España vive un esplendoroso auge del mindfulness en mitad de la crisis sanitaria desatada por la pandemia de covid-19. No es de extrañar, mejor concentrarse en el presente, practicar la flor de loto o dedicarse a la contemplación de las aves que sufrir el torrente informativo de desvergüenzas, calamidades, negligencias y abusos de todo tipo aderezados con los más diversos desmanes ultraderechistas. Cualquier cosa menos estar conectado. Es la gran victoria de los políticos: que la mayoría de los ciudadanos pasen olímpicamente de lo que negocian sus representantes.
Y es que el último escándalo se veía venir. No hablo de las actividades delictivas de Juan Carlos I, los tejemanejes del comisario-fontanero Villarejo o las infamias típicas de los políticos, sino del proceso de vacunación. Que, como no podía ser de otra forma, también ha terminado participando de la ruleta de la inmoralidad.
En un lado del ring, los antivacunas, que no se vacunarían ni por todo el oro del mundo; y, en el otro, los indecentes, que aprovechando su posición de poder se saltan el orden de vacunación para conseguir una dosis, aunque ello suponga que personas de riesgo puedan exponer sus vidas. Cuando parecía que el escándalo de la polémica se lo llevarían los primeros, el ko técnico de los indecentes ha sido de tal magnitud que, muy probablemente, los antivacunas han terminado en la lona. Porque, desde luego, en vista de la indecencia de tanto poderoso para disfrutar de un jeringazo, no parece que haya mucho peligro en la vacuna. Más bien todo lo contrario. Al final, la indecencia española tiene hasta un beneficio didáctico.
Vacúnese quien pueda
El pasado 27 de diciembre, hace escasamente un mes, comenzó en España la inyección de las dosis de la vacuna de Pfizer-BioNTech, un proceso que supondrá vacunar, con al menos dos dosis, a más de cuarenta millones de personas, lo que no será en absoluto sencillo y obligará a que muchas personas deban esperar a ser vacunadas, con el riesgo que ello supone –salvo para los antivacunas, claro–.
En vista de la indecencia de tanto poderoso para disfrutar de un jeringazo, no parece que haya mucho peligro en la vacuna. Más bien todo lo contrario. Al final, la indecencia española tiene hasta un beneficio didáctico.
Para que el proceso fuera lo más equitativo y racional posible, el ministerio de Sanidad estableció un protocolo en tres etapas, quedando la última etapa todavía por definir. En la primera fase, en la que estamos, se está inmunizando al personal sanitario y sociosanitario que se encuentra en contacto directo con enfermos, a los residentes y trabajadores de centros de mayores y a los grandes dependientes no institucionalizados. En la segunda fase, que comenzaría en marzo, serían vacunados los mayores de 80 años, aunque se aspira a que, si hubiera dosis suficientes, fueran vacunados los mayores de 65 años. Y en la tercera fase, que daría comienzo en junio, sería vacunado el resto de la ciudadanía.
Sin embargo, han sido varias las personalidades con privilegios que han accedido a la vacuna sin cumplir los requisitos exigidos para la vacunación en la primera fase, ni tan siquiera en la segunda que comenzará en marzo, y ya han recibido la primera dosis. Lo que resulta especialmente llamativo en el caso de los servidores públicos.
Políticos, a servirse
En total han sido casi treinta los políticos que han sido vacunados –que se sepa de momento, porque el tarro de las esencias acaba de destaparse–, liderando la clasificación el PSOE, con 14 políticos, seguido del PP con 9, Junts per Catalunya con 2 y el PNV con otros 2, aunque estos son ex políticos. Pareciera la Liga de fútbol en sus primeras jornadas. De todos ellos, los tres casos que más repercusión mediática han tenido en los medios de comunicación han sido el jeringazo de Manuel Villegas, consejero de Sanidad de Murcia por el Partido Popular, que además se habría vacunado junto a varios altos cargos (y su mujer, faltaría más); el de Rocío Galán, concejal de Salud y Bienestar de Bonares (Huesca) por el PSOE; y el de tres alcaldes del PSOE en la Comunidad Valenciana: Ximo Coll en El Verger y Carolina Vives en Els Poblets –matrimonio– y Fran López en Rafelbunyol.
Si la indebida vacunación demuestra un elevado nivel de insolidaridad e deshonestidad, las excusas argumentadas revelan la alta consideración que tienen los políticos por los ciudadanos. Porque el ritual místico de las excusas párvulas ha alcanzado cotas inimaginables: Yo, profe, es que me vacunado… “para aprovechar las dosis que habían sobrado”, “para ayudar a dar una sensación de confianza, tranquilidad y seguridad a la ciudadanía”, “porque el día de vacunación no acudieron a la cita dos trabajadoras y al final sobraron dos vacunas”, “porque las iban a tirar a la basura”, “porque soy paciente oncológica de alta exposición”, “porque estoy expuesto debido a mi cargo” o “porque me llamaron desde el centro de salud”.
Si la indebida vacunación demuestra un elevado nivel de insolidaridad e deshonestidad, las excusas argumentadas revelan la alta consideración que tienen los políticos por los ciudadanos.
Por desgracia, la tibia respuesta de los partidos políticos no les deja en mejor lugar. Manuel Villegas y Rocío Galán han dimitido, los alcaldes del PSOE de Valencia han sido ‘castigados’ a no recibir la segunda dosis, expedientados y suspendidos de militancia; y Esther Clavero, la alcaldesa de Molina de Segura, ha dimitido solo cuando sus propios compañeros han exigido su renuncia. Lamentablemente, no han sido cesados por sus partidos políticos, incluso desde el Partido Popular se ha llegado a defender con efusividad el “vacúnese quien pueda”. Un vacúnese quien pueda que ha incluido a informáticos, antiguos trabajadores de hospitales, familiares de trabajadores de residencias, policías e incluso un sacerdote –debió de vacunarse por designio mariano–.
Vacunados de guerra
Cuando parecía que el escándalo del indecente aprovechamiento del poder para vacunarse de forma privilegiada no podía ser superado, apareció el Ejército español para destrozar todos los registros, tanto cuantitativos como cualitativos. El gran afectado, de momento, ha sido el recién dimitido Jefe de Estado Mayor de la Defensa, el general Miguel Ángel Villarroya, que otrora, en el mes de marzo arengó a los españoles –”En esta guerra todos somos soldados”, “demostremos que somos soldados cada uno en el puesto que nos ha tocado vivir” o “en tiempos de guerra todos los días son lunes”. Todos somos soldados en esta guerra, pero yo, el general, me vacuno primero. Y tan tranquilo.
La noticia saltó el pasado jueves 21 en un canal de Telegram creado por militares para denunciar anónimamente –llamado Ciudadanos de Uniforme– y rápidamente fue difundida por algún medio de comunicación como si fuera propia. El ministerio de Defensa intentó paralizar de urgencia la vacunación, pero ya era demasiado tarde. El escándalo ya estaba en la mesa de todos los españoles. Y bien caliente. Durante todo el viernes el ministerio de Defensa estuvo contemporizando para salvar al JEMAD, en lugar de estar indignado y cesar de inmediato al alto mando y a todos los militares vacunados indebidamente. Margarita Robles, una ministra que ha construido con éxito una falaz imagen de dama de acero, tan solo acertó a afirmar que pediría “un informe” al JEMAD. Cortina de humo para ver si amainaba el bombardeo. Pero no. A primera hora del sábado 23, el JEMAD, con un nivel de presión casi insoportable, dimitía. Sin embargo, el escándalo continuaba.
Los españoles todavía no comprenden que, en las guerras, todos somos soldados mientras los generales nos dirigen desde la cantina.
Pronto se descubrió que habían sido repartidas 400 vacunas al Estado Mayor del Ejército, pero en esta unidad tan solo hay una veintena de sanitarios; después se supo que habían sido vacunados trescientos militares, solo en el Estado Mayor, incluyendo el Jefe del EMACON, Fernando García González-Valerio y el Comandante del MOPS, Francisco Braco, y sus adjuntos, Carlos Prada Larrea y Francisco Vidal Fernández. Todos ellos generales. Y lo peor de todo: ¿cuántas vacunas fueron repartidas en el Ejército español y quiénes fueron los vacunados? La posible respuesta pone los pelos de punta a más de uno y no es para menos, de hecho Margarita Robles se niega a informar sobre el número total de vacunados en la cúpula militar de Defensa. La brecha puede ser definitiva.
Cuando el general Villarroya dimitió el pasado sábado no solo no se excusó, como habían hecho los políticos cazados infraganti con el jeringazo bajo el brazo, sino que afirmó que vacunarse fue “acertado” y que, en todo caso, la culpa del escándalo recaía en los ciudadanos por no entender “la idiosincrasia de los ejércitos”. Los españoles todavía no comprenden que, en las guerras, todos somos soldados mientras los generales nos dirigen desde la cantina.
Luís Gonzálo Segura
Miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra
Escritor y ex-militar español
Tubo el coraje para denunciar los abusos del Ejército Español en un libro
Publicado el 26/01/21 en Actualidad.rt