Nuevo artículo de temática social del impulsor y presidente de Mare Terra Fundació Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET), Ángel Juárez. A raíz de la muerte de un destacado líder vecinal, Juárez recuerda el papel que muchas personas anónimas han desempeñado con el único objetivo de mejorar la vida de sus barrios y ciudades. También reconoce que, en este ámbito, cualquier tiempo pasado fue mejor…
’Líderes anónimos, pero siempre necesarios’
El pasado 23 de marzo murió Domingo Bahillo. Para aquellos que no tuvierais el honor de conocerlo, os puedo explicar de primera mano que fue un luchador y un referente para muchos vecinos de Reus aunque la vida no fuera generosa con él. Bahillo representa a la perfección a toda una estirpe de líderes sociales y vecinales que, desgraciadamente, se está perdiendo para no volver.
Cómo han cambiado los tiempos… El otro día, tras enterarme de su muerte, me dio por mirar fotos antiguas (la nostalgia y la tristeza suelen caminar cogidas de la mano) de las primeras asambleas que celebramos en la Asociación de Vecinos de Riuclar, a finales de los años 70. Y comprobé con pesadumbre que más de la mitad de las personas que aparecían en las imágenes ya habían fallecido. En aquellos tiempos yo tenía 18 años, mientras que la mayoría de los allí presentes contaba con cuatro décadas de existencia a sus espaldas.
No me quiero engañar a mí mismo: es ley de vida. Y sin embargo, aquel día, sentado en mi comedor, revisando esas fotos antiguas, no pude evitar tener una cierta sensación de vacío… No podía (ni puedo) sacudirme de encima la incómoda sensación de que todo el trabajo que tantas personas han hecho durante décadas a nivel social por la mejora de la vida de muchos vecinos pueda caer en un saco roto.
Lo diré bien claro: andamos escasos de personas que puedan dar ejemplo. Necesitamos más valientes. Necesitamos más Bahillos, más Andreu Carranzas o más Pere Angladas. Porque al final, pese a que me cueste admitirlo, todo el mundo espera las palabras de un líder, de alguien que sea capaz de globalizar las ideas, canalizarlas y comunicarlas. Y de este tipo de personas andamos cortos, y ya no sólo en las asociaciones de vecinos o en las entidades, sino también en los sindicatos, en los partidos políticos, en la calle. Porque estos seres son los que hacen posible los cambios. Los que convierten las buenas palabras en hechos. Los que buscan soluciones a los problemas. Los que se preocupan por mejorar su barrio y la vida de sus vecinos, aunque no lo proclamen cada día a los cuatro vientos.
¿Qué ha pasado con ellos? ¿Dónde andan escondidos? Algunos (aunque cada vez somos menos) continuamos al pie del cañón. Otros, por la soledad que conlleva el liderazgo, por el agotamiento o por ambas cosas, se han ‘quemado’ y han tirado la toalla. Muchos otros, los más idealistas, han abandonado el barco al comprobar que la revolución que habitaba en su cabeza no podía trasladarse a la vida real. Y finalmente, nos quedan aquellos que han optado por tomar el camino más sencillo, y han pasado a formar parte de la lista política que les prometía el lugar más alto en la clasificación. No los culpo. Pero no deja de ser triste. En Tarragona, sin ir más lejos, algunos líderes vecinales conocidos que hasta hace cuatro días criticaban con sarna a los políticos, ahora están esperando (con saliva en sus colmillos) a ocupar un sillón de regidor en los plenos del Ayuntamiento.
Y yo, que todavía puedo disfrutar tranquilamente de la de película desde el sillón de mi casa (aunque han venido a buscarme para liderar listas municipales en algunas ocasiones), me puedo permitir el lujo de opinar, desde el confortable cojín que me proporciona la experiencia, que las personas más pequeñas son aquellas que necesitan un cargo para demostrar que están por encima de los demás. Sólo hay que darse una vuelta por los ayuntamientos, sindicatos o demás instituciones para comprobar que están llenas de individuos intrascendentes, que pueden ser mejores o peores, pero que no tienen lo que hay que tener para cambiar el mundo, aquello que sí que tenían los compañeros anteriormente mencionados o muchos de los que tomaban la palabra en las primeras reuniones de Riuclar. Ese ‘algo’ difícil de definir, ese adjetivo inescrutable que como cantaba Calamaro, “dicen que hay que tener y no muchos tenemos”.
De todos modos, más que una crítica, mi idea inicial era que este artículo fuese un cálido y sencillo homenaje a todos aquellos que han dedicado los mejores años de su vida a intentar mejorar la de los demás. Personas que se han dejado la piel y a cambio, en demasiadas ocasiones, tan solo han recibido críticas, odios infundados y acusaciones envidiosas. Personas que creyeron que el cambio social no era una utopía. Personas cuyos nombres no ocupan las placas de las calles y plazas de los barrios o ciudades. Personas que son olvidadas poco tiempo después de morir, pese a todo el trabajo que han hecho. Líderes de verdad y para siempre. Líderes que, de aquí a la eternidad, tendrán mi más sincera admiración.
Ángel Juárez Almendros. Presidente de Mare Terra Fundación Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra