Luis Eduardo Vivero es un escritor chileno especializado en literatura infantil y cuentos para adultos. También es miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). De tanto en tanto actualiza su blog (que podéis consultar aquí), en el que escribe sobre temas de diversa índole. Hoy publicamos ‘El hijo más obediente e inteligente del mundo’, un relato breve con el que recientemente ganó el concurso de microrrelatos ‘Paradojas’ organizado por Historias Pulp.
‘El hijo más obediente e inteligente del mundo’
Una mamá se quejaba y le contaba a Cecilia, su vecina, el tormento que a diario significaba educar a Benjamín, su hijo, ya que estaba pasando por la época rebelde y ya casi no podía controlarlo. Además no había caso que se llevara bien con las matemáticas ni la física. Cecilia comenzó a afanarse de su propio hijo: “Lalito me hace caso en todo, al levantarse, tomar desayuno, ir al colegio, hacer los deberes, poner la mesa, almorzar, se entretiene jugando solo, hace su cama, arregla sus cosas, cenamos y se va a acostar a la hora indicada. Además es muy inteligente y todos los años saca el primer puesto en la escuela.”
Lo anterior tuvo un efecto negativo en Medalia, ya que quedó deprimida, preguntándose qué estaba haciendo mal con su hijo, y por qué ya no podían ser tan felices como antes. Como de costumbre tuvo problemas para enviarlo a acostar y Benjamín se demoró una hora entre hacer la cama, lavarse los dientes, ponerse piyama, rezar e irse a la cama, cuando más bien podría haberlo hecho en quince minutos. Medalia estaba exhausta y cayó pesadamente sobre el colchón.
Esa noche comenzó a nevar y luego de un par de horas todo estaba cubierto de una capa incolora e insípida, como si un gigante hubiera tapado todo con una gran sábana blanca.
Cecilia recordó que aún tenía que botar la basura, así es que se puso su capa, un gorro de lana y en pantuflas —todo de color rojo— salió a darle encuentro al tacho. Con la ventolera que había la puerta se cerró tras de ella, y lamentablemente no traía la llave consigo. Se puso a gritar hacia el segundo piso: “¡Lalito, hijo, ábreme la puerta que se me quedó la llave!”. Pero su hijo no salía. Cecilia continuó gritando, ordenándole y hasta suplicando, hasta que Lalito se dignó a asomar la cabeza por la ventana, para decir: “Mamá, tú me tienes prohibido abrir la puerta después de las nueve de la noche y son las nueve y cinco”. Y ante la sorpresa de la madre, la ventana se cerró.
A la mañana siguiente Medalia estaba rabiando con Benjamín para que terminara de alistarse, cuando de pronto vio que Lalito iba saliendo a la escuela a la misma hora de siempre. Eran las siete y treinta de la mañana y extrañamente iba solo. Llevaba puesto un lindo gorro rojo.
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Luis Eduardo Vivero