Raúl de Tapia es biólogo, director de la Fundación Tormes-EB y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). También es un colaborador habitual del programa ‘El bosque habitado’ de Radio 3 bajo el seudónimo de Raúl Alcanduerca. Una de sus últimas intervenciones en este programa radiofónico se titula ’Botánica. Esa ciencia amable’. Si queréis leer más intervenciones de otros autores, lo podéis hacer en la página de Facebook de ‘El bosque habitado’, aunque nosotros lo que realmente os recomendamos es que escuchéis el programa atentamente.
’Botánica. Esa ciencia amable’
En la madrugada, antes de la salida del sol y siempre por San Juan…
Así… así ha de recogerse el hipérico. Siempre me lo repiten Ana, mientras va recolectando la planta. Solo toma las sumidades floridas, ese manojo de flores hechas con otras por hacerse. Las guarda con celo y cuidado en una cesta de castaño. A su lado va Augusto, zascandileando curioso, observando mil plantas a la vez, mientras cita a de Candolle, a Buffon o a Paracelso. A veces, no sé a quién atender, se atropellan en el contar. Ambos son sabiduría amable, como la botánica.
Ya de vuelta del monte, en ese rincón del mundo que es Sanabria, entramos con cautela en su biblioteca. Tenemos que preparar con esta hierba sanjuanera el “ungüento de los militares”. Mientras vamos preparándolas para su uso, contemplo detenidamente el “pericón”. Cinco pétalos dorados, finamente pespunteados por sus aceites y fuegos de artificio por estambres. Las hojas, parecen colocadas de par en par sobre el tallo, como imágenes especulares. La planta entera ejerce una extraña atracción sobre los caminantes, parece salirles al paso en los senderos. Un poeta diría que declaman su belleza. Creo que nos ofrecen su sosiego, frente a la ansiedad del vivir cada día. Me viene a la cabeza esa cita de Peter Handke:
“Ante lo que estás viendo, piensa que esto tal vez te haya salvado”. Pues sí, a mí me salvan…
Salgo de esta ensoñación y veo que la mesa está bañada de oro. Decenas de ramilletes esperan junto a unos botes del cristal. Los rellenamos con esmero pero sin forzar. Son como fanales de luz, cuando cruza el sol por la ventana. Matizamos de oliva ese albor, cuando vertemos el aceite hasta cubrir. Y ahora viene la espera, 40 días y 40 noches al sereno, para atrapar la esencia curativa. Benéfica sobre las cicatrices y contusiones del cuerpo, para las del alma son otros los preparados.
Pasado el tiempo solo quedará el óleo, caligrafiado con la maestría de los pendolistas. Escribo pausadamente sobre la etiqueta, “Hypericum perforatum”, interesante nombre: “por encima de la apariciones”, su papel protector es de evidencia secular.
Raúl de Tapia