Dicen muchas voces, con acierto, que no debemos volver a la normalidad pues la normalidad es injusta y destructiva. Desde el punto de vista agrícola y alimentario, lo corriente, habitual y mayoritario en los países industrializados es, además de injusto y destructivo, distópico. Pero parece que lo ignoramos. Al menos durante varios decenios buena parte de la población mundial nos alimentamos a partir de sistemas agroalimentarios disfuncionales que muchos autores de novela fantástica o catastrofista ni siquiera podrían imaginar.
Porque es muy loco capturar pescado en Alaska, mandarlo a la China para su procesamiento y venderlo en EE.UU. fileteado y listo para freír. Porque es muy loco deforestar el Amazonas para cultivar soja que se mandará a España donde con ella engordaremos lechones traídos de Dinamarca para acabar exportando lomo embuchado a la Conchinchina. Porque es muy loco comer naranjas en verano y tomates en invierno, porque es muy loco comer carne tres veces al día; porque hasta la alimentación de los astronautas con sus alimentos hiperenergéticos parece más sensata que encontrarse en el supermercado envases de plástico con gajos de mandarina peladitos y listos para degustar. Como un self service, añadan ustedes mismos otros muchos ejemplos que incrementarán una lista de disparates responsables del hambre en medio mundo y la obesidad en el otro, de la extinción del oficio campesino, de la deportación rural al medio urbano y del calentamiento de todo un planeta. Y, con sus monocultivos invadiendo todo centímetro de tierra cultivable, responsables también de la pandemia vírica actual, como muy bien advertían estudios publicados hace más de diez años.
No parece, de momento, que la cordura alimentaria llegue a la mente de nuestras administraciones. La crisis sanitaria actual está adoptando una serie de medidas que parece quieren reforzar este modelo distópico y disfuncional. Más de 500 organizaciones de todo el estado han denunciado, por ejemplo, que no tiene ninguna lógica que se cierren los mercados no sedentarios por la emergencia sanitaria. Como bien se sabe, la mayoría de estos mercados campesinos se suelen celebrar al aire libre, en espacios abiertos, muy diferente a los espacios cerrados de las grandes superficies. Como tampoco puede entenderse, a no ser que el urbanocentrismo haya reseteado por completo nuestras mentes, la prohibición de acudir a cuidar del huerto de autoconsumo, una práctica que, con unos requisitos mínimos, solo puede favorecer a la salud de las personas afortunadas (y visionarias) de estos espacios de vida y biodiversidad. Más que nunca ahora es importante favorecer una alimentación de proximidad, fresca, ecológica, que distribuida por cada célula de nuestro cuerpo nos fortalezca y entregue salud.
Pero pareciera, si creyera en las teorías conspiratorias, que todo está pensado para rematar lo poco que nos queda de vidas autónomas o comunitarias. Que llegará el día que se decrete, por el bien común, la expropiación de todos los huertos y tierras cultivables para entregarlas a las multinacionales. Que por la seguridad nacional se prohibirán para siempre todas las fórmulas de venta directa. De forma que gracias a la eficiencia, nunca en entredicho, de las multinacionales nos llegará a cada casa, una vez al día, un señor de Amazon con un paquete de Mercadona. Con tres barritas nutritivas: desayuno, comida y cena.