Próximamente tendrá lugar en España el día sin saliva. Todas las lenguas del país, incluso la que se ha lapao, se disecarán por haber hablado tanto, consentido a tonto y haber conseguido nada de tente ante la adversa situación que “sobresufrimos”. La obsolescencia del humano está llegando a su confín. Quienes programaron su caducidad olvidaron sus complejas contraseñas y meras contra producciones a la hora de desactivar al desuso a esta ya impía sociedad. Un inmundo país donde se prefiere charlotear, chatear y guapasear con inmóviles de última degeneración que oponernos firmemente ante la asfixiante conjetura que los geta por cajones y a calzones recortados nos están llevando al desnudo frente al riesgo y la ruina, merece no tener palabra. Quizás, sin ella, el pueblo no se equivocará más y pase a la acción frente a los que han demostrado no tenerla. Tanta palabrería obsoleta, echa en falta a bomberos como los que la semana pisada ardieron sin escrúpulos sus quejas ante el Parlament de la empeñada Catalunya.