Raúl de Tapia es biólogo, director de la Fundación Tormes-EB y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). También es un colaborador habitual del programa ‘El bosque habitado’ de Radio 3 bajo el seudónimo de Raúl Alcanduerca. Hoy precisamente recuperamos uno de los textos que han sonado en esta emisora, que lleva como título ‘El primer cantero de helechos’.
‘El primer cantero de helechos’
El maestro cantero, el tallatior petrae, era un amante de los helechos, pero su recreación estaba vedada. La simbología había de ser la bíblica, ninguna concesión a lo nuevo. Sus manos enredaban otras formas tratando de engañar al ojo, pero el instinto o la pasión de devolvía a las pinnas. El Padre Domingo, el amable abad, gustaba de las piñas y las palmetas en los ornatos, quería para Silos tan hermosos motivos vegetales.
Pero al cantero siempre le atrajo el misterio oculto de los frondes emboscados.Los miraba con detenimiento cuando el viento los hacía tiritar, como si le saludaran. Luego los retenía entre sus manos, valorando las dimensiones estéticas de cada curva. Apreciaba con entusiasmo los nacientes de las hojas, con estas formas de voluta, de caracol algodonoso. Seguía el pasar de las horas para ver cómo desenrollaban sus formas, instantes de éxtasis contemplativo.
Al volver al taller de uno de sus paseos caminó entra las parras, que empezaban a sacar sus hojas y sus zarcillos. Había oído en el refectorio al Padre Faustino leer unas palabras de San Agustín que le vinieronn a la cabeza:
También los agricultores cuando ven que una tierra produce abundante, aunque inútil maleza, la juzgan apta para los cereales; donde ven helechos, aunque sepan que tienen que arrancarlos, entienden que es el terreno adecuado para vigorosos viñedos.
Y le alcanzó la inspiración. Tallaría los helechos nacientes con sus tallos como rabeles de pastor. Contaría al abad que los helechos precedían a los viñedos, como alas vegetales de ángeles arbóreos. Sacralizaría su significado, ofrecería al cielo estos seres que todo los tenían por dar.
Al fin, los golpes de la maza desnudaban la belleza sin remordimientos. La roca caliza era celosa de sus formas encriptadas; el cincel, un buscador paciente y educado arrancaba esas alas de águila divina. Estaba tallando los primeros helechos del románico. Pteridum aquilinum o helecho de águila.
Raúl de Tapia