Artículo de Ángel Juárez Almendros, Presidente de Mare Terra Fundación Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra.
No se llama Alicia ni esto es el país de las Maravillas. Se llama Cristina y forma parte del país de la pandereta. Lo que sucede en España parece de cuento, de ciencia ficción, algo que no te acabas de creer cuando diariamente tienes que oír por televisión y leer por internet los casos de corrupción y desfalco que nos acechan por culpa de unos pocos y afectan a todos.
La imputación de la Infanta Cristina en el caso Nóos podría ser el colofón final de un fraude tan real como “Real” que nos tendría que haber descolocado a todos pero que sin embargo, y ahí radica la vergüenza que nos hacen pasar al pueblo nuestros representantes, nos ha parecido algo casi natural. Y seguramente que, lejos de ser el colofón final, será la puntita del iceberg y el juez Castro ampliará el listado de presuntos mangantes y chorizos.
Poco nos podíamos pensar que se imputaría a Doña Cristina de Borbón. Sobre todo teniendo en cuenta que en nuestro país la Casa Real parece ser intocable. Algo curioso también si partimos de la base que nadie nos preguntó jamás si deseábamos una monarquía parlamentaria como la que tenemos o preferíamos, por ejemplo, otra república. Nadie votó a los Borbones quienes además de manejar cifras ingentes de dinero, en no sabemos qué, están blindados. Y nadie puede saber cuánto dinero nos cuestan a todos los españoles porqué ellos, que son los que tienen acceso a cualquier información sobre nuestras vidas y que son la máxima representación jerárquica del país, no están obligados a dar ninguna explicación.
¿Cómo nos debemos sentir si aquellos que deben velar para que tengamos nuestros derechos y nadie nos robe son los primeros en estar imputados por presunta corrupción? A esta pregunta se le suman tantas otras que al final uno se pierde ante esta colección de incomprensiones. En España ya tenemos a más de 3.000 representantes de la clase política imputados por corrupción en casos escandalosos que lo único que consiguen es separar más a esta clase de la sociedad. Ya no se confía en ellos. ¡No se puede confiar! ¡No nos dan motivos!
Nuestros políticos ya no tienen capacidad para cambiar nada porque desconocen las realidades de los problemas de la mayoría. No luchan al lado de los desahuciados, quizás por miedo a lo que les sucedería si asistiesen, ni tampoco intentan solucionar el problema desde sus escaños. Y esa pasividad, más las corrupciones, son motivos suficientes para exigir, gritar, forzar, obligar a toda esta casta de vividores a una regeneración autentica.
Ya nos tienen contra las cuerdas, débiles y hastiados, rebotados e indignados, en pie de guerra. Que acaben de saquear lo que tenían previsto, de robar lo que quieran, y nos dejen levantar cabeza de una vez. Y cuando hayan acabado de jugar sucio y menospreciarnos, y como dice en su último artículo el publicista Risto Mejide, que se larguen porqué sobran, que se callen y dejen de contaminar, que no desanimen más a los ciudadanos. Y si les queda algo de dignidad, que lo devuelvan todo, hasta el último céntimo, y que pidan perdón. Y tras hacerlo, si son capaces, que se vayan sin dejar rastro y para siempre. No los queremos más ni a nuestro lado ni en nuestro país.
Observo, tras cinco años escribiendo artículos vinculados a la crisis, que me resultará muy complicado mi deseo de recoger parte de lo dicho y transformarlo en un libro. Especialmente porque, estando las cosas como están, no acabaremos de protestar en años y seguiré escribiendo sobre el mismo tema en muchas más ocasiones. Lo que más me decepciona no es el retraso que pueda sufrir mi deseo de hacer el libro sino que la culpa la tengan ciertos personajes públicos que se creen los dueños de un país que ni los quiere ni los desea.
Como dice Risto a todos ellos, y lo suscribo: Seguid creyendo que no pasará nada porque así quedará menos para que pase.