“¡Era tan buena persona…!” Ya puede morirse el más canalla de los malvados o el más dulce de los afables, que en el momento de despedirle de esta vida y quedar en situación de criar malvas, todo son elogios y halagos hacia su persona. No conozco en vida un difunto que se lleve a la tumba un mal día de entierro y quede sin que nadie que le recuerde se dedique a guardarle memoria echándole alguna que otra flor.
Parece que cuando pereces no hay mal que sin bien no venga y que los fríos recuerdos sean del polo positivo, pero supongo que será por respeto a quienes velan y rinden homenaje al cuerpo presente que pasa de ronda y a futura mejor vida. Mejora que se queda entre la tela de juicio ya que habría que morir antes para poderla vivir pero no creo que perezca una buena idea. Si cuando morimos todos perecemos buenos…¿por qué no lo hacemos en vida? La muerte que tenemos es que acabamos tumbados después de dar tantos tumbos con los pies en la tierra y eso si que es una suerte.
Ya en el eterno silencio algunos de ellos se convierten en direcciones de calles y reciben barajas de distinciones que vivos no pudieron sobrevolar. Queda claro que el luto delata hipocresía por mucho que haya sido muy buena persona el difunto que se desvela como la muestra de democracia más vital de nuestra época. Hay quien presume de dar el último adiós sin haber dicho ni hola cuando vivito y coleando escondían la cola. Con la muerte de un buen hombre ha nacido el marketing fotofúnebre. Hay restos mortales que nos dejan y enteros vividores que persisten, al igual que existen capillas ardientes y capas de hielo. ¡Era tan buena persona…!”