Por la calle de las palmas, en una casa roja, vive María Mercedes Bustos.
Esta abuela de 85 años es uno de los símbolos femeninos de la tradición y sabiduría del municipio de Quebradanegra.
Hoy nos compartirá cómo fueron los hilos de su vida.
Por: Paola Jinneth Silva
Mercedes nació un 8 de junio de 1932 cuando estas tierras eran mucho más verdes y salvajes. Una vida dura la recibió e hizo de ella un alma noble pero trabajadora. Recuerda que se crió junto con sus padres. Su Padre, Carlos Julio Bustos, era un aguerrido arriero que trabajaba bajo la lluvia y el sol espantando las mulas que cargaban el café. Una actividad prospera y dura que en esos tiempos marcaría bastante la creación de escuelas y organizaciones campesinas del municipio.
No obstante don Carlos muere muy joven, “Tenía 35 años de edad cuando una mula le pateo los riñones. En esa época lo vio un Tegua, que era como decir un médico. Él lo opero, pero como ignorantes no lo cocieron. Yo tenía nueve años y le ayudaba a atenderlo. Duro en cama padeciendo un año” Recuerda Mercedes.
Fue así que su madre, Doña Julia Garzón, quedo sola criando a 7 hijos. “Eran épocas más duras para las mujeres” cuenta Mercedes, pero su madre era toda una profesional. Desde muchas generaciones atrás las mujeres de su familia fueron heredando un saber especial que llego a su madre de manos de su abuela Domitila.
Doña Julia cogía los cogollos de la palma de iraca, los arreglaba, los cocinaba y los ponía a secar al sol. Al final hilos blancos que pasaban danzando entre sus dedos terminaban de diferentes formas y diseños que luego lucían las cabezas de hombres y mujeres. Su especialidad eran los sombreros de iraca.
“Éramos cuatro tejiendo en la casa. Así nos ganábamos la vida. Como yo ayudaba en los quehaceres de la casa sólo tejía dos sombreros a la semana, en cambio mis hermanas se hacían seis. Con eso me compraban zapatos y vestidos. Esa era mi ilusión”
Haciendo caminos
“Mi mamá salía a las tres de la mañana para Útica por un camino rial que había por la vereda Santa Bárbara. Yo la acompañaba cada quince días por esa trocha tan fea. Ella se hacía un almuerzo en hoja de plátano y se echaba sus 20 sombreros para vender ese lunes, que era el día de mercado. Vendíamos a un centavo el sombrero. Eso era barato. Compraban los campesinos, pero sobre todo un señor que conocimos como Antonio. Él nos mostraba fotos en el aeropuerto y era muy conocido porque se los llevaba a otros países. Ya cuando terminábamos de vender nos devolvíamos tipo 4 0 5 de la tarde y llegábamos aquí al pueblo a las 8 de la noche”
Esos eran los destinos de estas mujeres tejedoras. “Ella a veces se iba sola. Siempre se sufría mucho. Mis hermanos eran 4 hombres y 3 mujeres, los hombres iban al campo y nosotras en la casa y el tejido”.
Mercedes aprendió mirando a su madre “Antes no se enseñaba como ahora, uno aprendía era viendo. Yo aún recuerdo el proceso para hacerlo, pero ya casi no hay palma de iraca, toca es comprarla. Igual a veces me traen y yo les tejo”
Los retoños de Mercedes
Mercedes tejió con juicio hasta los 19 años. A esa edad recuerda se enamoró. Conoció a don Álvaro Martínez quien nació en Nimaima y de Tobia llegó a estas tierras a trabajar. “Me toco duro, como profesora, eso era repita y repita. Hicimos 16 hijos” Su compañero, cuenta, falleció hace 36 años y desde entonces no conoció más hombres. “Una fiebre muy terrible le dio. Era como dengue y no la resistió”
Así continuo su vida con sus hijos y tejiendo por encargo. El saber que su madre le dejo fue su carrera para la vida además de cursar hasta tercero contando con la dicha de saber leer y escribir. “Hago sombreros con aliscos (punta alta) y cachuchas. Nunca tinture la paja, siempre mi tradición fue mantenerle el color original. El blanco”. Explica.
Después hicieron concursos de los cuales recibió el reconocimiento por su arte: “En el colegio me gane un premio por un tejido de una mesa con asientos hechos en paja. Un programa de televisión que se llamaba Momento Cultural me entrevisto, me han invitado a Bogotá y las fotos de mis manos tejiendo salen en el festejo del año 300 del municipio. Ahora ninguna de mis hijas teje para vivir, Carmenza lo hace para consentir a sus hijas y Edilma hacia antes esteras que le compraban para los presos. Aun así, me queda un nieto que teje. El Diego”.
Mercedes no sabe cuántos sombreros tejió sus manos y tampoco sabe con exactitud los bisnietos que ha retoñado gracias a su saber. Así que con su familia hicimos la cuenta de tres generaciones: 16 hijos, 29 nietos y 16 bisnietos.
Toda su historia la hace sentir orgullosa “Para mí el tejido es importante, es mi vida y me ilusiona, me hace feliz porque desde pequeña lo hacía y lo recuerdo con gusto. Ahora los hijos no me dejan tejer mucho porque me duelen las manos y la vista, pero cuando me encargan los hago. Una vez por ejemplo me encargaron uno y con eso tuve para pagar mi recibo de la luz. Ahora es difícil tejer porque toca comprar la iraca, pero el sombrero vale más, puede estar a 50.000, aun así, no se venden como antes.
Y mientras terminamos de conversar le pido a Mercedes que me regale una foto de su sonrisa, de esa alegría que gracias a un saber creado por muchas abuelas atrás y que nació del conocimiento y la relación con la palma de iraca, hoy ella nos comparte con una imagen: Ella una abuela aguerrida con sus blancos cabellos y con su blanco sombrero. Mercedes siempre estuvo creando historia y preservando un saber que depende de las nuevas generaciones continuar.
Apunte: La palma de iraca, cuyo nombre científico es
Carludovica palmata crece en zonas húmedas de nuestro territorio. Las cintas que se pueden sacar del cogollo que es la formación de sus hojas, que junto con el proceso de cocinado y secado al sol permite fibras tan resistentes y manejables como para que se conviertan en un hermoso sombrero.
Articulo publicado: Revista El Armadillo 2018