Maestra, ¡ayúdeme a mirar!”
Eduardo Galeano (alumna que veía el mar por primera vez).
Son tiempos de gran confusión, de noticias que en lugar de esclarecer ensombrecen, de revisión acelerada, de deshumanización, de confrontación y violencia… Tiempos de artificio y de olvido, de miedo y menosprecio a la inmensa capacidad humana… A la pandemia COVID-19 le han sucedido grandes catástrofes naturales y alteraciones ecológicas, algunas de carácter irreversible…Y guerras muy patentes se han añadido a las “ocultas”; la brecha social a escala mundial se ha ampliado más todavía, y miles de migrantes reclaman sin cesar, trasladándose y viviendo en condiciones humanamente inaceptables, que la gobernanza mundial les atienda, cumpliendo plenamente el principio esencial de la igual dignidad.
La plutocracia neoliberal, jalonada por múltiples paraísos fiscales, ha sustituido pautas políticas por mercantilismo; y la justicia, piedra angular de la convivencia y del progreso solidario, ha abandonado su imprescindible independencia en favor de vinculaciones ideológicas —“conservadores “o “progresistas”— radicalmente intolerables…
Y al igual que el veto de los cinco vencedores de la Segunda Guerra Mundial en el caso de las Naciones Unidas, que las inhabilitaban para la toma de decisiones desde su origen, ahora es la Unión Europea, por el absurdo requerimiento de la unanimidad —la unanimidad es la antítesis de la democracia— la que no puede ejercer el papel esencial que le correspondería, dejando al mundo en su conjunto en manos de la razón de la fuerza y de “democracias” impropias… El actual “desorden mundial” (título del Dossier Vanguardia de enero a marzo de 2023) requiere de forma inaplazable la construcción, hasta ahora inimaginable, de un nuevo sistema multilateral democrático. La adopción de una Declaración Universal de Democracia podría ser el gran referente mundial para esta renovación crucial de la gobernanza global.
José Enrique de Ayala ha tratado con gran acierto recientemente estas cuestiones (“La crisis geopolítica de un mundo multipolar”) en la Gaceta Sindical de diciembre de 2022, donde Francisco Aldecoa aborda la apremiante necesidad de profundizar en un proyecto federal europeo.
Los seres humanos no “estamos” en el mundo, sino que “somos” el mundo, ha subrayado Emilio Lledó en el excelente capítulo de “Educación para la democracia” de su libro Identidad y amistad (Taurus 2022): “La mirada humana”, escribe, “es visión e interpretación. Una visión que puede entender lo que ve (…). La posibilidad de entender tiene que alimentarse continuamente de libertad y luz (…). La luz de la palabra es lo que crea el universo de lo humano” … Repito aquí dos conceptos que me parecen esenciales para un nuevo comienzo: deber de memoria y delito de silencio. Sí: ahora “Nosotros, los pueblos” ya podemos poner en práctica el párrafo tercero del preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos,” compelidos a la rebelión”. Movilización general para un multilateralismo democrático que requiere —como han indicado Roberto Savio y Giuliano Rizzi (OtherNews, 13 octubre 2022)— “restablecer una brújula para identificar las nuevas trayectorias de cambio”. Cambios apremiantes para poner en práctica, por fin, la primera frase de la Carta de las Naciones Unidas: “Nosotros, los pueblos, hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”.
Hasta hace muy pocas décadas, “Nosotros, los pueblos” no existían. Bajo un poder absoluto masculino, el 90 % de la ciudadanía nacía, vivía y moría en unos pocos kilómetros cuadrados. Solo sabían lo que acontecía en su entorno inmediato. Y eran temerosos, obedientes, silenciosos, silenciados. Ahora, en cambio, “los pueblos” ya pueden actuar, si logramos que dejen la inercia de ser espectadores impasibles y se transformen en diligentes hacedores del futuro que anhelamos. Ahora sí, con una ciudadanía consciente y capaz de reaccionar, sabiendo que la esperanza radica en la creatividad humana, la desmesurada facultad de diseñar cada uno su futuro. Mientras algunos sigan aferrados a un sistema económico especulativo y con grandes inversiones militares, con deslocalización productiva hacia el Este –todo vale, sin reparar en condiciones laborales- y deslocalización directiva e innovadora hacia el Oeste, que favorece sólo al 20% de la humanidad y amplía los desgarros sociales, seguirán afluyendo emigrantes desesperados, a riesgo de su propia vida. Cabemos todos y todos somos iguales en dignidad. El gran desafío para el futuro que anhelamos es compartir mejor. Y para ello no hace falta más que echar un vistazo al mundo en su conjunto, para apreciar lo que tememos comparativamente. Es cuando “miramos” al mundo cuando, súbitamente, nos sentimos hermanos (como establece, por cierto, el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). La solución es el desarrollo. Con un gran plan de desarrollo global sostenible se proporcionarían las condiciones adecuadas de habitabilidad y progreso, lo que permitiría que la emigración fuera una decisión libremente adoptada, beneficiosa para todos.
La Europa “democrática”, la Europa de los derechos humanos –descritos en el año 2000 en una de las “Cartas” más precisas y preciosas-, la Europa “desarrollada” y próspera… mirando hacia otro lado. La Europa de los mercados ha olvidado los “principios democráticos” que tan lúcidamente se escribieron en la Constitución de la UNESCO al final de la segunda gran guerra.
La más relevante lección de la crisis mundial producida por el coronavirus es que el conocimiento es el pilar fundamental de la nueva era. En pocos años se han producido profundos cambios de índole muy diversa que deben permitir ahora, si seguimos asidos al recuerdo y no permitimos que, una vez más, los pocos distraigan y amilanen a los muchos, alcanzar los siguientes grandes objetivos: la igual dignidad de todos los seres humanos, sea cual sea su género, etnia, ideología, creencia…; la participación de la ciudadanía a escala nacional (democracia real) e internacional (multilateralismo democrático), para el pleno ejercicio de una gobernanza que excluya los artificios plutocráticos (G7, G8, G20) del neoliberalismo y asegure un correcto legado intergeneracional; la movilización popular presencial y en el ciberespacio porque, por primera vez en la historia, todos pueden expresarse y comunicarse gracias a la tecnología digital; aplicar sin demora un nuevo concepto de seguridad para hacer frente no sólo a los conflictos territoriales sino a las catástrofes naturales o provocadas; un nuevo concepto de trabajo, que libere a la humanidad de muchas tareas que no requieren el uso de sus facultades distintivas, siempre la máquina a su servicio y nunca al revés; educación a lo largo de toda la vida, que no se confunda con capacitación, desarrollando la autonomía personal, las facultades reflexivas y creativas…; inaplazable puesta en práctica de la Agenda 2030 (Objetivos de Desarrollo Sostenible), teniendo en cuenta la prioridad indiscutible de los procesos potencialmente irreversibles…
José María Lassalle, en un artículo sobre inteligencia artificial escribía (“El País”, Ideas, 8.3.20 20):” Nos adentramos en un escenario en el que las externalidades negativas que puede liberar la IA si no se desarrolla dentro de un marco regulatorio adecuado puede llevarnos a la distopía, la exclusión y la desigualdad… La Comisión Europea aprobó el 19 de febrero de 2020 un Libro Blanco sobre IA en el que se diseña una IA con bases éticas… centrada en el ser humano. Se trata de una propuesta que busca perfeccionar la democracia y el mercado, sin renunciar a la autonomía responsable de los ciudadanos y de los consumidores…”
Ya puede vislumbrarse la regulación ambiental y la puesta en marcha de los objetivos de paz con la Tierra y en la Tierra. Ya es posible que “los pueblos” cumplan la misión que las Naciones Unidas les encomendaron en 1945. La capacidad creativa, nuestra esperanza colectiva porque, por primera vez en la historia, los seres humanos, iguales en dignidad, pueden expresarse libremente gracias a la tecnología digital. Por eso es apremiante ser muy numerosos los que se den cuenta de que, finalmente, el futuro está en sus manos… Y de que deben superar la tentación de “dejarse llevar”, de ser abducidos por la irrelevancia y la irresponsabilidad. El artículo primero de la Constitución de la UNESCO define a los “educados” como quienes “son libres y responsables”. Ha llegado el momento de la libertad, el don supremo, y la responsabilidad, empezando por tener en cuenta permanentemente a las generaciones venideras.
Es imperativo un nuevo comienzo en el que, conscientes de los grandes desafíos, pero también de los motivos de esperanza, logremos grandes clamores populares que puedan eliminar la gobernanza plutocrática y contribuir a un diligente multilateralismo democrático.
Educados en la libertad y la responsabilidad, el futuro debe esclarecerse en virtud de las facultades distintivas de la especie humana: reflexionar, imaginar, anticiparse, innovar, ¡crear!, excluyendo para siempre la fuerza y el dinero de las instituciones de gobierno.
Con el liderazgo de las comunidades intelectuales, científicas y culturales, representadas por personas que han alcanzado gran notoriedad, y por aquellas que cuentan con un gran conocimiento y reconocimiento público (pienso en Leo Messi y Joan Manuel Serrat….) se conseguiría que fueran muchísimos, especialmente jóvenes, quienes permitieran la transición de una cultura de fuerza a una cultura de paz y no violencia, de multitudes irrelevantes y fácilmente dominables a personas que “dirigen su propia vida”, tal como definió magistralmente don Francisco Giner de los Ríos el objetivo del proceso educativo, para formar a sembradores de solidaridad, capaces de compartir, de convivir, de desvivirse por los demás.
Debemos pensar hoy muy en primer lugar en la guerra de Ucrania, pero también en las demás guerras (tal como dicen Andrea Rizzi, José Naranjo y Antonio Pita en El País21.12.2022 en su artículo “La guerra de Ucrania es terrible. Estas otras también”) en las que la mayoría de la información es modulada por los grandes oligopolios, para llevar a la práctica la gran misión de “Nosotros, los pueblos”, fórmula prematura en 1945 pero posible actualmente. Y esta es la gran esperanza, que se ha consolidado recientemente con otras buenas noticias: en primer lugar, la energía de fusión nuclear, que —contrariamente a lo que sucede con la fisión nuclear— no deja residuos radiactivos y es una fuente inagotable de energía. El proyecto ITER languidecía desde hace años, pero ahora, por fin, el Departamento de Energía de los Estados Unidos (Servicio Nacional de Ignición) ha conseguido, con energía láser de 3 millones de grados Celsius, la transformación de hidrógeno en helio más neutrones.
Ahora ya es posible afrontar los requerimientos ecológicos de una humanidad de 8000 millones de personas, que puede, mediante el multilateralismo democrático sin vetos reconducir con acierto el destino común.
¡Por fin “los pueblos”, la democracia genuina, en el timón de la nave Tierra!… para marginar a los grupos plutocráticos de la gobernanza mundial y poder hacer frente a desvaríos inadmisibles, como el del magnate Elon Musk, que ha anunciado que “en seis meses pondría un chip en el cerebro humano”. “Nosotros, los pueblos” no consentirán la deshumanización, la pérdida de la libertad y la creatividad, los dos grandes pilares de la especie humana. Se acercan momentos críticos… pero también grandes oportunidades para los cambios impostergables… para un nuevo comienzo.
Federico Mayor Zaragoza
Miembro de la RIET
Profesor, poeta y político
Director general de la UNESCO entre 1987 y 1999