Artículo de Ángel Juárez Almendros, Presidente de Mare Terra Fundación Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra.
La muerte de cuatro hermanos de una misma familia en El Vendrell ha abierto heridas que jamás cicatrizaron en un tema que siempre ha generado debate y especialmente tras el nacimiento de la crisis que fue, al mismo tiempo, el final de la calidad de vida de una gran parte de la población.
El trasfondo de la tragedia de los cuatro niños, que primero se intentó maquillar, es una realidad cruda que define a un perfil concreto de la población. La familia que perdió a los cuatro niños es de origen marroquí, como muchas otrashabían llegado aquí hace unos años y en un principio las cosas no fueron mal pero con la llegada de la crisis, y el incendio de la carnicería que habían abierto, todo se desmoronó. La pequeña vivienda donde residían ahora los nueve miembros de esta familia era la misma que el banco les había embargado, no tenían luz ni agua, malvivían como podían en el mismo piso que les quebró la vida.
Esta familia es el claro ejemplo de la subclase social que se genera en países como el nuestro y que se potencia cuando la bonanza económica desaparece y llega la tormenta del paro, la pérdida de ayudas, la imposibilidad de hacer frente a alquileres o hipotecas y el embargo de la vivienda. Aquellos que en su día eran más que necesarios para levantar el país, los que trabajaban de sol a sol y muchas veces en tareas que muchos ciudadanos españoles no querían hacer, son los mismos que ahora, desde hace ya tiempo, parece que sobren.
Europa es cruel, no solo España. Primero se abre el grifo de la inmigración y luego se cierra de golpe sin tener en cuenta los motivos y las necesidades de las personas que han tomado la dura decisión de dejar su país para buscarse la vida en otro. Y Alemania, que es la capital europea y quien mejor aguanta la crisis, ha sentado precedente decidiendo que limitará el acceso de los inmigrantes europeos a las prestaciones sociales y les restringirá los permisos de residencia mientras buscan empleo.
AngelaMerkel, la mujer más fría que gobernó jamás en la Europa moderna, cuenta además con el apoyo de la Unión Europea y advierte que sus medidas no son ilegales. La canciller alemana propone reformas en la legislación laboral para luchar contra la economía sumergida y la explotación de los trabajadores inmigrantes y pretende prohibir temporalmente el reingreso en su país a quienes hayan cometido fraude o abuso, como la utilización de documentos falsos para la búsqueda de empleo.
Es cierto que las propuestas de Merkel parecen convincentes pero tras ellas hay otra realidad muy distinta. Alemania quiere expulsar de su país a los ciudadanos rumanos y búlgaros que estos dos últimos años han llegado en masa buscando empleo. Esa es la verdad escondida que no cuenta el gobierno germano consciente que desde el pasado 1 de enero estos ciudadanos de los dos países no necesitan un contrato de trabajo para entrar en Alemania.
El problema, y permitidme que lo tache de racista, es que las medidas anunciadas por AngelMerkel también afectan a otros muchos ciudadanos que trabajan en Alemania y que ahora ven peligrar su futuro. Hablo de los 120.000 ciudadanos españoles, los más de 520.000 italianos o los 530.000 polacos o los más de 300.000 rumanos y búlgaros que son el origen de la queja de los alemanes. Porque si las propuestas alemanas sirviesen solo para evitar el fraude y la explotación a la que muchos empresarios someten a estos trabajadores de mano barata, se podrían ver con buenos ojos esas medidas.
Pero mucho me temo que sea una caza de brujas más, un deseo de limpiar las ciudades del país más rico de Europa de personas que piden trabajo y lo necesitan para alimentar a sus familias. El racismo nace solo en mentes de gente de poco calado moral y hay que evitarlo como sea. Siempre creí en los defensores de los inmigrantes fuesen de donde fuesen. Cuando fundé la Coordinadora de Entidades de las Comarcas de Tarragona tenía claro que debíamos cobijar a todas las personas por igual. Y en ella están los colectivos de ciudadanos pakistaníes, senegaleses, marroquíes o comunidades de etnia gitana.
Y también estoy contento de anunciar, y lo hago aquí en primicia, que en la edición de este años de los Premios Ones, reconocimientos que entrega cada año Mare Terra Fundación Mediterrània, entidad que presido, uno de los premiados es una persona que ha dedicado su vida a defender los derechos del pueblo gitano y también los de ciudadanos de otros países como los rumanos. Hablo de Juan de Dios Ramírez Heredia a quien premiaremos como ejemplo de aquello que se debe hacer: ayudar al prójimo sin juzgarle por religión o raza.
Porque, como os decía al principio de este artículo, la gente no se va de su casa voluntariamente, no se juega la vida ni la pierde como en el caso del Vendrell. Lamentablemente todas las tragedias conducen a soluciones. Esperemos que las muertes de estos cuatro niños sirvan de algo.