Mi último encuentro con Gabriel García Márquez y Mercedes, su mujer, fue en La Habana el 11 de diciembre del 2008. Él parecía cansado y ya mostraba señales de la enfermedad que lo abatiría.
Lo conocí en la capital de Cuba en febrero del 2005. Le pregunté si ya había terminado su última novela, El amor en tiempos del cólera.
–Terminé el texto lineal. Ahora trabajo en los detalles.
Gabo le había enviado el texto a Fidel, que poco después llegó a la casa donde nos encontrábamos. Ansioso, le preguntó al comandante si ya había leído el original.
–Sí, y con mucha atención –dijo Fidel. Y descubrí un craso error.
Gabo se puso lívido.
–Escribes que un barco salió de Cartagena transportando toneladas de oro. Hice algunos cálculos, y deduje que un barco de aquella época, totalmente de madera, se hubiera hundido en el mismo puerto.
En noviembre de 1985 Gabo me llamó a la casa de protocolo 61, donde se refugiaba para escribir, y me enseñó su discurso de apertura para el congreso de intelectuales. Una irónica y divertida historia de los congresos.
–Te sugiero resaltar el múltiple aspecto de la cultura popular en América Latina –le sugerí. Como cultura de resistencia, solidaridad, protesta, juego y fiesta.
Me hizo subir al segundo nivel de la casa, encendió su Macintosh y añadió mi sugerencia al texto.
–¿En qué momento del día prefieres escribir?, le pregunté.
–Por la mañana, después de bañarme, vestirme y tomar una taza de café.
Era la primera vez que yo veía un computador con la marca de la manzana. Quedé maravillado ante semejante máquina. Él me enseñó cómo funcionaba e insistió para que yo comprase una. Después le “robó” a Mercedes un ejemplar de su novela El amor en tiempos del cólera, que iba a ser lanzada en breve, y me lo regaló con una dedicatoria.
En julio de 1986 participé en La Habana en una recepción ofrecida por Fidel a un jefe de estado de África. A las 3 de la madrugada Gabo y yo dejamos al Palacio de la Revolución y cada uno se dirigió a la casa donde se hospedaba. Media hora después, cuando ya me había dormido, sonó el teléfono de la cocina. Fui a atenderlo:
–Compañero, le llamamos de la casa de García Márquez –dijo una voz anónima. Está yendo para ahí.
¿Por qué Gabo venía a mi encuentro a aquella hora? Esperé 20 minutos, muerto de sueño. Ningún premio Nobel vale el precio de mi sueño. Como no apareció, volví a la cama después de dejar la puerta de la casa entornada.
A la mañana siguiente me informaron que en la casa de Gabo habían recibido una llamada de alguien que dijo: “Frei Betto pide que vaya urgentemente a su casa”.
Al contrario que yo, que regresé a dormir, Gabo atendió la llamada y permaneció hasta las 7 de la mañana en la barandilla de la casa donde yo me hospedaba, conversando con amigos que me acompañaban en el viaje.
Nunca entendí por qué los fantasmas de la madrugada intentaron mantenernos despiertos y juntos… Gabo podría haber aprovechado el extraño episodio para uno de sus primorosos cuentos.