La colombiana Paola Silva es comunicadora social, periodista especializada en cuestiones socio-ambientales y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). También es la responsable de comunicación del colectivo Nuh Jay, “El cielo en la tierra” en Putumayo, uno de las zonas con mayor riqueza natural del país colombiano. Podéis saber más sobre ella en su blog ‘Cuéntame lo que te cuentan‘. Hoy publicamos uno de sus últimos artículos, que lleva por título ‘Las esmeraldas que ya no se encuentran’. Esperemos que disfrutéis de este interesante artículo tanto como lo hemos hecho nosotros.
‘Las esmeraldas que ya no se encuentran’
La calidad de vida que se pueda dar Nelsy y su familia depende de la suerte. Esta tremporada su esposo quien es guaquero en Coscuez, no encontró una esmeralda, por tal motivo en este mes a ella no le alcanzó para comprar el gas.
Vía verde, así avisa una flecha la desviación de la carretera principal de Otanche a la Plaza de las Esmeraldas. Quince minutos de vía destapada hasta donde se doblan las colinas de la vereda de Coscuez en el Municipio de San Pablo de Borbur, Boyacá. Allí, se encuentra un caserío en madera y teja que se extiende sobre la vía veredal y se convierte en el lugar que resume los espacios de la comunidad minera: hogares, carnicería, tiendas, restaurantes, cantinas, una gallera y la capilla.
A este lugar llegan los guaqueros con las piedras más verdes como descoloridas que encontraron dentro de las cicatrices de la montaña, y los más desafortunados de los desechos de tierra que dejan empresas como Esmeraldcorp S.A.
A pesar de que el negocio ahora no es rentable, aún sobreviven al lado de las empresas pequeños asentamientos de casas de madera donde las personas contratadas y los guaqueros pagan arriendo con la esperanza de enguacarce algún día con este preciado mineral.
La esmeralda, no es más que el resultado de un proceso natural de matasomátismo, es decir la adición de componentes químicos a una roca durante un proceso geológico. En este caso la fusión de ciclosiliato de aluminio y berilio con el contenido y la distribución precisa de cromo o vanadio que son quienes le dan su valioso color verde intenso.
Pero además de reconocerse el valor económico por su belleza, también se le han otorgado propiedades psíquicas: que irradian energías, atraen el poder, el amor, pero también la maldición que pareciera ser la más sobresaliente en Boyacá. Primero con su origen, el cual se le atribuye a Tena quien al arrepentirse de darle muerte a su compañera Fura, lloro tanto, que sus lágrimas corrieron por el centro de las montañas convirtiéndose en esmeraldas. Pero luego la tortura y muerte de los indígenas por parte de los españoles al tratar de conocer la fuente del alucinante cristal, y más tarde las 3 guerras verdes que se desataron durante 1970 y 1990 en el occidente de Boyacá.
Si algo es evidente es que el conflicto por las esmeraldas ha perdido fuerza a la medida que ha bajado la producción. Ahora cambiaron los rivalidades entre pueblos y vecinos y corre a voz que encontrar una buena esmeralda ya no es posible como en los tiempos de Carranza.
Pero “luego de que tu encuentras una buena piedra, ya no es posible ver otra actividad de vida, ella es como una maldición, solo verla es un motivo de emoción de ganar fácil, envician” explica un minero. Afirmación con la que concuerda Nelsy, al explicar que por pequeña que sean estas se pueden vender en un millón, pero volver a encontrar una de igual valor puede llevar meses lo que hace que la ganancia no sea significativa para vivir.
“El problema aquí ya no es la guerra sino la pobreza, no porque no haya qué hacer, sino porque la gente insiste en la minería o ser guaquero, que consiste en rebuscar piedras de los desechos que dejan las mineras. Porque la tierra da para vivir y producir”, añade uno de los trabajadores mientras me señala una planta de ahuyama que se extiende sobre el patio de su casa.
Con esmeraldas o sin ellas, la riqueza económica de la región pareciera ser la misma, y mientras cae la tarde y los obreros llegan de un día más de trabajo, un hombre que juega a las cartas, me deja en claro que la competencia que antes era guerra ahora se hace jugando.
Paola Silva