Nació en un país muy al sur del mundo justo en el preciso momento que un sargento bajito y bigotudo se quiso comer Europa a mordiscos. Al ver todo esto, se dijo que no podía ser, que había que hacer algo. Pensó primero en mudarse de planeta, luego comprobó que no tenía dinero (como siempre) para el pasaje, entonces se imaginó una isla, es decir, un mundo donde todos sus habitantes fueran felices, pero al tiempo de intentarlo descubrió que la isla se hundía.
Una tarde, enfadado, rabioso y furiosamente esperanzado, viendo pasar una muchacha hermosa, decidió cambiar el mundo. Y escribió su primera poesía. Ya mayor, empecinado en no sentar cabeza, militó en el campo de la utopía y anduvo por caminos poblados de profundas pero crípticas palabras. Así cruzaba nuestro amigo escribidor aquellos calendarios donde se le veía enflaquecido, la mirada limpia pero cansada, llevando en el bolsillo una fotografía amarilla, algo de bohemia y unas pelusillas como tentempié. No había duda, se había enganchado a la poesía. Su camello era la vida y el síndrome de abstinencia lo curaba con lecturas de Borges.
Un lunes, como quien no quiere la cosa, con esa pinta de porteño ilustrado y astronauta despistado, llegó al El Prat con una maleta de doble fondo donde escondía exilios y otras nostalgias. Cogió el tren del aeropuerto y se bajó en Paseo de Gracia. Algo intuyó, algo ajeno a su consuetudinario hambre con el que llegaba a la ciudad, y decidió que no, que esa no era su calle, que debía haber por ahí algo más hondo, más poeta. Algo que le trajera todas las calles de su barrio y todos los paisajes amados.
De pronto sintió que sus pies se alegraban. Miró a los costados y vio una fuente y dos adolescentes enamorados. Se sintió feliz porque aquél lugar le acariciaba el sentimiento tan herido de distancias y silencios.
Una mañanita de verano los ramblistas vieron a un soñador de triste figura que se había instalado con sus libros –“papeles”, los llama él- en medio de la Rambla. “¡Vaya desparpajo!” habrá pensado alguien, pero los más lo fueron rodeando hasta llegar a este domingo para que el hoy viejo poeta pueda decirles a todos los hombres, a todas las mujeres, a todos los niños y a todas las niñas de Barcelona, a todos los catalanes, a todos los inmigrantes, a todos los españoles, a todos los turistas, y a todos sus amigos: “¡Mi corazón es vuestro!”
Eduardo Mazo es escritor, poeta, articulista y miembro de la RIET. “Mi corazón es vuestro” ha sido publicado anteriormente en la página web del autor.