Francis Scott Fitzgerald falleció el 21 de diciembre de 1940 en Hollywood, la tierra de los sueños, que, en su caso, terminaron convertidos en pesadilla. Ahogado por su propio talento y consumido por las deudas y el alcohol, el escritor estaba lejos de ser siquiera la sombra del autor que creó «El gran Gatsby». El último libro que publicó en vida fue «Toque de diana» («Taps at Reveille», 1935), una colección de relatos que, entre la década de los 20 y principios de los 30, habían ido apareciendo en la revista «Saturday Evening Post».
Pero dichos cuentos no mostraban al auténtico Scott Fitzgerald, sino a un escritor tamizado por el filtro periodístico. Así se desprende de la nueva edición de la obra que acaba de publicar Cambridge University Press. En ella, editada por James West, profesor de la Universidad de Pensilvania, aparecen todas aquellas referencias al consumo de drogas y alcohol, insinuaciones sexuales, palabrotas e insultos racistas y antisemitas que la dirección del «Saturday Evening Post» decidió eliminar en su momento por miedo a la reacción de sus lectores y anunciantes.
El estudio detallado de los manuscritos finales (con correcciones hechas a mano, como puede verse en el documento que se reproduce junto a este artículo) que Scott Fitzgerald envió a su agente literario, Harold Ober, ha puesto de manifiesto diferencias entre lo escrito en un principio y lo publicado finalmente en la revista.
Y es que el Post no dudó en cortar pasajes enteros de los relatos, entre los que se encuentra «Babylon Revisited», considerado el mejor cuento del autor y donde se introdujeron cambios «sustanciales». Como James West advierte en conversación vía e-mail con este periódico, gracias a esta nueva edición podremos leer «algunas de las mejores historias del final de la carrera de Fitzgerald tal y como él quería que se leyeran, no en versiones comprometidas por la censura».
Así, por ejemplo, «Two Wrongs», otro de los relatos, adquiere ahora «mucho más sentido» (Bill, el protagonista, es castigado por cómo trata a su mujer y por su antisemitismo), mientras que en «The Hotel Child» se evidencia la decadencia de los personajes a través de sus prejuicios y el abuso que hacen de las drogas y el alcohol, según el editor.
Éste deja muy claro que «el objetivo no es criticar al Post por ajustar los textos de Fitzgerald. El Post era una revista de cultura media y no quería ofender a sus lectores y anunciantes. Quitaron de forma rutinaria cualquier cosa que los lectores pudieran considerar inaceptable. Fitzgerald lo entendió y lo aceptó como una de las condiciones del mercado, pero eso no quiere decir que estuviera de acuerdo». De hecho, «no hay evidencia de que Fitzgerald se censurara a sí mismo. Fue un escritor sutil y gran parte de su ficción está construida mediante la sugerencia y la insinuación».
Desmontando tópicos
Esta nueva edición viene a desmontar la creencia de que Scott Fitzgerald evitaba los temas desagradables y el lenguaje más realista en los relatos de ficción que, durante años, se vio obligado a publicar en distintas revistas para costearse el elevado tren de vida que llevaba junto a Zelda. «Los personajes de Fitzgerald son más complejos y humanos en las historias sin censurar. Utilizan un lenguaje genuino, no el lenguaje “literario”, y están influidos por los prejuicios, el alcohol y el deseo sexual, como las personas reales», advierte West.
«Fitzgerald no era antisemita. Sintió admiración por el pueblo judío»
La presencia de expresiones antisemitas en la versión sin censurar no implica que su autor fuera antisemita: «Fitzgerald no era antisemita. Sintió admiración por el pueblo judío y por su deseo de formar parte de la sociedad estadounidense y prosperar en ella. Los personajes son antisemitas, no Fitzgerald. No son personajes admirables».
A lo largo de toda su vida, Scott Fitzgerald escribió 178 relatos que vendió a diversas revistas. No era su género preferido. «Durante veinte años (desde 1920 hasta 1940) ganó unos 260.000 dólares, el equivalente hoy en día a más de dos millones de dólares. Se convirtió en un escritor experto y, a pesar de las restricciones del mercado, produjo algunos de los mejores cuentos de su época, historias que aún se enseñan». Historias que, por fin, pueden leerse sin censura.