Jorge Castañeda es un escritor, poeta, periodista y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET) radicado en Valcheta (en la Patagonia Argentina). El argentino, que ha publicado 14 libros, es también Cónsul de Poetas del Mundo (Chile), Embajador Universal de la Paz (Ginebra, Unesco) y Miembro Fundador de Naciones Unidas de las Letras (Colombia). Hoy Castañeda nos habla de la lucidez, que como escribió Pizarnik, “es un don y un castigo”.
‘La lucidez’
La lucidez es un estado de ánimo doloroso. Estar lúcido implica “conocer” en su sentido más amplio. Es percibir hasta en las menores cosas las distintas facetas de la vida. Es una duermevela, una vigilia en medio de la noche.
Estar lúcido es alcanzar un nivel de conciencia trascedente que provoca la complejidad del ser y sus circunstancias. Es ver claramente, como decía Pablo, Apóstol de Jesucristo, no por un espejo, sino cara cara. Es no intuir la entropía sino abarcarla en su conjunto con todo lo que ello implica.
Estar lúcido es asimilar la esencia del conocimiento primordial. Es un abarcar en la milésima de un segundo las viejas claves perdidas en el tiempo. Y saber de veras. Saber que el equilibrio supremo está en soportar las vicisitudes cotidianas con una mirada “más allá del bien y del mal” al decir de Nietzsche, el más atroz de los desesperados.
Estar lúcido es alcanzar el punto culminante del hombre y de las cosas. Es el “estar iluminado”, es el “entender” soportando los mayores dolores con los más desenfrenados placeres. Es estar abierto al Todo, al Todo, así con mayúsculas. Y es aterrarse por ese conocimiento que alguna vez estuvo vedado a los hombres, pero que algunos lograron alcanzar.
Estar lúcido es traspasar los umbrales de lo cotidiano. Es ver más allá. Es “aprehender” de una forma total, circular. Estar lúcido es descarnarse. Ser un atalaya en la soledad como Ezequiel, profeta en medio de Israel.
Saber las verdades y tolerar ese conocimiento que puede ser atroz, es estar lúcido. Porque es ver hacia adentro y hacia afuera al mismo tiempo. Es “asir” lo inasible. Es “vivir de veras”. Es ver sin los celajes de la costumbre.
Alejandra Pizarnik, esa gran desesperada de nuestra literatura lo supo. Es que los artistas alcanzan ese estado pavoroso de lucidez. Por eso escribió:
“La lucidez es un don y es un castigo, está todo en la palabra, lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio. Pero también se llama Lucifer, el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer, y Lucifer viene de Lux y de Fergus que quiere decir, el que tiene luz, el que genera luz, el que trae la luz que permite la visión interior, el bien y el mal, todo junto: el place r y el dolor. La lucidez es un dolor y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez, el silencio de la comprensión, el silencio del mero estar, en esto se ven los años y en esto se fue la bella alegría animal”.
Han alcanzado esa lucidez, entre otros, los místicos y los locos. Por eso es que la lucidez pocas veces se perdona y que a algunos ha llevado al ostracismo o al cadalso.
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Jorge Castañeda