Por Frei Betto
Benedicto 16, al renunciar,no pierde el nombre pontificio ni el derecho a continuar en el Vaticano, en cuyas dependencias desea permanecer después de la elección de su sucesor, en el próximo mes de marzo.
Como papa renunciante, Joseph Ratzinger podría escoger, como su nueva residencia, cualquier domicilio de la Iglesia Católica en cualquier continente.
Algunos obispos jubilados se retiran en monasterios, como Dom Marcelo Caravalheira, arzobispo emérito de Paraíba, que vive con los benedictinos de Olinda (PE); o en una casa propia, apartada del trasiego urbano, como es el caso del cardenal Dom Paulo Evaristo Arns, arzobispo emérito de Sao Paulo, que vive en Taboao da Serra (AP).
Al decidir permanecer en el Vaticano, Benedicto 16 corre el riesgo de crear una situación embarazosa. Nadie duda de que él será el punto de mira electoral del futuro papa. Ratzinger ha nombrado al 56% de los actuales miembros del colegio cardenalicio. Y su gesto de humildad, al renunciar, lo constituye en candidato a un futuro proceso de canonización.
Seguro que pasan por la mente de Ratzinger uno o dos nombres, de entre los 209 cardenales (de los que sólo 119 son electores), que considere más aptos para sumir la dirección de la Iglesia. Sólo un ingenuo piensa que el papa renunciante quedará al margen de una elección tan delicada e importante, de la cual depende el éxito de la misión confiada por Jesús a Pedro y a los apóstoles.
Los cardenales electores no están obligados a seguir la posible sugerencia de Benedicto 16. Cada uno tiene el derecho y el deber de votar según su propia conciencia. Pero un buen número de los que recibieron de él el capelo cardenalicio cree tener una deuda de gratitud con él. Incluso porque no desearían ver la barca de Pedro tomar rumbos inesperados, como intentó Juan 23 al ser elegido, en 1958, para suceder a Pío 12.
Pienso que el pontificado del futuro papa tendrá dos etapas muy diferentes: la primera, mientras viva Benedicto 16. La segunda, después de la muerte del papa renunciante.
Mientras Benedicto 16 esté vivo difícilmente el nuevo papa tocará temas considerados por ahora tabús -y prohibidos- por su antecesor, como: el fin del celibato obligatorio para los sacerdotes, el acceso de las mujeres al sacerdocio, el uso de preservativos, el derecho a una relación sexual sin intención de procrear, la aplicación de células madres, la unión de los homosexuales, etc.
No se permitirá ningún debate sobre tales asuntos, aunque prosiga entre los católicos una doble moral: la defendida por la doctrina oficial y la practicada por los fieles. Muerto Benedicto 16, y suponiendo que su sucesor le sobreviva (el destino a veces sorprende; recuerden a Juan Pablo 1°, fallecido 33 días después de haber sido elegido), entonces comenzará la segunda etapa del nuevo pontificado.
Libre ya de la sombra de su antecesor (o del superego, diría Freud), el nuevo papa se sentirá libre para imprimirle al rumbo de la Iglesia la dirección que le parezca conveniente.
Conviene recordar que el papado es la única monarquía absoluta que queda en Occidente. Eso significa que el pontífice romano no está sujeto a ninguna instancia humana que le pueda cuestionar, juzgar o amonestar.
Cuando me preguntan si preveo algunas candidaturas, los llamados “papables”, huyo de la cuestión regional, como la hipótesis de elegir a un latinoamericano, dado que en nuestro continente viven actualmente el mayor número de católicos (el 48.75%).
Es obvio que a los italianos les agradaría retomar el monopolio del papado, que estuvo en sus manos a lo largo de 456 años (1522-1978). En ese caso me arriesgo a opinar que la elección recaería entre el actual camarlengo, el cardenal Tarcisio Bertone, o el arzobispo de Milán, Ángelo Scola.
Bertone tiene a su favor el ser un hombre de confianza de Benedicto 16; y en contra la mala administración de la Santa Sede, cuyas finanzas adolecen de falta de transparencia y frecuentes casos de corrupción. Scola tiene a su favor ser un filósofo y teólogo de renombre; y en contra el ser visto como excesivamente conservador.
La única premonición que me parece viable es que el futuro papa será probablemente un hombre menor de 70 años; lo que restringe considerablemente la lista de los virtuales candidatos.
Roma ya no soporta tantos cónclaves en tan corto período de tiempo. Yo mismo me admiro al constatar que, en siete décadas de existencia, asistí a la elección de cinco papas y ahora acompañaré a la sexta.
El tiempo urge, el mundo ingresa en la posmodernidad y la Iglesia Católica todavía vacila en aplicar efectivamente las decisiones del concilio Vaticano 1° y admitir que fuera de la Iglesia también hay salvación.