Ángel González Quesada es dramaturgo, guionista, actor y director del grupo de teatro ETÓN. También es miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET) y fue el ganador del primer Premio Hispanoamericano de poesía Ernesto Cardenal. En su último artículo, publicado originalmente en ‘Salamanca al día‘, Quesada nos habla de unos de los grandes males que todavía acechan la sociedad española: el machismo y las terribles consecuencias que arrastra todavía hoy.
‘El respeto a su país’
En algunos (pocos) espacios informativos, y arrinconada en la sección deportiva, la noticia de una joven española, árbitro de fútbol, que decide dejar de realizar esa actividad por no poder soportar los continuos insultos y amenazas de los espectadores, pasa como de puntillas y sin hacer el mínimo ruido en el tráfago de un verano especialmente brutal en lo que atañe a la expresión del machismo. La joven habla con el periodista -que, por cierto, se dirige a ella con la insana curiosidad y la paternal expresión de suficiencia de quien muestra al televidente la prueba de un hecho extraordinario-, y detalla la expresión de los insultos que durante meses ha tenido que soportar en los campos de juego, todos caracterizados por ese aire de superioridad y esa verborrea ignorante que el machismo ejerce para reafirmar su propia estupidez y también, se lamenta la árbitro frustrada, que en muchas ocasiones esos insultos son pronunciados, gritados o escupidos con más crueldad, sevicia y desprecio si cabe por, ¡ay!, voces femeninas.
Como tampoco al alcoholismo, la crueldad cotidiana o la falta de responsabilidad individual, un profundísimo problema de mala educación hace que ninguna atención se preste en este país al machismo, la grave enfermedad social y educativa que es causa de gran número de los más importantes problemas de la convivencia, y que, en cada ocasión en que se manifiesta con especial notoriedad, como éste de la joven árbitro (que parece anecdótico) o cada uno de los crímenes machistas que continuamente empobrecen nuestra dignidad (efectos ambos de la misma causa), es tratado informativamente como asunto extraordinario, inusual o inusitado, cuando la verdad es que la realidad que los subyace y provoca es la expresión absoluta de una cotidianidad específicamente española, machista hasta decir basta, podrida hasta la médula en cuestión de igualdad, respeto y fraternidad, misógina en todo lo que define su identidad –tradiciones, religiosidad, costumbres, escalafones, hábitos, rituales, festejos, dignidades, trabajo…-; es el machismo más puro, el más execrable, asqueroso y cruel por estar institucionalizado socialmente; es el desprecio absoluto a la igualdad entre sexos, el menosprecio permanente a lo femenino, a la femineidad y a la misma mujer en su individualidad.
Es el machismo ruin, el más mezquino y fatuo, tolerado y promovido por instituciones con todo tipo de absurdas permisividades, fórmulas y rituales, conservado y remachado con las mal llamadas tradiciones que condenan a la mujer a la complementariedad del macho, que la arrumban a lo supletorio del hombre y la consagran en lo accesorio de la masculinidad contando, además, con cierta instancia de lo que algunos columnistas provincianos o locutores de campanillas llaman caballerosidad o galantería, que es la más zafia expresión de la vileza porque persigue idéntico desprecio. Es, también, el machismo de la negativa a las discriminaciones positivas, que enarbolado como argumento una falsa igualdad consagran la desigualdad, la indignidad, el maltrato social, el germen de la posesión, la intransigencia y el crimen; el mismo machismo que seguirá alimentando esos rebuznos humanos que desde la grada insultan, escupen, vociferan, consiguen –y seguirán consiguiendo- que una joven árbitro pierda al tiempo la ilusión por su oficio y el respeto a su país.
Ángel González Quesada