Don Pedro celebraba el Día de los Difuntos en el cementerio más pobre de São Félix de Araguaia (MT). Allí yacen los restos mortales de indígenas y de trabajadores atraídos a la Amazonia por el sueño de una vida mejor. Muchos de ellos, además de ver sus expectativas frustradas, habían sido muertos a balazos.
El obispo le manifestó al pueblo y a los agentes pastorales de la prelatura: “Escuchen con oídos atentos. Voy a hablarles de algo muy serio. Es aquí que quiero que me entierren”.
Para descansar / solo quiero esta cruz de palo/ como lluvia y sol; / ¡estos siete salmos y la Resurrección! (Poema “Cementerio del sertón”, de Don Pedro).
Aquejado desde hacía años por el mal de Parkinson, al cual se refería como el “Hermano Parkinson”, su salud empeoró en la primera semana de agosto, a sus 92 años. En São Félix los recursos son precarios, y esa carencia se ve agravada por la pandemia del nuevo coronavirus. La congregación claretiana, a la cual Pedro estaba integrado, decidió trasladarlo a Batatais (SP), donde obtendría una atención mejor. El sábado 8 de agosto –fiesta de Santo Domingo, un español como Pedro— transvivenció poco después de las 9 de la mañana. Sus cofrades cumplieron su deseo de reposar en el cementerio karajá.
Pedro llegó a Brasil como misionero en 1968, en plena dictadura militar. Vino a implantar el Cursillo de Cristiandad. Pero al topar con la explotación de los peones en las haciendas de la Amazonia, hizo una radical opción por los pobres. Trabajadores desempleados y sin escolaridad se internaban monte adentro en busca de mejores condiciones de vida, atraídos por la expansión del latifundio en la región amazónica. Literalmente juntados como un rebaño humano en las ciudades, caían en la trampa del trabajo esclavo. No tenían más alternativa que adquirir provisiones y ropa en los almacenes de la hacienda, a precios exorbitantes que los enredaban en una madeja de deudas impagables. Si intentaban huir, los perseguían los capataces, quienes los asesinaban o los llevaban de vuelta, azotados y muchas veces mutilados, con una oreja cortada.
Pedro nombrado obispo
São Félix es un municipio amazónico de Mato Grosso, ubicado frente a la Isla de Bananal, con un área de 36 643 km2. En la década de 1970, la dictadura militar (1964-1985) amplió a hierro y fuego las fronteras agropecuarias de Brasil, devastando parte de la Amazonia y atrayendo a empresas latifundistas dedicadas a derribar árboles a fin de crear pastos para los rebaños de bovinos.
Casaldáliga, pastor de un pueblo sin rumbo y amenazado por el trabajo esclavo, asumió su defensa y entró en conflicto con los grandes hacendados; las empresas agropecuarias, mineras y madereras; los políticos que, a cambio de apoyo financiero y votos, encubría la degradación del medio ambiente y legalizaban la expansión del latifundio sin exigir respeto a las leyes laborales.
El 13 de mayo de 1969, el Papa Paulo VI creó la Prelatura de São Félix de Araguaia. Su administración se confió a la congregación de los claretianos, y desde 1970 hasta 1971, el padre Pedro Casaldáliga fue el primer administrador apostólico de la nueva prelatura. Poco después fue nombrado obispo. Adoptó como principios que guiarían literalmente su actividad pastoral: “No poseer nada, no cargar nada, no pedir nada, no callar nada y, sobre todo, no matar nada”. En el dedo, como insignia episcopal, un anillo de madera de tucum, que se convirtió en símbolo de espiritualidad entre los seguidores de la Teología de la Liberación.
En la Carta Pastoral de 1971, “Una Iglesia de la Amazonia en Conflicto con el Latifundio y la Marginalización Social”, Pedro puso del lado de los más pobres la recién creada prelatura: “Nosotros –el obispo, padres, legos comprometidos— estamos aquí, entre el Araguaia y el Xingu, en este mundo, real y concreto, marginalizado y acusador, que acabo de presentar sumariamente. O posibilitamos la encarnación salvadora de Cristo en este medio al cual fuimos enviados, o negamos nuestra Fe, nos avergonzamos del Evangelio y traicionamos los derechos y la esperanza agónica de un pueblo que es también pueblo de Dios: los hijos del sertón, los aposentados, los peones, este pedazo brasileño de la Amazonia. Porque estamos aquí, aquí debemos comprometernos. Claramente. Hasta el final.”
Poeta y profeta
Cinco veces reo en procesos de expulsión de Brasil, Casaldáliga vivía en una choza sencilla, sin otro cuerpo de seguridad que el que le proporcionaban tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Calzado con sandalias corrientes y una ropa tan vulgar como la de los peones que circulaban por la ciudad, Casaldáliga amplió su irradiación apostólica a través de una intensa actividad literaria. Poeta renombrado, tenía el alma sintonizada con las grandes conquistas populares de la Patria Grande latinoamericana. Empuñó su pluma y alzó su voz para protestar contra el FMI y la injerencia de la Casa Blanca en los países del Continente, para defender la Revolución Cubana, para solidarizarse con la Revolución Sandinista o para denunciar los crímenes de los militares en El Salvador y Guatemala.
En cierta ocasión hizo un largo viaje a caballo para visitar a la familia de un aposentado que se encontraba preso. Llegó sin previo aviso. A la hora del almuerzo, delante de un plato de arroz blanco y otro de plátanos, la hija mayor de la familia, apenada, se disculpó: “De haber sabido que venía el obispo habríamos preparado otra comida”. La pequeña Eva, de siete años, reaccionó ante esas palabras: “¡Eh, el obispo no es mejor que nosotros!” Pedro siempre guardó y practicó esa lección, al evitar privilegios y prebendas.
Cuando los karajá iban a la ciudad provenientes de la Isla de Bananal, siempre hacían un alto en la casa de Pedro. Allí comían, tomaban agua, descansaban de sus andanzas por São Félix.
Casaldáliga, que era fundador de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) y del Consejo Indigenista Misionero (CIMI), admitía que la sabiduría popular eras su gran maestra. Le preguntó a un aposentado qué quería para sus hijos. El hombre le respondió: “Lo único que quiero es más o menos lo mismo que para todos”. Pedro no olvidó la lección y luchó por un mundo en el que todos tengan derecho “más o menos a lo mismo”. Ni demasiado, ni demasiado poco.
Pedro en Cuba
En septiembre de 1985 viajé a Cuba con los hermanos y teólogos Leonardo y Clodovis Boff. Le informamos a Fidel que Don Pedro se encontraba en Managua participando en la Jornada de Oración por la Paz. El líder cubano insistió en que lo lleváramos a La Habana. En cuanto aterrizó en la capital de Cuba, el 11 de septiembre, lo condujeron directamente a la oficina de Fidel, que en esa época estaba interesado en la literatura de la Teología de la Liberación. Pedro observó con su fina ironía: “Para la derecha es preferible tener al papa contra la Teología de la Liberación que Fidel a favor”.
Esa misma noche pronunció un discurso en la inauguración de un congreso mundial juvenil sobre la deuda externa: “No solo es inmoral cobrar la deuda externa, también es inmoral pagarla, porque, fatalmente, significará endeudar progresivamente a nuestros pueblos”.
Al advertir que los zapatos del prelado estaban en pésimo estado, Chomy Miyar, el secretario de Fidel, le ofreció un par de botas nuevo. “Le dejo mis zapatos al Museo de la Revolución”, bromeó Don Pedro.
Nos fuimos juntos a Nicaragua el 13 de septiembre de 1985. Allí participó en innumerables actos contra la agresión del gobierno de los Estados Unidos a la obra sandinista y bautizó al cuarto hijo de Daniel Ortega, Maurice Facundo.
Durante su segundo viaje a Cuba, en febrero de 1999, Casaldáliga declaró públicamente, en Pinar del Río: “El capitalismo es un pecado capital. El socialismo puede ser una virtud cardinal: somos hermanos y hermanas, la tierra es para todos y, como repetía Jesús de Nazaret, no se puede servir a dos señores, y el otro señor es el capital. Cuando el capital es neoliberal, de lucro omnímodo, de mercado total, de exclusión de inmensas mayorías, entonces el pecado capital es abiertamente mortal”.
Y enfatizó: “No habrá paz en la Tierra, no habrá democracia que merezca reivindicar ese nombre profanado, si no hay socialización de la tierra en el campo y del suelo en la ciudad, de la salud y la educación, de la comunicación y la ciencia.”
Conversando con él una vez me dijo:
-Pienso en la frase de Jesús: “¿Habrá fe sobre le Tierra cuando yo vuelva?” Habrá, pero no en su palabra. Habrá fe en el mercado, el gran demiurgo. Solo de pensar que de cada tres economistas premiados con el Nobel en los últimos treinta años del siglo XX dos eran de la Escuela de Chicago… Por tanto, la Academia Sueca creyó en los modelos matemáticos creados para favorecer la especulación financiera y volcados a considerar a la humanidad una sumatoria de individuos motivados solamente por intereses personales y empeñados en la competencia más reñida con sus semejantes. Hoy solo van a la iglesia quienes no tienen recursos para frecuentar los templos del consumo. El nuevo lugar de culto es el centro comercial, el shopping center, considerado la puerta de entrada al Paraíso, porque allí no hay mendigos, ni basura, ni niños de la calle, ni amenazas; todo refulge con un brillo paradisíaco. Todos somos fieles seguidores del catecismo publicitario, que nos inculca la convicción de que la salvación individual pasa por el consumo. Excluido no es quien tiene pecados; es quien no tiene dinero. Hereje no es quien no está de acuerdo con los dogmas de la Iglesia, sino quien se opone a los dogmas del capitalismo. Apóstol no es quien proclama la fe cristiana, sino quien profesa otra creencia, convencido de que fuera del mercado no hay salvación.
Sucesión
En el año 2003, al cumplir 75 años, Casaldáliga presentó su pedido de renuncia a la prelatura, como les exige el Vaticano a todos los obispos excepto al de Roma, el papa. En 2005 el Vaticano nombró a su sucesor. Antes, no obstante, le envió a un obispo que, en nombre de Roma, le pidió que se marchara de la prelatura para no cohibir al nuevo prelado. A Don Pedro no le gustó la petición y, coherente con su esfuerzo por hacer más democrático y transparente el proceso de selección de los obispos, se negó a satisfacerlo. El nuevo obispo, fray Leonardo Ulrich Steiner, puso fin al impasse al declarar que Don Pedro era bienvenido en São Félix.
Amenazas
Don Pedro fue blanco de varias amenazas de muerte. La más grave se produjo en Ribeirão Cascalheira, el 12 de octubre de 1976, día de la fiesta de la patrona de Brasil, Nuestra Señora Aparecida. Al llegar a la localidad en compañía del misionero e indigenista jesuita João Bosco Penido Burnier, se enteraron de que en la estación de policía estaban torturando a dos mujeres. Fueron allá y entablaron una fuerte discusión con los policías militares. Cuando Burnier amenazó con denunciar a las autoridades lo que ocurría, uno de los soldados lo abofeteó, le dio un culatazo y, a continuación, un tiro en la nuca. A las pocas horas falleció el mártir de Ribeirão Cascalheira. Nueve días después, el pueblo invadió la estación de policía, soltó a los presos, lo rompió todo, derribó las paredes y le prendió fuego. En el lugar se levanta hoy una iglesia, la única en el mundo dedicada a los mártires.
A Pedro lo acusaban de “obispo petista” por sus posiciones evangélicas. Nunca le importaron las acusaciones que le imputaban. Sabía que eran el precio a pagar por no defender los privilegios de los latifundistas. Durante la campaña presidencial de 2018, un día antes de la primera vuelta, desfiló por la ciudad una caravana de autos a favor de Bolsonaro y los bocinazos se acentuaron al pasar por delante de la modesta casa del obispo.
Nadie encarna ni simboliza tanto la Teología de la Liberación como Don Pedro. Casaldáliga se convirtió en una referencia mundial de esa teología centrada en los derechos de los pobres.
Militante de la utopía
Pedro era poeta. La poesía era su forma preferida de expresión y oración. Nos dejó varios libros con poemas de su autoría, verdaderos salmos de actualidad.
Una de sus canciones preferidas era la versión de Chico Buarque y Ruy Guerra de “El hombre de La Mancha”, el espectáculo musical: “Soñar otro sueño imposible, / luchar cuando es fácil ceder, / vencer al enemigo invencible, / negar cuando la regla es vender”. Don Pedro le pedía a la abogada y agente de pastoral Zezé que la cantara en la capilla.
Pedro nació en una familia pobre, de pequeños agricultores de Cataluña. En 1940, a los 12 años, llevado por su padre, ingresó en el seminario dispuesto a convertirse en misionero. En mayo de 1952, cuando contaba 24 años, fue ordenado sacerdote.
Durante su último año de formación pastoral en Galicia mantuvo contactos con obreros e inmigrantes, muchos de los cuales trabajaban en fábricas de tejidos. Se ganó el apodo de “padre delos malandros” o “padre de los desvalidos”. Tras el paso por la ciudad fabril, su próxima parada fue en Barcelona. A los 32 años fue para Guinea Ecuatorial, entonces una colonia española, para implantar los Cursillos de Cristiandad. Allí advirtió que el modelo europeo de Iglesia no debía exportarse a las naciones periféricas.
Como obispo en Brasil nunca usó ningún distintivo que lo diferenciara de las demás personas o lo identificara como prelado.
Me llamarán subversivo. / Y les diré: yo lo soy. / Por mi Pueblo en lucha vivo. / Con mi Pueblo en marcha voy. / Tengo fe de guerrillero / Y amor de revolución”. (“Canción de la Hoz y el Haz”).
Ahora tengo plena conciencia de que conocí a un santo y un profeta: Pedro Casaldáliga. Santo por su fidelidad radical (en el sentido etimológico de ir a la raíz) al Evangelio, y profeta por los riegos para su vida que enfrentó y las adversidades que sufrió.