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Acerca de las conversaciones en los consultorios

medicoNo me molesta para nada ir al consultorio del doctor, entre otras cosas, porque me gusta esperar y en esta ciudad, como en el resto del país, los diversos consultorios y hospitales siempre se encuentran hacinados de gente, gente enferma, gente desesperada y –como les dije antes– a mí no me molesta esperar. Lo que me molesta, en todo caso, es que a otros les moleste esperar.

Los abuelos empiezan a hojear revistas arrugadas de tanto manoseo, y bueno, el doctor es un imbécil –incrédulo laborioso– por no decir un reverendo idiota como casi todos los médicos que dejan periódicos y revistas en la sala de espera. Como un vano afán de disuadir la molestia y aburrimiento consideran las revistas un insípido intento de remedio. Lo sorprendente es que la gente las lee o hace que leerlas. Es difícil darse cuenta a veces.

Supongo que esto de esperar es algo azaroso cuando uno está sentado, sin mucho que hacer, es lógico que se empiece a plantear cosas y a refutar muchas otras más.

Generalmente voy al consultorio los jueves por la tarde, hay menos gente, de hecho, siempre somos tres y claro el gato, el gato bañado de sol.

– Míralo –dijo Irma–. Siempre igual, el muy ocioso.

Alicia volcó la mirada de inmediato; yo no, yo sabía exactamente lo que hacía el gato desde hace 3 años. Podría lanzarle cualquier tipo de objeto, podría caminar hacia él con una de esas viejas revistas como mazo y el gato no se movería, nunca lo hace en realidad.

– Jamás he visto algo parecido– dijo Irma dirigiéndose a nosotras sin dejar de mirar al felino. –Los gatos son criaturas nocturnas.

– ¿Y…?– pregunto Alicia.

– Tonta, que no es un gato normal.

– ¿Qué no es un gato normal, dices? ¿A qué te refieres? –Preguntó incrédula Alicia.

– Es que no te das cuenta de lo que pasa en tus narices, ¿ya lo viste? El gato se la pasa todo el día recostado al sol.

Y definitivamente el gato se la vive recostado en el único charco de sol que entra por la ventana del consultorio, intentando ampliar al máximo su tamaño para remojarse en aquellos hilos dorados que caían como lluvia fina en su pelaje.

– ¿No se dan cuenta acaso? – Irma volvió con su persistente cuestionario. – El gato no se mueve nunca, pero el sol tiene un trayecto que cumplir conforme las horas pasan; sin embargo, el gato siempre está al sol, ¿cómo puede ser posible eso?

– Está claro, Irma, no puede ser posible. – Respondió Alicia.

– No puede ser posible, pero así es. ¿Cuánto tiempo llevamos esperando?

– Ummm… unos cuarenta y cinco minutos será. –Dijo Alicia consultando su reloj.

– Cuarenta y cinco minutos y el gato no se movió del sol, pero el sol tampoco se movió del gato, aquí pasa algo muy extraño, hay gat…

– ¿Gato encerrado? – Interrumpió Alicia sonriendo. – ¿Qué opinas tú? – Y su mirada se dirigió hacia mí.

– ¡Qué va a pensar ella! –Dijo precipitadamente Irma, sin ni siquiera darme tiempo a que me inmute. –Si ella tiene privilegios o es que tampoco te diste cuenta que siempre le atienden antes que a nosotras.

– Bueno es que la verdad soy muy distraída –respondió Alicia–, y no me di cuenta.

– Pues yo si me fijo, me fijo en el gato, en el sol, y en ella, ella que llega después de nosotras y la atienden primero

– Quizá tiene una cita acordada. –Dijo Alicia, dirigiéndose a mí con alguna complicidad.

– ¿Y nosotras no? –Preguntó Irma con la paciencia al borde del colapso–. ¿A ver cuándo fue la última vez que nos atendió a nosotras? ¿Ayer? ¿El lunes? ¿La semana pasada?

– Pues no me acuerdo, –respondió Alicia con una ansiedad que no podía ser controlada.

– Piensa bien, –insistió Irma.

Alicia pensó y, mientras lo hacía, intuía una invención no apta para disimular sus defectos de memoria.

– ¿Te das cuenta ahora? No intentes recordar por qué el doctor nunca te atendió.

– Es absurdo, –afirmaba Alicia como tratando de aferrarse a algo– imaginar siquiera lo que estás diciendo raya el borde de la paranoia.

– ¿En serio? A ver… ¿Cómo se llama el doctor? ¿Podrías hacer una descripción física de él? ¿Hace cuánto estas de tratamiento y por qué vienes aquí?

Hubo un silencio tedioso que pasó a la perplejidad, de la perplejidad al asombro, del asombro a la súbita resignación y, finalmente, algo dubitativa, se escuchó la voz de Alicia:

– ¿Tres años?

– Tres años, y en todo este tiempo a la única de las tres que atiende es a ella, –Dijo Irma señalándome.

– Estás paranoica. –Le respondió Alicia y me miró con timidez y algo de empatía.

– Puede ser, pero dime algo: ¿Te acuerdas de algo más que no sea esta sala, el gato o el sol?

– Pues claro. –Contestó segura Alicia.

– Dime entonces. –Prosiguió Irma, más firme y más confiada que al principio.

– Que vengo aquí desde hace tres años.

– ¿Enserio? ¿Qué más? –Ahora el color de voz de Irma era más irónico, se sospechaba algo de ansiedad.

– Que ustedes son mis amigas.

– Por supuesto, pero se más específica.

– Uhmmm… pues me acuerdo del gato, sí… del gato y el sol. –Respondió Alicia inquieta y perturbada.

A lo largo del corredor se oyó el cincel de unos zancos chocando con el vidrio esmaltado del piso, entonces la mujer salió hasta la sala de espera y llamó en voz alta:

– Doris, pase por favor, el doctor la está esperando.

Me incorporé sin ruido en una inútil perfección del silencio, el gato seguía en su charco de luz tratando de guardar el sol, decidiendo por voluntad propia ejercer felizmente una profesión inventada para él, aquel maravilloso ocio que envidiaba a pasos de mí…

– Chicas, –dije mirándolas fijamente a los ojos, tratando de disuadir la tentación de dramatizar– ahora hagan el favor de quedarse quietas y sin hacer ruidos que mi psiquiatra no quiere saber más de ustedes.

Este artículo de Ana Gabriela Serrano Gonzales ha sido publicado inicialmente en el Correo del Sur.

Ana Gabriela Serrano (Sucre, 1992) es una arquitecta comprometida con el patrimonio y la literatura. Cofundadora del Club de Lectura de la ciudad de Sucre. Cuenta con varios poemas y relatos, paralelamente escribe artículos de arquitectura y patrimonio. Es integrante y activista de la Sociedad de Estudios Patrimoniales de Chuquisaca y miembro de la RIET.

Los dientes en la práctica cultural y ceremonia indígena

dientes las culturas indígenas se han utilizado variados iconos dedicados a los cultos ceremoniales, es así el caso del uso de plumas, huesos, dientes y hasta ojos de animales o reptiles.

La práctica de las mutilaciones dentarias como muestra de jerarquía, representación mágica o de belleza, y en la cultura funeraria, ha sido muy variada. Es así como algunos grupos indígenas centroamericanos como los Sayate Tchekar del área chincha-atacameña, de Vilama, los de Tocaryi cerca del Potosí, quitaban los dientes anteriores a sus difuntos para que el alma tuviera un lugar por donde escapar del cuerpo.

También han sido usadas las mutilaciones dentarias en ceremoniales referentes a ritos de paso de la pubertad en jóvenes de ambos sexos (Aguirre, 1990). Los indios guaimíes de Panamá y los huancavilcas de Ecuador tenían la costumbre de romper el canino superior izquierdo a los jóvenes al llegar a la pubertad para demostrar que estaban en disposición de contraer matrimonio.

Así también los koradje’s, grupo étnico minoritario de Nueva Gales del Sur, cortan las encías con un trozo de hueso agudizado y hacen saltar un incisivo (Reverte Coma, 2001).

Otra forma de extracción de los incisivos se realizaba por lo general apoyando una tablilla sobre el diente que se quería extraer, dándole un golpe seco con una piedra. Algunos grupos étnicos como los de Bantú (grupo indígena que ocupaba los márgenes del Río Congo, Angola y Zaire) realizaban este rito durante lo que llamaban “Fiesta de los dientes” o Vahiva (Reverte Coma, 2001).

También grupos como son los guaimíes indígenas, chiriquí y veraguas en el occidente del Istmo de Panamá, liman sus dientes en punta como señal de belleza, lo mismo ocurre en África Central, en donde es práctica generalizada entre los tumba, okanda, kaba y yenyé (Reverte Coma, 2001).

Otra práctica ceremonial de embellecimiento ha sido la incrustación en los incisivos de fragmentos de turquesas, obsidiana, esmeraldas y otras piedras preciosas o semipreciosas (Becker, 1973) y a veces alambre de oro que se entrelazaba entre los dientes en señal de poder como lo hacían algunos grupos étnicos de Ecuador como los huarorani y los shuar y grupos mayas como los xiximas y tepehuanes de México (Tiesler, 2001).

Existen dos teorías referentes al método usado para crear las modificaciones directas en el hueso, una era la talla de la pieza dentaria con piedras y el otro método era a través de un arco que funcionaba como un taladro utilizado para realizar los desgastes.

Texto de Lilian Uribe publicado en Letralia. Tierra de letras
Lilian Uribe es poeta, ensayista, novelista y guionista chilena (Santiago)

De los medios de comunicación del consenso a los del conflicto

Declina el interés por las noticias impresas o televisivas. Las encuestas revelan que el público prefiere las noticias online.

social-media-1989152_960_720En los siglos XIX y XX el modo de pensar de la sociedad tendía a ser moldeado por los grandes medios de comunicación: los medios impresos, la radio y la televisión. Todo indica que esa era terminó. Trump fue electo atacando a los grandes medios de los Estados Unidos. Solo la Fox lo apoyó. Los principales vehículos mediáticos de Gran Bretaña se opusieron al Brexit. Aun así, la mayoría de los electores votó a su favor. Bolsonaro hizo su campaña presidencial con una ausencia casi total de los grandes medios. Criticó sus principales vehículos y aun así fue electo. ¿Qué es lo nuevo?

Lo nuevo son las redes digitales, las nuevas tecnologías al alcance de la mano. Esas redes desplazan la noticia de los grandes medios hacia las computadoras y los teléfonos inteligentes. Tienen el mérito de democratizar la información al romper la barrera ideológica que evitaba las opiniones contrarias a la línea editorial del vehículo.

Sin embargo, pulverizan la noticia. Lo que la televisión considera una información importante no merece destaque en la comunicación interpersonalizada de Internet. El receptor corre el riesgo de perder o no adquirir criterios de valoración de las noticias. Puede ser que le resulte más importante saber que su colega tiene una nueva enamorada que enterarse del golpe de estado en el país vecino o de la nueva ley que regula el tránsito en su barrio.

Esa información individualizada, aunque es más cómoda, prêt-à-porter, tiende a evitar lo contradictorio. Cada interesado se aísla en el seno de su tribu de Whatsapp, Twitter, Facebook, Instagram, YouTube, Telegram, los servicios de mensajería de Google y de Periscope. No existe interacción dialógica. No interesa lo que dicen las tribus vecinas, potenciales enemigas. Lo que transmiten no merece crédito. La única verdad es la que circula en la tribu con la que el internauta se identifica. Aunque esa “verdad” sea fake news, mentira desvergonzada, farsa. Para el internauta, solo un dialecto tiene sentido. Desprovisto de visión coyuntural, se aferra a lo que propalan sus socios como quien recibe un oráculo divino.

Querer cambiarle el foco es como haber intentado convencer a los aztecas contemporáneos de Cortés de que el sol saldría por el horizonte aunque ellos no despertaran de madrugada para celebrar los ritos capaces de encenderlo. Sin dudas no se habrían atrevido a correr el riesgo de ver el día sumergido en la oscuridad.

Se trata de la privatización de la noticia. Esa selectividad individualizada hace que el internauta se encierre con su tribu en una fortaleza virtual dotada de agresivas armas de defensa y ataque. Si le llega la versión emitida por la tribu enemiga, será inmediatamente repelida, eliminada o respondida con una batería de improperios y ofensas. Es deber de su tribu diseminar a gran escala la única verdad admisible, aunque carezca de fundamento, como la teoría del terraplanismo.

Los efectos de esa atomización de las comunicaciones virtuales son deletéreos: pérdida de la visión de conjunto; descrédito de los métodos científicos; indiferencia ante el conocimiento históricamente acumulado; y, sobre todo, total desprecio por los principios éticos. Cualquiera que se exprese en un lenguaje que no coincida con el de la tribu merece ser atacado, injuriado, difamado y ridiculizado.

¿Qué hacer ante esta nueva situación? ¿Desconectarse? Eso equivaldría a imitar a la tortuga que mete la cabeza dentro del carapacho y se cree invisible. La salida debe ser ética. Lo que implica tolerancia y no contestar en el mismo tono. Como indica Jesús, “no echar perlas delante de los cerdos” (Mateo 7,6). Dejar que se revuelquen en el fango, pero sin ofenderlos.

La vida es demasiado corta para gastar el tiempo en guerras virtuales. En cuanto a mí, prefiero ignorar los ataques y actuar propositivamente. Sobre todo, no cambiar la sociabilidad real por la conflictividad virtual. Y mucho menos los libros por memes y zapps que nada le aportan ni a mi cultura ni a mi espiritualidad.interaction-1233873_960_720

Este artículo de Frei Betto se ha publicado en Cuba Debate

Conocido como Frei Betto. Fraile dominico. conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 60 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso. En dos acasiones- en 1985 y en el 2005- fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores. Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 50 años. Es el autor del libro «Fidel y la Religión».

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