propuso las consignas y nos habló del trabajo y de los hombres.

Cerca de la casa de Juan Cortínez  pasaron las crecientes que mojaron los techos.

Cuando las aguas se amontonaron arriba y el canal le quedó chico a la crecida; más de una vez, en tormentas sucesivas que duraron meses que comprendieron aquel verano y el otoño y el invierno siguientes, sin interrupciones. Más de una vez la calle trece fue poco para que bajaran semejantes turbiedades repletas de quiscos  y no quedaba piedra sobre piedra con el peligro que arrastrara los animales y  la gente; aunque la calle vaya cuatro o cinco metros más abajo que las casas y los árboles.

Según dicen la calle trece, una calle pensada por los hombres y hecha por los fantasmas de las crecientes de aquellos meses

Voy a contársela  a ustedes sin poder reproducir la tranquilidad del relato y la parcimonia de Juan Cortínez para ir acomodando los detalles. Él es un baqueano nacido y criado al pie de la montaña, donde la paciencia no se procura como si fuese una terapia alternativa sino que conforma la cotidianeidad de los hombres,  y donde los refucilos duraron entre quince a veinte minutos y ponían azul todos los rincones de la casa y los ojos de los animales, y los truenos cortaban cualquier conversación como si el estruendo incorporara todos los sonidos de los humanos y  los pájaros.

Me dijo Juan Cortínez que supieron estar hasta dos días sin hablarse porque la palabra dejaba de ser sonora.

Él tiene para contar, las pausas que no incomodan, más bien que inquietan, y que hacen de la conversación una alternancia de palabras, algunas con relevancia y otras en susurro, y figuras que uno va imaginando y poniéndolas en esos espacios que va dejando cada tanto. Cada tanto pone frases como en secreto como si a las últimas palabras las fuese deshilachando, como si las pusiera en exclusividad para uno. Y uno hace de cuenta que estuvo en semejantes situaciones.

Y en esas extremidades del texto, puede ser que yo acomode lo sucedido con menor exactitud.

Habla y la extensión de sus relatos señalan el tiempo, desprecian los apuros, y adorna las situaciones con una sonrisa que la va pegando al final de las palabras que de tanto en tanto les dan un tono de picardía. Como si tuviese la intención de alivianar lo que cuenta, de no cargarlo de angustia.

“Sonrisa de “futre”” diría mi padre, que conoció a Juan Cortínez.

Juan Cortínez me aseguró que no hubo antídoto contra la humedad ni hubieron ceremonias con cruces de cenizas que resistieran tanta cantidad de agua que caía día y noche: “llovía a baldes” y el viento cortaba al medio el follaje de los árboles. Inclusive en varias ocasiones cayó granizo que lastimó los frutos y fortaleció la lástima que venían acumulando los chacareros por la escasez de agua para regar las plantaciones.

Las plantaciones son la comida, son el trabajo, son la voluntad, son las expectativas, son la decisiones de los hombres y de su familia…….las plantaciones son la Tierra que depende del trabajo, de la voluntad, de las expectativas, de las decisiones de los hombres y sus familias.

De los hombres y sus familias que dependen de la Tierra…….de la Tierra que se seca si las mineras se quedan con el agua allá arriba donde el cerro es de ellos……sólo de ellos por decreto y secreto del gobernante y la gobernanta.

Abajo en las chacras no alcanzaba el agua porque se la quedaban las mineras en la montaña para lavar las piedras que tienen el oro.

Con otra agua se lavaban las manos el gobernante y la gobernanta cuando hablaron de los sueños de la gente. De los sueños que decían tener a cargo, como si eso hubiese sido posible…….como si eso fuese posible.

Y además, como si fuesen posibles los sueños cuando escasea el trabajo, cuando escasea el agua, cuando se lastiman las palabras.

Con otra agua se lavaban las manos el gobernante y la gobernanta después de los decretos y los secretos.

Durante meses llovió en el Valle, a veces paró una media hora al medio día. No faltó quien le asociara la pausa al llenado de la olla en el cerro, que cuando hay Sol, a las doce se llena de sombra.

Nunca dejó de llover a la hora de la cadena nacional.  Cuando el gobernante le contaba a la gobernanta que: “en el Valle somos mucha gente que vive entre puros cerros y  por lo tanto la única manera de comer y abrigarnos es hacerlo de la minería sustentable”.

Nunca dejó de llover a la hora de las sesiones ordinarias. Cuando el diputado nacional pedía la palabra para gritar en el recinto: “en el Valle somos mucha gente que vive entre puros cerros y por lo tanto la única manera de comer y abrigarnos es hacerlo de la minería sustentable”.

“En el Valle somos mucha gente que vive entre puros cerros y  por lo tanto la única manera de comer y abrigarnos es hacerlo de la minería sustentable”; ese fue el texto que fundaba los decretos y secretos del gobernante y la gobernanta.

Lo exponían en las tandas publicitarias de la radio y de los canales del gobierno. Lo exhibían en las banderas partidarias. Era el membrete de los papeles oficiales del gobierno provincial.

Así fue, que: las plantaciones que son la comida,  el trabajo,  la voluntad,  las expectativas, la decisiones de los hombres y de su familia…….las plantaciones que son la Tierra que depende del trabajo, de la voluntad, de las expectativas, de las decisiones de los hombres y sus familias, no eran posible entre tantas piedras…….no eran posibles entre tantas piedras.

Lo único posible era la minería “ecológica y sustentable”.

El fenómeno de las lluvias  interminables y los vientos intempestivos, de tantos meses fue estudiado por los científicos de la Universidad Nacional que gastaron becas, incentivos, presupuesto para la extensión y la propaganda de “la cientificidad puesta al servicio de la sociedad, devolviéndole lo que puso para la elaboración de tanta inteligencia que nos enorgullece”.

La cientificidad y la inteligencia que los enorgullecía, no dio en el clavo, según la conclusión de Juan Cortínez.

Las lluvias y los vientos de tantos meses, fue la furia de los muertos.

Fue la furia.

De los muertos que hicieron el trabajo en las chacras. De los que hicieron las chacras. De los que hicieron las acequias. De los que cuidaron el agua.

Porque después el agua se la quedaban arriba para lavar las piedras.

Ese fue el misterio de las lluvias interminables.

Misterio que las mujeres más viejas que habitaban en la última calle, a siete trancos de donde pasan los caballos lo leyeron en las sombras del cerro y en la ausencia de los pájaros.

Ellas lo leyeron porque parieron los hombres y el trabajo en las chacras y en los parrales y en los pequeños tambos y en los puestos de cabras y en las plantaciones de olivos y en las quintas con frutales y en los potreros de alfalfa, antes que faltara el agua, antes de los decretos y secretos para la minería sustentable.

Antes de la sentencia del gobernante y la gobernanta: “somos mucha gente que vive entre las piedras y por lo tanto la única manera de comer y abrigarnos es hacerlo de la minería sustentable”

Las mujeres viejas de la última calle hablaron de la furia de los muertos. Explicaron que de ahí venía el enojo por el desprecio al trabajo y a la fertilidad de la Tierra.

Cuando pararon las lluvias y los vientos, los hombres y mujeres de las otras calles gritaron y pintaron la consigna.

Los hombres y las mujeres que dependen de la Tierra…….de la Tierra que se seca si las mineras se quedan con el agua para lavar las piedras.

Cuando paró de llover por la furia de los muertos, los hombres y mujeres de los pueblos se dividieron en dos: de un lado los que defendían la Tierra y el Agua y del otro: los que tenían planes sociales, los que conformaban las tribunas partidarias de los programas de los canales y radios del gobierno, los locutores y periodistas de esos mismos medios, algunos intelectuales y artistas seducidos por la manera de maquillarse de la gobernanta.

Así fue que, los hombres y las mujeres que defendían la Tierra cortaron el viento y cortaron las rutas. El viento para salvar el aire y las rutas para que no suban el cianuro y así salvar el agua.

Los que defendían la Agricultura acamparon en el Sur. Tomaron el Sur, ese fue su “lugar” de resistencia.

La Agricultura  para ellos era abrigar y cuidar la Tierra…….abrigar y cuidar. Decían: En la siembra del grano, el campesino, “entrega la sementera a las fuerzas de crecimiento y cobija su prosperar” y citaban a Martin  Heidegger, citado por Luma en alguna de sus charlas.

Al Sur es el “lugar”, ahí está la palabra, el asombro, la memoria, la incertidumbre, la paciencia, el dolor, la alegría, la voluntad, el sentido, el amor, el conocimiento, la expectativa y la utopía.

Nada de lo que conforma el Sur podía interesarles a los que provocaban al cerro para sacarle el mineral. A los que emplazaban la Tierra en el sentido de la provocación para sacarle el oro que lo emplazaban para que respalde las finanzas que emplazaban para sostener el poder de la dominación y la servidumbre.

A esa cadena del emplazar, en el Valle, le daban comienzo el gobernante y la gobernanta con sus decretos y secretos.

Los hombres y mujeres tenían el Sur, los otros vagaron sin orientación.

Los que habitaban el Sur tenían la memoria en la furia de los muertos y el devenir en las consignas con que nombraban la utopia.

Ellos ponían la palabra, y el gobernante el balbuceo y la gobernanta en sus discursos la simulación de  saber.

Los hombres del Sur tomaron los ríos, armaron sus casas, provisorias, alrededor de las compuertas. Como provisorio fue el esfuerzo y provisoria la satisfacción de sus necesidades básicas cuando las mineras se llevaban el agua para lavar las piedras.

Se levantaron vecindades a lo largo de los ríos, para cuidarlos. Para sentir la vida en la multiplicidad de sus sonidos; contra las piedras que las lava sólo por el brillo, sólo por la luz, contra la vegetación de las orillas cuando le canjea verde por humedad, contra el vuelo de los pájaros para compartir el viento.

También para pensar el devenir. ”Nadie se puede bañar dos veces en el mismo río”… entonces: para pensar la Vida.

Los que se iban al Sur dejaban las ciudades que en pocas semanas quedaron desiertas. La urbanidad del gobernante sólo tenía pasacalles y estacionamientos vacíos.

Desde el Sur fertilizaron la Tierra y le hicieron parir los frutos necesarios.

Hubieron persecuciones, contra los celadores del agua y contra los poetas. Temían al conocedor de las acequias y al que tiene la palabra.

Se creo un poder paralelo para administrar el agua de riego. La “Junta de regantes” fue el gobierno de cabecera en cada pueblo.

Los pueblos chilenos, involucrados en la lucha contra la contaminación, detuvieron durante meses el viento Zonda en un lugar, en secreto,  en la montaña. Nevó durante meses y se llenaron los diques.

Los dos grupos que disputaban el poder tenían un lenguaje diferente.

Los del Sur fortalecían el poder de la palabra y leían a Eduardo Galeano. En los actos públicos sus discursos eran algunas páginas de “Las venas abiertas de America Latina” y de “El libro de los abrazos”.

Los otros se confundían con la doctrina y no interpretaban del mismo modo al general. Aunque el general nunca tuvo “un mismo modo”.

Se quedaron sin decisiones  las oficinas del poder y la democracia encontró la realidad.

Entonces: La vanguardia de las manifestaciones a favor, no cobraron los planes, y descubrieron que el artilugio fue que ellos no tuviesen planes.

Entonces: los de las tribunas se quedaron sin salir al aire, y los enfermó la ausencia de exposición.

Entonces: los locutores y periodistas de los medios del gobierno se quedaron sin oyentes y sin videntes.

Entonces: los artistas y los intelectuales perdieron la seducción del maquillaje.

Entonces: la soledad enfermó al gobernante y a la gobernanta. Tuvieron mucha sed y se negaron a beber “para no perder su militancia”.

Dicen que después, caminaron balbuceantes por el desierto, que diluyeron, por falta de ejercicio, las riquezas de los decretos y los secretos.

Dicen que se los vio habitar las ruinas que dejaron los que se llevaron el oro.

Dicen que caminaban tomados de la mano.

Dicen; que vacíos del erotismo del poder político; dicen: que habían debilitado sus deseos. Otros dicen que no…….dicen que los vieron reír…….

Después de esto: en el Valle somos mucha gente que come y se abriga del trabajo: en las chacras y en los parrales y en los pequeños tambos y en los puestos de cabras y en las plantaciones de olivos y en las quintas con frutales y en los potreros de alfalfa. Que se alimentan y se riegan con el agua.

Y la montaña tiene minerales para el hombre, sin provocarla.

Y el aire y el agua conforman el contexto saludable, como los árboles, como los pájaros, como los sueños que son del hombre.

Las otras consignas siguen, aun, pintadas en algún lugar.

Las otras consignas: “Por una sociabilidad mejor”,”Un mundo mejor es posible”, siguen, aun en la cabeza y en la carne de Hombres y Mujeres al Sur.

“De cada cual según su capacidad a cada cual según sus necesidades”… debe ser, al menos, una utopía extrema que movilice a hombres y mujeres al Sur… al menos una utopía extrema que nos haga ir hacia más humanidad.

Cuando Juan Cortínez terminó de contarme esta historia, que les cuento sin poder reproducir la tranquilidad de su modo de  relatar y sin la seguridad de él para ir acomodando los detalles… Juan Cortínez es un hombre al Sur; me dijo: esto que te cuento ocurrirá.

¿De nuevo?-pregunté con perplejidad…

De nuevo no… como el río…

Ocurrirá.

Miguel Ángel Montoya Jamed

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