Ángel González Quesada es dramaturgo, guionista, actor y director del grupo de teatro ETÓN. También es miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET) y fue el ganador del primer Premio Hispanoamericano de poesía Ernesto Cardenal. Recuperamos un escrito suyo publicado hace unas semanas en ‘Salamanca al día‘ titulado ‘Charlatanes’, en el que nos recuerda que debemos tener cuidado con los charlatanes que nos prometen milagros, y nuestra confianza debe seguir depositada en la ciencia.
‘Charlatanes’
Una prueba más de la inutilidad e incompetencia de los representantes públicos en el Congreso de los Diputados ha sido el reciente rechazo por su Comisión de Sanidad de la denuncia explícita de las llamadas “terapias alternativas” a los tratamientos médicos. La pseudociencia (o la “puticiencia”, como la llaman los científicos de Big Van), compuesta de miles de estafas, engaños, manipulaciones y falsos remedios contra la enfermedad (desde el cáncer a la depresión, desde las afecciones dermatológicas a los tratamientos pediátricos), se ha extendido siempre entre la gente de más bajo nivel cultural y de escasos o nulos conocimientos científicos, y constituye un negocio (muchas veces homicida), que es apoyado con interesada complacencia por quienes, a su sombra, medran económicamente sin importarles ni la verdad ni la vida de sus “pacientes”, que manosean y ahogan sin el mínimo pudor moral.
La llamada medicina “alternativa” o “complementaria” (el curanderismo, la homeopatía, la acupuntura o los llamados flujos energéticos, entre otras muchas), constituye una miscelánea de reclamos inverosímiles, deshonestos, costosos y muchas veces peligrosos, promocionados entre un público científicamente ingenuo, y cuya existencia ha sido prolongada en España por la incapacidad y la negligencia (y también, quién sabe en qué medida, el interés) de unos representantes públicos, los diputados, que, una vez más, han desaprovechado la oportunidad de moralizar y limpiar de patrañas la sociedad que dicen representar, y que han optado por mirar hacia otro lado, hacer de avestruz o, peor, seguir con la boca abierta a la estupidez.
El método científico, que no es infalible pero sí el mejor instrumento de que disponemos para contrastar y comprobar la eficacia de los tratamientos médicos, no puede ser paralelizado y ni siquiera puesto en el mismo nivel de razonamiento y discusión que la patraña y la engañifa de los charlatanes pseudocientíficos, que aprovechan la ignorancia y la creencia ciega (también la intoxicación previa y la deseducación continuada) para enriquecerse, prolongar la incultura y poner en grave riesgo –a veces fatal- la vida de personas que pierden, en medio de brebajes, pases mágicos y otras pamemas, las posibles oportunidades de curación o mejora.
El efecto placebo que muchas de esas pseudoterapias provocan, o la natural evolución de las patologías que dicen tratar, ha hecho que todavía masas de desesperanzados ignorantes, o estúpidos seguidistas o pobres víctimas de la incultura, sigan creyendo en el engaño, el fraude y el embeleco de las llamadas medicinas alternativas. El uso y prescripción de estas patrañas por miles de médicos (que no merecen tal nombre y deberían ser denunciados) y más miles de farmacéuticos (que lo mismo), hace que la creencia en la efectividad de semejantes embaucamientos no disminuya y que, al igual que sucede con otros autoengaños colonizados por oscuros intereses (la religión, por ejemplo) siga impregnando de embuste la esperanza de tantos.
En un país en el que el cuidado y apoyo a la ciencia, por escaso parecería de broma si no fuese trágico por lo mismo, genera desapego por el conocimiento a nivel popular, desconfianza por ignorancia en el método científico y, por lo tanto, creencia en cualquier charlatanería pseudocientífica o engaño sacacuartos, los representantes públicos no están a la altura. Que en la reciente reunión de la Comisión de Sanidad del Congreso, como se ha dicho, los encorbatados diputados no hayan sido capaces de ponerse del lado del interés de quienes representan, ni situarse al lado de la razón y la inteligencia, ni apoyar en un tema tan claro y meridiano la Ciencia y el raciocinio, ni promover la Medicina y el método científico que la desarrolla, ni hayan sido capaces de la explicación y la denuncia del engaño, y sigan tolerando, apoyando y consintiendo la existencia de este enquistamiento en la Edad Media que es la llamada ‘medicina alternativa’, hunde la utilidad del Parlamento, definitivamente, en la insignificancia. Una pena.
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Ángel González Quesada