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Aurora U. Casilli: ‘La Dama de Escarlata’

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Aurora U. Casilli es muy polifacética, ya que es escritora, abogada, diseñadora gráfica y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). Aunque todavía queden unos cuantos meses para que llegue la Navidad, la escritora argentina nos envía un cuento titulado ‘La Dama de Escarlata’ que bien podría calificarse de navideño. Y es que la magia no entiende de estaciones del año… Esperemos que os guste.

‘La Dama de Escarlata’

La noche estaba próxima y el cielo fue tomando pausadamente un color plomizo y casi siniestro. El fuselaje de los relámpagos herían los ojos negros de aquel chiquillo flacuchento desaliñado para quien la jornada recién comenzaba. Hijo mayor de una humilde familia asentada desde algunos años en los suburbios de un pueblito misionero, no tuvo una infancia apacible.

Juancito, como así lo llamaban los pobladores del lugar, marchaba muy temprano con su padre al campo para regresar al caer la tarde. Al morir se convirtió en el sostén de su hogar pues la madre postrada en una silla de ruedas a raíz de un accidente, apenas podía contribuir en los quehaceres domésticos.

Cierto día, salió a la calle como muchas otras veces, con la cara sucia, los cabellos despeinados y una esperanza tímidamente dibujada en los cachetes sonrojados por el frío y en la mirada inocente. Se detuvo en una de las esquinas más concurridas de la zona céntrica.

-Una moneda por favor -sus labios suplicaron- pero la indiferencia de los que por allí transitaban era más grande que el hambre acumulado en su estómago. Un rato después se dirigió a una plaza cercana. Abrió su mochila de ilusiones dormitadas y extrajo un trozo de pan que yacía en su interior. Era tan viejo y duro que sus dientes jóvenes al morderlo chillaron.

Al examinarlo unos segundos exclamó resignado: No importa, esto alcanzará. Fugazmente por arte de magia una dama hermosamente ataviada en una capa de terciopelo escarlata  se le acercó.

-Toma, -le dijo dulcemente extendiéndole un billete de gran valor -, para mí no significa nada, para ti puede ser el comienzo de algo. Luego de haber pronunciado dichas palabras desapareció tan misteriosamente como había llegado dejando el pequeño desconcertado y confuso.

Al preguntar a los transeúntes si la habían visto ó la conocían  la respuesta no lo conformó demasiado, nadie sabía de su existencia porque imaginar a alguien vestido de esa forma era una locura y sin duda se le reirían o se burlarían.

 -¿Dónde está?-, murmuró.  Observó de reojo el billete doblado por la mitad aprisionado en su mano.

-¡No puedo creerlo! -replicó exaltado.

-¡Es una fortuna! No, no puedo aceptarlo, mamá se enojará si lo hago-.

-¿Dónde se habrá metido la señora?-. Levantó las solapas de su campera de jean desgastado, colgó la mochila en su hombro derecho y se encaminó a su casa para reanudar la búsqueda al día siguiente.

Sin embargo la dama de rojo nunca más apareció y Juancito no se atrevía a disponer del billete, ni siquiera le había mencionado el asunto a su madre y retornó a la calle nuevamente a pedir limosna.

Había transcurrido un mes del increíble encuentro. Su madre enfermó gravemente y hubo que internarla. El parte médico no era muy halagüeño, había que operar. Triste y desconsolado ahogó su llanto contra la almohada para que no lo escucharan sus hermanitos.

-¡Qué haré Dios mío!, mi madre se muere y no tengo un centavo para pagar la operación– exclamaba en tanto restañaba las lágrimas que humedecían sus mejillas. Súbitamente, una extraña voz resonó en la precaria habitación.

-Usa el billete que te di Juancito. ¡Úsalo! ¡No esperes más!. No me busques más! Corre junto a tu madre, ella te necesita, queda poco tiempo. ¡Date prisa!

La obedeció sin demoras.  Al llegar al hospital ingresó a la desolada sala y se abrazó fuertemente a su regazo.

¡Mami! Conseguí el dinero, pronto estarás bien. Dentro de media hora te operarán-

Su madre esbozó una sonrisa y acarició sus cabellos enmarañados.

-Hijo- respondió, haciendo un esfuerzo para incorporarse en la cama. ¿No te habrás mandado una de tus travesuras verdad?

-No mami, quédate tranquila, me porté bien aunque…

Se produjo un breve silencio y Juancito elevó su mirada al cielo.

-No puedo explicártelo ahora no lo entenderías.

Había comprendido que pese a tanto odio y desamor, los ángeles también existen.

Aurora U. Casilli

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