Artículo de Ángel Juárez Almendros, Presidente de la Red Internacional de Escritores por la Tierra y de Mare Terra Fundación Mediterrània.
Leyendo los buenos propósitos realizados estos días por Pascal Lamy, miembro del Consejo para el Futuro de Europa, y que pasan por exigir políticas que permitan rebajar el paro juvenil en los próximos cinco años, se debe hacer una profunda reflexión.
Para empezar, hacer esta propuesta en positivo debería ir acompañada de un paquete de soluciones que, de momento, Lamy ha obviado. Porque para ponerle el cascabel al gato hay que tener gato aunque muchos de nuestros representantes sean especialistas en esconderse en sus trincheras cuando hay problemas, cual ratón en su agujero para que no lo cacen.
Las políticas para rebajar el paro, y no solo entre los más jóvenes, deben ir centradas en la mejora de los contratos actuales para abandonar la precariedad en la que se ha embarcado el sistema de contratación. Los pocos que consiguen el acceso al mundo laboral deben conformarse con jornadas inacabables con nominas vergonzosas, sin cobrar las horas extras y con el miedo a perder su puesto a la mínima queja ante sus superiores. Tragan con lo que les echen conscientes que para su plaza laboral precaria hay cola.
Ahora mismo, acabar una carrera es síntoma de seguir en el paro y las garantías de conseguir una plaza en algo relacionado con aquello que se ha estudiado durante tres, cinco o más años son irrisorias. Algunos optan por marcharse fuera de España. Los jóvenes de España tienen tres salidas laborales: por tierra, por mar y por aire. Esta frase era un chiste y ahora, una realidad. España es el país de fuga de cerebros y la nación con más paro de toda Europa.
Luego están los otros jóvenes que no se marchan ni quieren estar tirados todo el día en casa por falta de trabajo. Hablo de los que optan por desarrollar sus ideas y proyectos montando sus propias empresas. Si el dinero se lo prestan familiares les puede ser viable empezar su andadura como emprendedores autónomos pero en caso contrario, que son la mayoría, también lo tienen crudo gracias al papel que protagonizan desde hace tiempo los bancos y a las políticas del actual gobierno. Las entidades bancarias se han cerrado en banda cobrando las ayudas que les da el Estado, y no olvidemos que somos todos, que luego se quedan y no reparten en forma de créditos para nuevas empresas. Y el PP ha decidido, justamente ahora que la economía del país está ahogada y al límite, aumentar las cuotas mensuales de los autónomos de forma vergonzosa. De esta manera se cargan de un plumazo las pocas posibilidades de la gente joven que podría empezar con un pequeño negocio e ir prosperando.
En mayo hay elecciones europeas, unos comicios que servirán para escoger a los elefantes políticos que tienen pendientes favores de sus partidos. Ser eurodiputado es, en la mayoría de casos, un caramelo para disfrutar de un alto sueldo, coche privado y dietas para comidas, alojamiento y desplazamiento durante cuatro años. Porqué en Bruselas no se acaba decidiendo ninguna política común, aunque el mercado en el que estamos lo sea, que saque del pozo a los países más desfavorecidos.
Al final, Europa cierra sus puertas a los jóvenes. Y España también. La crisis laboral en este sector de la población ha perjudicado mucho a una generación entera que no se emancipa, ni compra vivienda. Tampoco forman una familia, no tienen hijos, no consumen, no participan en el sistema productivo que genera riqueza. Ese ciclo vicioso que de momento no tiene solución es nuestra realidad.
Como lo es la desafección política de los jóvenes que no ven a nadie que les represente ni defienda, a ningún partido de izquierdas o progresista, sea de los tradicionales o de nuevas hornadas democráticas, que les haga de espejo ante sus dudas. Porque en nuestro país los cargos electos a cortes viven en sus madrigueras y no son capaces de encerrarse en el parlamento para reclamar soluciones inmediatas y para sacarnos de la miseria donde nos han metido la mayoría. Le ven las orejas al lobo y pudiendo cazar su piel huyen de él.
Para hacer propuestas, como las de Pascal Lemy que han servido para articular este argumento, se necesita también llevar medidas a desarrollar. El hablar por hablar no da de comer ni nos saca de la crisis. Presiento, tristemente, que los jóvenes seguirán siendo pobres y que los que hablan de ellos vanamente mantendrán su estatus de poder y económico pase lo que pase. Volvemos a aquella frase que comenté en otros artículos: vivimos en dos mundos separados por un mismo Dios.