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Lugares paradisíacos

no-one-3053438_960_720Uno
Yo tenía ocho años.
El cielo aún se precipitaba sobre nosotros cuando dos arcoíris —sí, señores, dos, y podían ser tres tranquilamente— rodearon al sol. Olía a lluvia, a tierra húmeda, a hierba maltratada, a estiércol, a no sé qué olor misterioso de los valles andinos. Bajamos del automóvil para unirnos a la comparsa, a esos olores inidentificables, a los sonidos guturales de las cavernas, de los árboles, de las sombras. Más allá estaba el río furioso, amenazante, acaso reclamando su supremacía sobre la serranía, sobre el Perú, sobre todo. Al rato pasaron unos pueblerinos por dónde nos encontrábamos, jalaban unas mulas de ojos relampagueantes. ¿Qué lugar es este?, les preguntó mi padre. Chocón, señor.

Dos
Invierno duro en Ohio. Para llegar al hotel desde donde nos encontrábamos teníamos que cruzar un pequeño bosque —venido a menos por las nevadas— que daba a una laguna congelada. A medida que entrábamos toda nuestra ropa parecía insuficiente para abrigarnos. Dianita quiso llorar, pero se consolaba con las increíbles fotografías que Wendy nos sacaba de cuando en cuando. Finalmente tropezamos los tres y lo único que vimos era la nieve que nos había sepultado. Apenas me recuperé de la caída, socorrí a Dianita que temblaba. ¿Has visto a Wendy?, le pregunté. Ella asintió y señaló en dirección a la laguna. Vamos, le dije, dándole mis guantes. En la orilla encontramos a Wendy con su cámara y a unos cuervos graznando por lo cielos.

Tres
—¿Cómo tai, po?
—Bien, gracias —respondí—. No podría estar más contento.
—¿Alguna vei ha’ ido a lo’ ande’ chilenos, peruanito?
Negué con la cabeza.
—¡Súbase, po! —me dijo eufórico, aflautando la voz—. Ahora mismo vamo’ para allá.
Trepé la camioneta y me acomodé lo mejor que pude al lado de las otras tres personas que viajaban ahí. Media hora después estábamos rodeados de insectos enormes que nos atacaban incesantes, desesperados, comilones. Al comienzo pensé que eran abejorros por lo gordos, pero al verlos más de cerca descubrí su rostro horrible y amenazante.
—Salen de la tierra —dijo uno de mis acompañantes—. Ahí viven durante el invierno.
—¿Qué son?
—Mosquitos.
La camioneta se detuvo frente a un río ancho y calmo que nos separaba de unas enormes montañas de hielo cuya cúspide no alcanzábamos a divisar desde nuestra posición.
Hacía bastante calor, sin embargo.
Mis acompañantes se desvistieron en el acto y se lanzaron al río.
—¿No vai a entrar, peruanito? —me gritó uno.
—Sí, ahí voy.

Cuatro
Mi familia: Eduardo, Doris, Raquel, Marcelo y yo.

Cinco
Los brazos de Úrsula.

“Lugares paradisíacos” fue publicado previamente en el blog del autor, el escritor, fotógrafo y miembro de la RIET Anthony Yupanqui Wedding

Mi corazón es vuestro

RAMBLAS-1514-copiaNació en un país muy al sur del mundo justo en el preciso momento que un sargento bajito y bigotudo se quiso comer Europa a mordiscos. Al ver todo esto, se dijo que no podía ser, que había que hacer algo. Pensó primero en mudarse de planeta, luego comprobó que no tenía dinero (como siempre) para el pasaje, entonces se imaginó una isla, es decir, un mundo donde todos sus habitantes fueran felices, pero al tiempo de intentarlo descubrió que la isla se hundía.

Una tarde, enfadado, rabioso y furiosamente esperanzado, viendo pasar una muchacha hermosa, decidió cambiar el mundo. Y escribió su primera poesía. Ya mayor, empecinado en no sentar cabeza, militó en el campo de la utopía y anduvo por caminos poblados de profundas pero crípticas palabras. Así cruzaba nuestro amigo escribidor aquellos calendarios donde se le veía enflaquecido, la mirada limpia pero cansada, llevando en el bolsillo una fotografía amarilla, algo de bohemia y unas pelusillas como tentempié. No había duda, se había enganchado a la poesía. Su camello era la vida y el síndrome de abstinencia lo curaba con lecturas de Borges.

Un lunes, como quien no quiere la cosa, con esa pinta de porteño ilustrado y astronauta despistado, llegó al El Prat con una maleta de doble fondo donde escondía exilios y otras nostalgias. Cogió el tren del aeropuerto y se bajó en Paseo de Gracia. Algo intuyó, algo ajeno a su consuetudinario hambre con el que llegaba a la ciudad, y decidió que no, que esa no era su calle, que debía haber por ahí algo más hondo, más poeta. Algo que le trajera todas las calles de su barrio y todos los paisajes amados.

De pronto sintió que sus pies se alegraban. Miró a los costados y vio una fuente y dos adolescentes enamorados. Se sintió feliz porque aquél lugar le acariciaba el sentimiento tan herido de distancias y silencios.

Una mañanita de verano los ramblistas vieron a un soñador de triste figura que se había instalado con sus libros –“papeles”, los llama él- en medio de la Rambla. “¡Vaya desparpajo!” habrá pensado alguien, pero los más lo fueron rodeando hasta llegar a este domingo para que el hoy viejo poeta pueda decirles a todos los hombres, a todas las mujeres, a todos los niños y a todas las niñas de Barcelona, a todos los catalanes, a todos los inmigrantes, a todos los españoles, a todos los turistas, y a todos sus amigos: “¡Mi corazón es vuestro!”

Eduardo Mazo es escritor, poeta, articulista y miembro de la RIET. “Mi corazón es vuestro” ha sido publicado anteriormente en la página web del autor.

Patrullas ciudadanas para todo

brutícia al carrer
El fenómeno de las patrullas ciudadanas contra los carteristas será una novedad en Barcelona, pero en Tarragona nos acordamos muy bien cuando los agricultores, hartos de que les expoliaran cosechas, maquinaria y les destrozaran sistemas de riego buscando cobre, también salieron a patrullar para protegerse.

En Lleida, los agricultores también tuvieron que organizarse en somatenes para frenar una sangría sin fin de su modo de vida. Tan bien funcionaban estas patrullas que el por aquel entonces conseller de Interior, el controvertido Felip Puig, bendijo y auspició los somatenes, como complemento – por no decir parche- de los Mossos d’Esquadra. Ahora bien, con ciertas condiciones como no ir armados –por suerte, nuestra tierra no es Texas-, no enfrentarse a los ladrones y avisar en seguida a la policía, los verdaderos profesionales de la seguridad.

Cuando Interior cambió de manos, el Parlament de Catalunya aprobó una moción para ponerles fin. Poco contaban, sin embargo, de que los somatenes se resistieron porque los robos habían disminuido.
Es totalmente lógico que las fuerzas policiales desconfíen de las patrullas ciudadanas. Ni tienen formación ni son profesionales y lo que no sucede en toda una vida, puede pasar en un minuto. Como un ladrón sorprendido por los somatenes con las manos en la masa que murió de un ataque al corazón mientras le perseguían. La investigación no atribuyó esa muerte a las patrullas rurales, pero ahí queda.
Si una de las definiciones de estado es tener el monopolio de la violencia, hay que analizar bien qué son las patrullas ciudadanas en este contexto.

Centramos el foco en los somatenes porque son lo más llamativo, pero si lo abrimos, encontraremos muchísimos más ejemplos de que la gente toma las riendas cuando se hartan de que las autoridades y las administraciones no hagan su trabajo. Un trabajo que, no lo olvidemos, lo paga quien al final, harto de dejadeces, se arremanga y tira por la vía rápida.

Mare Terra Fundació Mediterrània, por ejemplo, hace de patrulla ciudadana de vigilancia y control del medio ambiente, al igual que un buen puñado de entidades ecologistas.
Gracias a la mensajería instantánea, han surgido grupos de voluntarios que limpian montes y playas.

Un grupo de tarraconenses, bajo el nombre de Tarragona TT, denuncia la suciedad en Tarragona y, entre muchas otras geolocaliza contenedores desbordados o vertederos ilegales.

Un grupo de usuarios del parque de la Ciutat, hartos de tener el pipican en malas condiciones, lo arreglaron ellos mismos.

La aplicación Epp del ayuntamiento de Tarragona invita al ciudadano a ser una suerte de policía cívica digital.

Pero tal como la seguridad y el monopolio de la violencia no debe dejarse en manos del ciudadano para evitar la ley del más fuerte –es decir, una jungla-la administración no puede, en ningún caso, dejar en manos de la gente el control de la seguridad ambiental.

Tampoco puede permitirse el lujo de transmitir relajación y laxitud a la hora de controlar episodios de contaminación, de fallos de seguridad o el gran error de que salga más barato pagar la multa si te pillan que no hacer las cosas bien hechas desde el principio.

Una vecina de la Part Baixa publica, cada día en sus redes sociales, los análisis de la calidad del aire de los medidores que tiene instalados en sus casas. Si dice “hoy es buena”, es más creíble que toda la administración junta. Pensemos en ello.

Y pensemos también en los recursos que tenemos, como ciudadanos obligados a patrullar, para que las administraciones hagan su trabajo y no nos obliguen a denunciarlas por prevaricación ni dejadez de funciones.

Ángel Juárez Almendros es presidente de Mare Terra Fundació Mediterrània, de la Coordinadora d’Entitats de Tarragona y de la RIET

Eva/sion/es

Chiqui Vicioso es una referencia en la literatura y la cultura dominicana de los últimos 30 años. Recuperamos este vídeo – que forma parte de la Memoria Audiovisual del Festival Internacional de Poesía de Medellín- en el que esta poetisa, socia de la RIET, recita un fragmento de su obra.

Abismo

abismo

Desde la cumbre de la catedral de piedra tallada en gótico veía el amplio valle. El aire silencioso que rodea la antigua atalaya es un espacio de abejas sobre un océano de tierra vestido con colores difusos, y hombres y bestias son puntos inquietos de aquella vastedad. Salvo el silbido del viento, nada más escucha el contemplador.
Abajo, al pie de la mole, otro hombre mira la obra labrada en roca que sube y parece hender las nubes para darles formas humanas y rombos de espuma. Hay aquí abajo un silencio sólo roto por el movimiento rumoroso de seres cercanos, hechos a su semejanza y necesidad.

El de arriba contempla las figuras esculpidas en la piedra intemporal y las siente próximas y las comprende. Vistas de cerca son inmensa sombra, y el grifo es para él un ala rugosa que todo lo cubre, con garras como lazos que parecen capturarlo. Él piensa que son figuras sin vida y no les teme: se siente dueño del escenario y domina a sus actores como domina el paisaje a sus pies.
El hombre de abajo sonríe al mirar desde la llanura aquellas monstruosas gárgolas y seres mitológicos: está a salvo del maleficio que amenaza al otro situado en las alturas.

La piedra milenaria cae en cascada hacia el hombre de abajo, absorto en tanta magnificencia, seguro en la firme planicie.
Ambos son vencidos.

Alejo Urdaneta es escritor, ensayista y miembro de la RIET. Esta pieza literaria ha sido publicada previamente en la Página de los cuentos.