En 1947, Raymond Queneau publicaba ‘Ejercicios de estilo’, un libro que recogía 99 formas de contar una misma anécdota sin importancia (un encuentro en un autobús). Un hito en la escritura creativa, una demostración de que la palabra se hace plastilina en manos del autor. “Pertenece a esa gloriosa estirpe de desmitificadores que apuestan por la escritura como práctica, como trabajo y como juego”, señala el catedrático de Literatura Benigno Delmiro en su libro ‘La escritura creativa en las aulas’. En algunos casos, incluso, “se persigue el mero dislate como forma de perturbar la comprensión del lenguaje”.
Boris Vian (1920 – 1959) no sólo coincidió con Queneau, sino que este último logró que las primeras obras del escritor, músico, ingeniero y traductor se publicasen en la editorial Gallimard, casa de autores como Sarte, Proust, Malraux o Saint-Exupéry. “Tiene una pasión perniciosa por la literatura en general y hace de ángel guardián de los escritores jóvenes”, decía Vian de su contemporáneo. La cita procede de la ‘guía’ de Saint-Germain-des-Prés con la que el jazzista retrató a la flor y nata de este barrio parisino a principios del siglo XX.