El incendio de Notre- Dame levantó olas de solidaridad y, en teoría, un alud de donaciones para recuperar esa joya arquitectónica. No veo esas mismas reacciones en el pavoroso incendio que asola el Amazonas, el mayor pulmón verde del planeta. Como si no fuera con nosotros, la especie humana que necesita aire y agua para sobrevivir. El fuego, en este caso, sinónimo de muerte, avanza sin control y arrasa con todo a su paso. Qué casualidad que coincida con la apuesta criminal del presidente Jair Bolsonaro para deforestar la selva. Desde la llegada al poder del ultraderechista, se ha incrementado en más de un 200% el arrasarla.
Por no hablar de las ocupaciones ilegales de tierras y su explotación, hasta que mueran de puro agotamiento, a cargo de gente poderosa que sacará sus buenos dineritos a cambio de hipotecar el futuro –o quizás ya el presente- de esta cansada tierra que habitamos.
Los satélites dan imágenes escalofriantes del desastre en tiempo real, tan horripilantes como saber que cada minuto, muere más y más selva ante la impasibilidad de todos. Ante este panorama, solo falta Bolsonaro acusando a las ONG de estar detrás de los incendios como ya ha hecho. El mundo al revés o vivir para ver.
Un mundo y una tierra que deberíamos recordar a cada segundo que no nos pertenece. Estamos aquí de paso y debemos pasar el testigo de un planeta cuidado a las siguientes generaciones. A este ritmo, sin embargo, me temo que les dejaremos un planeta desolado, carbonizado, inhóspito, deshumanizado totalmente.
Este cáncer humano en el pulmón verde del Amazonas significa más inundaciones, más pérdida de suelo; vientos extremos, la desertificación y, por descontado, más olas de calor y vuelta a empezar.
Otro desastre – a menor escala pero igual de desastre- son los grandes incendios que se han cebado en las islas canarias en menos de un mes, con llamas de hasta 50 metros que han atacado el Parque Natural de Pinar de Tamadaba, una reserva de la biosfera
Este verano empezamos alarmados por el incendio en la Ribera d’Ebre, una comarca ninguneada, despoblada y envejecida a la que, sin embargo, sí ha llegado la solidaridad de la gente antes que las ayudas gubernamentales. Bajo el llamamiento de #rebrotem, la gente se organizado para intentar recuperar la normalidad. Es el único resquicio de esperanza en mitad de tanta desolación.
Así que hay que ponerse las pilas y, por una parte, castigar a los pirómanos con dureza, especialmente a los que sacan tajada a costa del futuro de los demás. Que el castigo haga que no les salga a cuenta especular usando el fuego. Por otra parte, también hay que aplicar prevención, con una buena gestión forestal, cortafuegos y caminos en condiciones. Y religando todo esto, hay que volver a valorar el bosque como lo que era unos años atrás: una fuente de riqueza, además de salud y bienestar. Un buen aprovechamiento del bosque, con perspectiva sostenible, por supuesto, ayudaría a mantenerlo protegido del fuego. No pasemos nunca de estar de paso a dar el último paso.
Ángel Juárez Almendros es presidente de Mare Terra Fundació Mediterrània, de la Coordinadora d’Entitats de Tarragona y de la Red de Escritores por la tierra.