Gustavo Portocarrero es abogado, periodista, filósofo y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). El escritor boliviano nos envía de tanto en tanto extensos artículos muy desarrollados que nosotros leemos con mucho interés. Hoy nos habla de un grave problema que afronta el país: la construcción de una carretera que dividirá en dos partes la reserva nacional de Bolivia. Leedlo porque vale la pena.
‘Una bomba del tiempo denominada Tipnis’
La prensa nacional informa que el Sr. Presidente de la República, convirtiendo el pasado en presente, ha vuelto a su vieja advertencia de que la construcción de la carretera, –que partirá en dos y triturará en pedazos loteados nuestra sagrada reserva nacional– es una realidad. De inmediato, un funcionario oficial del Beni anunció consulta con los lugareños “para conocer su criterio”, pese a que igualmente se hará la obra, porque ya lo dispuso así su superior nacional. A continuación, un obediente ejecutivo técnico de cierto ente que dice ser “binacional” anunció que abrirá la carretera y –como treta decoradora– que el camino será asfaltado.
No dejó de sorprenderme la originalidad de las tres declaraciones. La primera, porque salta a la vista que el Supremo Gobierno supone que ha hecho enfriar, dormir u olvidar, en dos años de silencio, el problema del TIPNIS. De otro lado no toma en cuenta, que lo que su veleidad pretende imponer –con el uso de la fuerza, si es preciso– ha hecho un pesado barro con el problema, y atizado el fuego de la opinión pública nacional e internacional. Tampoco se apercibe que no está al frente de ciudadanía olvidadiza, sorda, muda ni borrica; esta última, cualquier momento hará sentir su voz, con la respuesta adecuada.
La segunda declaración exhibe o ingenuidad o un propósito perverso oculto, porque la pregonada “consulta” –torciendo la realidad por consigna– va a continuar con su vieja triquiñuela oficial de salirse fuera de la zona y –a la mala– denominar: “comunidad” a dos o tres familias aisladas, falseando y alterando los resultados totales. Es vox populi cómo se ha amañado la voluntad de gente pobre, ignorante y necesitada, con un cúmulo de baratijas de regalo, promesas y futuras tentaciones. De otro lado, varios desleales (judas) ya han sido sindicados de apropiarse de dineros del Estado y la sociedad; aunque se desconoce si el Ministerio Público haya tomado cartas en el asunto, pese a su típica publicidad y aspaviento.
Finalmente, la tercera declaración, emitida por el obediente, como optimista constructor militar –llamémosle: sumiso destructor del medioambiente– no pasa de un entusiasmo servil e imprudente, si supone que las cosas le van a resultar color de rosa. Naturalmente no sabe con quién se ha metido (todo el país), siendo muy difícil que lo reciban con arcos de plata, aguayos y flores; aunque sí con otro tipo de arcos y flechas. Acabará obligado a usar armas ocasionando conflictos de sangre, si acusa como provocación a quien defiende lo propio.
Las tresGustavo Portocarrero declaraciones anteriores no son un simple reavivamiento del conflicto. Son la efectiva declaración de guerra contra Bolivia entera, porque aquella debía ser objeto de previa consulta ya que el problema del Tipnis no es local o regional, sino nacional, –y aún continental y mundial– porque se trata de un pulmón ecológico que ocupa el centro de Bolivia y América del Sur. Por otra parte, el Supremo Gobierno, atenta contra la propia Constitución, contra la propia fe del Estado (que dicta leyes para ser cumplidas y no derogadas de acuerdo a si la cabeza se levantó o no buen humor) Tampoco para cumplir designios económicos de manos escondidas, que destruirán el área para distribuirla entre quienes ya se ha denunciado públicamente (intereses de petroleros, cocaleros, madereros, hoteleros, etc., etc.)
La traición que se pretende consumar contra el país no puede tener perdón moral ni amnistía legal porque se va a destruir toda una selva primaria, una de las últimas estratégicas regiones limpias del continente, –en su directo corazón– atentando no sólo contra la ecología y el medioambiente del país, sino del propio orbe terrestre. Se recuerda que Brasil ya ha destruido lo mejor que tenía, precisamente por no hacer caso al clamor de sus aborígenes y ciudadanía, sino obedecer a quienes quemaron sus selvas para poner vacas y exportar carne.
Pero no sólo hay traición contra el país. La hay también contra sus propias convicciones ideológicas. Entendíamos que el gobierno nacional amaba la naturaleza, que tenía sus sacerdotes nativos que le rendían culto con inciensos, menjunjes y trajes ceremoniosos impresionantes. El país creyó devota y firmemente en su gobierno cuando hizo una reunión mundial en favor del medioambiente en Cochabamba, como respuesta a la traición de europeos y norteamericanos, que se negaron a detener el calentamiento global, para obedecer a sus amos: las corporaciones transnacionales ecocidas.
Pero el Tipnis no está solo. No ha sido apoyado únicamente el pueblo boliviano –que no le teme a la altanería, la amenaza ni la fuerza– sino por la comunidad internacional, cuyas fuerzas morales –el viril pensamiento ecologista, porque representa la vida– demostraron ser poderosas, racionales y de absolutamente leales con el Planeta Tierra, sin hipocresía. Se percibe una abismal diferencia entre quienes aman la vida, a riesgo de la propia, con los adulones por conveniencia de la Pachamama, autores de declaraciones torpes, líricas y huecas, que ahora –curiosamente– pretenden descuartizar toda la reserva del Tipnis en forma despiadada y descarada.
Desengañado el pueblo boliviano de falsos profetas nativos, tampoco se va a prestar a las jugarretas de dos caras sobre “beneficios” de la supuesta “modernidad” que aparejará tan catastrófica hecatombe. A muy pocos va a tomar el pelo con la muletilla de “mejorar las condiciones de vida”, porque los beneficios de la plus valía de ninguna manera van a resultar para los aborígenes –futuros trabajadores semi esclavizados– sino para los ojos lascivos y bocas babosas de lujuria de quienes se encuentran detrás, protegidos por la fuerza bruta del Estado.
Las condiciones actuales ya no se encuentran propicias para demostrarle al gobierno que está equivocado en lo técnico con su sugestiva carretera destructora. Ya se lo ha hecho de sobra y se lo ha dejado virtualmente sin palabra, como actualmente no dice nada porque no tiene tampoco palabras para justificar su crimen medioambiental. Menos se puede debatir con aquél en el plano ideológico ni doctrinal, por la testarudez y empecinamiento que exhibe. Peor aún si se hace oídos sordos a las denuncias sobre negociado con el sobreprecio de su costo.
Ya no se debe perder el tiempo haciendo más conferencias ni reuniones de este tipo. Es momento de prepararse para las acciones de respuesta, ante la destrucción artera de nuestra casa común:
- Movilizar a los sectores sociales intelectuales: universidades del país, trabajadores de la educación, universitarios, estudiantes, periodistas, radialistas y organizaciones ecologistas especializadas, para mantener viva la conciencia de que el peligro se aproxima, ante el cual nadie puede quedar indiferente. Deberán utilizar la pluma y medios de difusión para hacer llegar a todas partes, la estrategia unificada de acción, de acuerdo a las condiciones del momento.
- Movilizar a los campesinos e indígenas del país para pedir solidaridad física con sus hermanos de clase y raza sometida; si es posible, con alimentos, para quienes deban movilizarse.
- Movilizar a los trabajadores obreros de todas las actividades, incluyendo empleados públicos para que presten su ayuda como puedan hacerlo, sin arriesgar sus fuentes de trabajo.
- Crear comités de coordinación nacional, departamental e internacional y buscar la ayuda de operadores de comunicaciones, particularmente del Internet para la acción inmediata. Las calles serán nuestras.