Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET)

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Gustavo Portocarrero: ‘Crisis en la acción ecologista’

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Gustavo Portocarrero es abogado, periodista, escritor, filósofo y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). Este polifacético boliviano (que reside en los Estados Unidos) nos ha enviado un texto titulado ’Crisis en la acción ecologista’, en el que analiza las que a su parecer son las causas de que el ecologismo no esté pasando por su mejor momento. El artículo es largo, pero os recomendamos su lectura ya que es de un altísimo interés.

‘Crisis en la acción ecologista’

Las ideas ecologistas del Siglo XXI, como nunca anteriormente, se convierten en más fuertes y el instinto espontáneo de protección en favor de la Tierra se extiende en forma vigorosa. No hay país donde no se haya concientizado a la gente y los organismos y asociaciones de este tipo proliferan en todas partes y se multiplican. También se percibe que se incrementa su intelectualidad y desarrolla temas críticos, antes insospechados, tanto del problema internacional como de las situaciones regionales y locales que sufren la crisis terrestre. Hasta aquí todo va muy bien en esta materia.

Infelizmente, de lo que más nos interesa  –el conjunto los resultados–  no podemos decir que sea positivo, ni que se halle a la altura del potencial humano ecologista. No es difícil darse cuenta y reflexionar sobre la cruda realidad entre las ideas y su materialización:

  • Se percibe el abuso del pensamiento contemplativo sobre el tema y éste ha llegado demasiado lejos, al extremo de elaborar ideologías diversas sobre la relación del ser humano con su casa natural.
  • Paralelamente han proliferado los ecologistas de escritorio (de entidades públicas y privadas) y, en su entusiasmo e inspiración, los políticos ya le ha concedido generosos derechos al planeta Tierra, como si se tratara de un ciudadano más, sin entender su falta de potestad para semejante magnanimidad, ya que sólo se trata de deberes personales con la casa planetaria.
  • Estas y otras disquisiciones teóricas están entreteniendo peligrosamente el principal deber  –auténtico, primigenio, simple e impostergable–   que tiene todo humano: cuidar, proteger  y aún pelear por aquella.

Escapando a cualquier juego o jugarreta con el pensamiento, lo evidente es que el estado físico del planeta acusa crecientes, nuevos e incontables problemas (por no decir dolencias) y la situación de la Tierra no se pinta nada optimista.

El fenómeno perceptible, tanto de la crisis terrestre, como de la acción humana vigilante, muestra un negativo cuadro panorámico de cosas, que puede  resumirse como sigue:

1.      El mundo físico no solo anda mal; empeora mundial y localmente. Cada vez continúan apareciendo nuevas desgracias y situaciones de peligro.

2.      Las organizaciones ecologistas se dedican sólo a protestar y lamentarse. Muy pocas son combativas, como lo requiere el momento presente.

3.      Los gobiernos se dedican a elaborar leyes y normas protectoras, sin mostrar energía ni respetabilidad para hacerlas cumplir. Además hay reparticiones estatales contrarrestan a las del medioambiente. Estas últimas  –burocráticas como son–  carecen de fuerza ejecutiva.

4.      La actividad, acelerada, incesante e incrementada de gran industria y el comercio internacionales,  –las corporaciones económicas mundiales–  continúa acelerando el desastre, esta vez al por mayor.

5.      Los gobiernos del Norte del mundo,  de gran poderío e influencia económica y política sobre el orbe  terrestre  –particularmente los EE.UU. y Europa–  son fieles obedientes del sistema corporacional; consiguientemente, parte del proceso destructivo.

6.      La industria local, el comercio, los gobiernos y aún las actividades regionales no dejan de tener su parte de culpa.

7.      Aún los pobres e indigentes, se ven obligados por las circunstancias, a constituirse en destructores y contaminadores adicionales.

8.      Son pocos los intentos efectivos por superar la crisis y muchos los lamentos.

De otro lado la actividad de las instituciones ecologistas internacionales muestra más su cara burocrática y cuánto estiran su mano para obtener contribuciones. Muchas de ellas se dedican a restaurar ambientes de bosques desaparecidos o destruidos, lagos contaminados, eliminar pestilencias, protección de animales, etc, etc. sin apercibirse que, aunque logren su objetivo, el peligro destructor persistirá sobre lo que aquellas hagan.

Por su antigüedad y prestigio obtenido, las más importantes, como Greenpeace, ejercen presión sobre los organismos políticos internacionales, concurren a congresos, se alojan en hoteles de cinco estrellas y se gastan buena parte de las contribuciones del público en menesteres domésticos de administración. Cuando se les escribe con ideas y sugerencias, la mayoría de aquellas ni siquiera contesta a la correspondencia, así sea creadora y debidamente estructurada. El mismo problema va surgiendo con varias entidades locales, produciendo desconfianza, al igual que los organismos burocráticos gubernamentales, donde impera la lentitud y la rémora.

En innumerables países han hecho su aparición  –así sea de nombre–  partidos políticos que se dicen “verdes”, algunos por oportunidad y otros con buenas, aunque ingenuas intenciones. Parece que no se han  dado cuenta que también los partidos tradicionales (leales al sistema dominante) ya han adoptado el color verde, así sea como figura decorativa. En este mundo de confusión, el propio capital depredador ya es parte del hoy denominado “capitalismo verde”; destacando que paga a científicos inescrupulosos para que nieguen el cambio climático.

Resulta por lo demás curiosa la magnanimidad de las corporaciones “verdes”. Por un lado destruyen, ensucian, contaminan, pero por otro hacen también importantes donaciones a conocidas entidades ecologistas como WWF (World Wide Fund) Dicho sea paso, como una experiencia personal, recuerdo que cuando mi persona trató insistentemente de tomar contacto con la Presidenta del tal WWF, para hacerle conocer planteamientos y sugerencias, aquella  posiblemente, pensando ésta que yo le escribía por estar interesado en venderle algo o en pedirle un puesto de trabajo, trataba de eludirme. Tras mucha persistencia personal, sumada a mi testarudez, me respondió con un saludo cortés por mis publicaciones, sin darme la posibilidad alguna de tocar los temas que tenía para formularle.

Mi conclusión ante esta y otras tentativas de comunicación, incluyendo al Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, PNUMA, me resultó inobjetable: sus ensimismados ejecutivos  –pobrecitos atareados y sin tiempo–  se hallan tan ocupados que rehúyen todo contacto intelectual. 

Ante la comodidad de aquellas situaciones burocráticas y sus privilegios  –porque también se les ha denunciado malos manejos de fondos–  existen ecologistas de base  –los llamaremos, ecologistas espontáneos–  que sufren de frustración por no saber qué hacer ante la virtual parálisis medioambiental por no tener un norte de orientación. Un importante funcionario de la Organización de Estados Americanos, OEA me contaba que mucha gente que lo visitaba, se expresaba con tristeza, angustia y rompía a llorar al tocar el tema terrestre, pero estaba dispuesta a cualquier acción positiva.

Infelizmente a nadie se ha ocurrido ocupar a esta gente voluntaria para tales acciones de utilidad. Líneas adelante veremos lo que se puede hacer y cómo hacer aportar a todos en la lucha general que el planeta Tierra espera.

El principal problema actual no es tanto el cúmulo de problemas, sino la existencia de una enorme masa humana en el mundo  que  –dormida o adormecida–  es la única efectiva que podría intervenir para salvarlo. La necesidad precisa de una gran acción masiva para hacer respetar el nuevo orden ecológico. De lo contrario todo continuará con su crítica frustración.

Dada mi inquietud y obsesión por el tema terrestre, durante las noches de insomnio que me producía el problema,  hube llegado a la conclusión de la acción efectiva de masas debe ser coordinada, planificada y no espontánea (porque corre el peligro de ser desnaturalizada) Para esto supuse que era precisa la información y orientación de los hermanos mayores   –las antiguas y combativas (en su tiempo) entidades ecologistas–. Empero, habiendo proliferado otras, por miles, en el mundo  –por miles, pero aisladas–  se percibe claro cuanto malgastan su tiempo y actividades de observación y crítica, en lugar de aprovecharlo en acciones enérgicas a gran escala.

Mediante distintos medios de comunicación les he sugerido que las primeras tomen contacto con las segundas y se reúnan, si es posible en un Congreso Internacional para coordinar el trabajo global.  ¡Imaginemos la fuerza que adquirirían todas! Equivaldría su trabajo robustecido y sincronizado,  a una Fiscalía Internacional del medioambiente. Su peso y sus labores tendrían poderosa respetabilidad.

Infelizmente, o la sordera es fuerte o no se comprende en su justa magnitud aquella perspectiva.

Es sabido que las necesidades que requiere del Planeta Tierra han generado y generan la resistencia de los dueños de la economía, y no se van a lograr resultados si los pueblos organizadamente agrupados no ejecutan su acción colectiva, coordinada. Por ello, a la fuerza de la resistencia a los cambios se debe contrarrestar con la fuerza de la insistencia ecologista, mediante movimientos y acciones concretas y homogéneas.

La Tierra requiere con urgencia de guardianes planetarios; por supuesto sin acciones desaforadas, pero con metas claras de lo que se busca. Se precisan de grupos que actúen como verdaderos ejércitos, aunque sin armas, con distintas estrategias de trabajo y movilización.

Esta situación ya ha comenzado a aplicarse espontáneamente en algunos países, donde las labores ecologistas  no le dan tregua al sistema y ya van encontrando cierto grado de atención de sus gobiernos. Desdichadamente estos últimos tardarán en entender que ya no pueden hacer lo que les venga en gana en contra del medioambiente.

Aprovechando la reciente reunión (diciembre 2014) de la Organización de las Naciones Unidas, en Lima Perú, hizo conocer su voz un vibrante, como combativo,  pronunciamiento de organizaciones internacionales de base de innumerables países. Todos decidieron enfrentar como se merece al sistema dominante, su pretendida economía verde y su actividad destructiva contra la Tierra.

Gustavo Portocarrero

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