De la espada de Alatriste al aerosol del grafitero, el escritor español Arturo Pérez-Reverte presentó ayer las armas de todos sus héroes en la Feria del Libro de Buenos Aires, con su última novela, «El francotirador paciente» como gran protagonista, según detalló en un encuentro con la prensa.
En este último trabajo, Pérez-Reverte (Cartagena, España, 1951) se sumerge en la «guerrilla urbana» del mundo del grafiti, una forma de expresión que es para él «un acto vandálico» pero también «un ajuste de cuentas» con un mundo en el que el arte está «tan pervertido, tan contaminado y tan prostituido como el resto de la sociedad».
«Aunque no comparto su actividad, sí puedo comprender perfectamente los motivos que les llevan a ello», explicó el escritor de «La piel del tambor», quien recorrió las calles de Madrid junto a auténticos grafiteros antes de publicar su última novela.
«Fui con ellos, me vestí de negro, cortamos alambrada, entramos en estaciones, pasaron guardias… Yo ahí decía cómo me pillen los guardias con estos tipos…», bromeó el hombre que ocupa el sillón de la T en la Real Academia de la Lengua Española.
Detrás de esos encapuchados nocturnos que firman los vagones de metro descubrió al individuo que «no es nadie», que «come macarrones y vive con su madre», pero que encuentra en el grafiti la forma de reivindicar que existe.
«Una noche corríamos a oscuras huyendo de los guardias y yo corría y sabía lo que es correr de noche en la guerra, sé que hay alambradas, hay obstáculos, hay agujeros en el suelo que te puedes partir el alma», recordó el experiodista que fue corresponsal en la antigua Yugoslavia y en el conflicto del Golfo.
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