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Joaquín Araújo: ‘Humo fusilando cielos’

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Joaquín Araújo es un conocido naturalista, periodista, escritor, director editorial y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). En su artículo de hoy (publicado originalmente en su blog del diario ‘El Mundo’) nos habla sobre los daños que provocan los incendios.

‘Humo fusilando cielos’

Tras dos años con pocos bosques calcinados este verano se ha desbocado. Las altas temperaturas nos han arrebatado mucho más que el sosiego nocturno. Nos adentran en una de las más olvidadas tragedias de un presente cuajado de ellas. Entre las que destaca no reconocer como tragedia propia la de nuestros bosques y, por tanto, del aire que respiramos, el agua que bebemos y del alimento para los ojos que también son los árboles.

Lo hemos escrito, proclamado y querido compensar en tantas ocasiones que cuesta enhebrar una vez más la aguja con el hilo de las palabras para coser tanto desgarro, tanto paisaje convertido en harapos. Todo ello cuando el bosque es el mejor traje de este planeta. Nada viste mejor a los territorios, del tipo que sean, que las arboledas. No hay color más cómplice de la vida que el verde. La antítesis, por supuesto no solo cromática, es el negro de los tizones, el gris de las cenizas. Lo quemado acoge el color del vacío en lógica correspondencia con el ingente desahucio que supone un fuego de bosques.

Aunque estemos exactamente en el mismo sitio resulta imposible dar con dos puntos más alejados entre si que los de un mismo bosque vivo y quemado.

Acaso la velocidad del desastre sea lo primero que suele quedar inadvertido, tapado y ahogado con la redundancia y mala retórica con la que son dadas las noticias de los incendios forestales. Repetir solo los datos del tamaño del siniestro, de los medios humanos y técnicos empleados en su extinción. Hacer listados de los daños materiales en el patrimonio de las personas y aquello de que la arboleda perdida tenía gran valor ecológico, es decir muy poco y más que sabido.

Algunos mantenemos que es la extraordinaria velocidad con la que están consolidándose las mutilaciones del derredor las que caracterizan realmente a la crisis ambiental y social. Todo cambia y se adapta al cambio si se le da un mínimo tiempo para ello. A menudo bastan cinco segundos para que las llamas maten lo que tardó incluso siglos en llegar a ser el gran logro de la vivacidad. Las pertinentes multiplicaciones por los millones de árboles perdidos, aunque no son parte de la información, no evitan el escalofrío.

En cualquier caso, al incendio suele acompañar recidivante tragedia de que apenas se ataja el desastre con unos mínimos de coherencia. Sobre todo si nos centramos en el insoslayable deber de reconocer el verdadero valor del bosque. Algo que debería ser el núcleo de las informaciones. El parte de bajas debería, como mínimo, comenzar con los efectos del humo añadido a un aire ya saturado de CO2, ese fusilamiento que uso como título. No menos la afección a otra materia prima de la vida que es el suelo. Deberíamos dar cifras totales de árboles quemados y al menos una estimación de la fauna y otra flora perdidas. Recuerdo, al respecto, que en cada ha de bosque pueden llegar a vivir un par de millones de insectos y muchos miles de miles y miles de millones de microorganismos fundamentales para la fertilidad. Pero sobre todo apenas queda menrcionada la gravedad de que los bosques, el principal aliado para combatir el cambio climático, pasen de sumidero a emisor de los humos que, inrsisto, fusilan a esos aires que respiramos.

Importa también, y mucho, hablar de la regeneración a propiciar, pero de eso escribiré en la próxima entrega.

Joaquín Araújo

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