El poemario doble que habían soñado los escritores colombianos Álvaro Mutis y Carlos Patiño, con ilustraciones de Hernando Tejada, acaba de reeditarse gracias a los oficios del Áncora Editores.
Imagino a Álvaro Mutis y a Carlos Patiño yendo a los Talleres Prag, tratando de liquidar el pago de La balanza, el poemario doble que habían soñado desde meses antes con ilustraciones de Hernando Tejada. Puedo entender su temblor de jóvenes inquietos mientras la edición salía de las máquinas, un 16 de febrero de 1948. Pero sería sólo dos meses después, un día antes del Bogotazo, cuando la edición pudo retirarse de la imprenta. “Carlos y yo tuvimos que esperar, para retirarlo de la imprenta, hasta los primeros días de abril del mismo año cuando habíamos ya reunido el dinero… El 8 de abril distribuimos los ejemplares destinados a la venta en las más importantes librerías del centro de Bogotá. Al día siguiente, 9 de abril de 1948, la edición se agotaba en pocas horas, pero por incineración”.
Es extraño el destino de la literatura colombiana. El mismo día, ese 9 de abril que ha sido retratado con maestría por Miguel Torres o Arturo Alape, se quemaban en un viejo hotel de la calle 12 los primeros textos de Gabriel García Márquez. Ambos, Mutis y Gabo, marcarían de ahí en adelante el devenir de la literatura colombiana.
La balanza, en edición facsimilar, acaba de reeditarse de nuevo gracias a los oficios del Áncora Editores. En él se incluyen trece poemas repartidos entre los dos autores. De un lado, la poesía de Patiño Roselly, mucho más apegada a una idea más académica, con imágenes que persiguen una suerte de paraíso perdido. En el caso de Mutis ya se asoman sus temas, desarrollados a partir de ese momento, en libros que serán esenciales en la literatura en español: Los elementos del desastre, publicado en 1953; Reseña de los hospitales de ultramar, en 1955, y Los trabajos perdidos, en 1965. Eso en cuanto a su producción antes de los años ochenta, cuando incursionó en la novela con su serie dedicada a Maqroll.
He oído en estos días discusiones acaloradas sobre el verdadero valor de Mutis, y creo que discutirlo es, ante todo, una necedad. Álvaro Mutis es un gran poeta, y lo era antes de que fuera reconocido por muchos de quienes hoy lo critican. Así se pone de presente en esta bella edición que celebra el entusiasmo de dos jóvenes que ya hablaban del miedo, de la falta de memoria, de un país que no figuraba —más allá del costumbrismo— en ninguna enciclopedia y que buscaba en los remolinos de su propia violencia algo que decir. Algo sencillo como “La mañana se llena de voces, / voces que vienen de los trenes / de los buses del colegio / de los tranvías de barriada / de tibias frazadas tendidas al sol / de las goletas / de los triciclos / de los muñequeros de vírgenes infames / del cuarto piso de los seminarios / de algunas piezas de pensión / de los parques públicos / y de otras muchas moradas diurnas del miedo”.
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