Desde la cumbre de la catedral de piedra tallada en gótico veía el amplio valle. El aire silencioso que rodea la antigua atalaya es un espacio de abejas sobre un océano de tierra vestido con colores difusos, y hombres y bestias son puntos inquietos de aquella vastedad. Salvo el silbido del viento, nada más escucha el contemplador.
Abajo, al pie de la mole, otro hombre mira la obra labrada en roca que sube y parece hender las nubes para darles formas humanas y rombos de espuma. Hay aquí abajo un silencio sólo roto por el movimiento rumoroso de seres cercanos, hechos a su semejanza y necesidad.
El de arriba contempla las figuras esculpidas en la piedra intemporal y las siente próximas y las comprende. Vistas de cerca son inmensa sombra, y el grifo es para él un ala rugosa que todo lo cubre, con garras como lazos que parecen capturarlo. Él piensa que son figuras sin vida y no les teme: se siente dueño del escenario y domina a sus actores como domina el paisaje a sus pies.
El hombre de abajo sonríe al mirar desde la llanura aquellas monstruosas gárgolas y seres mitológicos: está a salvo del maleficio que amenaza al otro situado en las alturas.
La piedra milenaria cae en cascada hacia el hombre de abajo, absorto en tanta magnificencia, seguro en la firme planicie.
Ambos son vencidos.
Alejo Urdaneta es escritor, ensayista y miembro de la RIET. Esta pieza literaria ha sido publicada previamente en la Página de los cuentos.