La escritora Mercedes Salisachs ha fallecido en Barcelona a los 97 años. Desde hace poco más de un año no había vuelto a escribir, y de hecho se despedía de la literatura en abril de 2013 publicando «El caudal de las noches vacías» (Martínez Roca), una historia que parecía querer escapar de su narradora.
Porque en la primavera de 2011, con la mano izquierda paralizada y problemas de vista y audición, Mercedes Salisachs había conversaba con ABC, donde siempre colaboró con orgullo, con motivo de la publicación de «El cuadro», su novela número 38. En el prólogo, el ya desaparecido y añorado Carlos Pujol elogiaba la fecunda vejez de la escritora en activo de mayor edad. Pese a los embates de una enfermedad degenerativa, Salisachs siguió trabajando hasta hace un año. Hoy ha fallecido a causa de esa enfermedad.
Mercedes Salisachs era descendiente de una productiva familia industrial catalana. Como tal recibió una educación esmerada y liberal. Se graduó en peritaje mercantil en la Escuela de Comercio y en 1935 se casó con otro rico industrial de la Casa Burés, al igual que ella perito mercantil, que falleció en 1993. Con él tuvo cinco hijos, el segundo de los cuales, Miguel, murió con tan solo 21 años, siendo la fuente de inspiración para una de sus más conocidas novelas, «La gangrena», con la que obtuvo el Premio Planeta en 1975. Durante su dilatada carrera en el mundo del libro trabajó como directora editorial de Plaza & Janés y como decoradora.5
Debutó con su primera novela, «Primera mañana, última mañana» en 1955. Pero la publicó bajo pseudónimo: María Ecín. Los premios acompañarían una exitosa carrera literaria: el Ciudad de Barcelona en 1953 con la obra «Una mujer llega al pueblo», en 1983 el premio Ateneo de Sevilla con «El volumen de la ausencia» y en el 2004 el premio Fernando Lara con «El último laberinto». Cuenta también en su haber la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (1999).
Con una veintena de nietos y también bisnietos, su dedicación y aportaciones a la literatura infantil han sido importantes.
Como dejó dicho en su ensayo «La palabra escrita», y no se cansaba de repetir, la novela exige dejar la prisa a un lado y ser consciente de que «las cien primeras páginas nunca son enteramente válidas». Para una enemiga de la autocomplacencia como Salisachs, la escritura tiene más de transpiración que de inspiración: una continuada reelaboración de «hacer para rehacer, tachar para cambiar, quitar para añadir y, sobre todo, prescindir de aquello que se escribió con excesivo entusiasmo». Toda una serie de procesos que el declive físico iba dificultando.