Ángel Juárez Almendros
Presidente de Mare Terra Fundación Mediterrània(RIET)
Presidente de la Red Internacional de Escritores por la Tierra
Voy a romper una lanza a favor de la sanidad pública para perros, gatos y demás bichitos que nos alegran la existencia. Según los datos de la Asociación Madrileña de Veterinarios de Animales de Compañía (AMVAC), en España existen más de 20 millones de mascotas (es decir, hay una en cuatro de cada diez hogares). Otro dato significativo es que el gasto anual por cada perro (incluyendo comida, veterinario, etc.) es de más de 800 euros de media, y el de cada gato es de más de 500 euros. Teniendo en cuenta cómo son los salarios en España, es un dispendio considerable.
Varias personas me han confesado que les gustaría tener una mascota pero no pueden permitírselo. Eso es una desgracia, porque los humanos necesitamos a los animales y ellos a nosotros. La vida es más satisfactoria cuando estás acompañado de palabras y afecto humano, pero también de maullidos o caricias perrunas. Ahora puede ser un buen momento para que el animalismo avance en España desde una perspectiva política. Así que aprovecho este espacio para proponer que se realice una prueba piloto y se implante un sistema de sanidad pública para las mascotas. El experimento podría empezar con un número determinado de animales (los que necesiten cuidados más urgentes) y a partir de aquí estudiar cuánto cuesta y si sería asumible aumentar la atención de manera progresiva.
Y llegamos a la gran pregunta: ¿qué hacemos para que no se enfaden aquellos que no tienen mascotas? Yo planteo dos escenarios. El primero es que las personas que tengan un animal de compañía paguen un impuesto o una tasa especial al estado y que el sistema sanitario se sufrague con estos fondos. Una segunda posibilidad es que en la declaración de la renta aparezca una casilla para que los contribuyentes que así lo deseen colaboren con esta causa (me da en la nariz, llamadme malpensado, que tendría más éxito que la de la Iglesia).
Es probable que un modelo de gestión sanitaria como el que tenemos los humanos no sea asumible, pero que nadie pueda reprocharnos no haberlo intentado. Sería algo muy positivo para ti y para mí, para tu perro y para el mío, para los peludos a los que tanto queremos, para las personas que están solas y necesitan un amigo, para aquellos que lloramos con la muerte de Platero, en definitiva, para todos los que tenemos un corazón que late.
Y en esta misma vibración, invito a reflexionar si no serán, más que animales, compañeros. Algunos imprescindibles, como los perros lazarillos. Entrenados, como los perros policía. Milagrosos, como los perros de rescate. Protectores, como los que defienden a mujeres maltratadas. Naturalmente necesarios, como los gatos que controlan a ratas y topillos.
Pero muchos otros animales son simplemente maravillosos solo por estar ahí. El perrucho feo que adora al anciano cascarrabias al que, si no fuera por él, no aguantaría nadie. El perro grandote que, con paciencia infinita, deja que los críos le tiren las orejas y se acurruquen en su panza peluda, casi tan tierna como la de Platero. Los gatos que ronronean felices y que son capaces de aliviar, según estudios clínicos, el estrés o incluso la depresión con ese sonido ronco, de pura satisfacción de vivir sin importar qué pasará después. Un sonido que proclama que solo importa el aquí y el ahora, que expresa la felicidad de un instante de vida y que aporta ese mismo instante de paz en un mundo escurridizo que cada vez ofrece menos asideros seguros dónde agarrarse.
Esos pequeños y peludos habitantes de la casa forman tan parte del hogar que, sin saberlo ni ellos ni nosotros, forman parte de los cimientos o quizás de la pared maestra o quizás del entramado de hierro que mantiene firme nuestra casa bajo los ladrillos.
Porque un mal día, ya no están y cae encima de nosotros un vacío tan pesado que nos falta el aire. Que ese día llegue, como nos llegará a todos, porque es la hora, puede soportarse. Pero duele escribir que algunos humanos deciden envenenarles a escondidas mientras nos siguen sonriendo y deseando buenos días. Estos son los auténticos animales, los que no saben de compañeros por muy humana que sea su especie.