El filósofo, escritor, profesor titular exclusivo de la Universidad Nacional de San Juan (Argentina) y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET), Miguel Ángel Montoya Jamed, comparte con todos nosotros un escrito muy personal. Se trata de una carta, pero no es una epístola cualquiera, sino de una ‘Carta, Abierta, Necesaria’ en la que Montoya nos muestra su visión del mundo.
‘Carta, Abierta, Necesaria’
San Juan, enero de 2011. Primeros días del año… Está aclarando la mañana y he encendido mi máquina para comenzar a escribirles una carta, hay un fresco de mangas cortas y sandalias, el canto de los pájaros multiplica el silencio de una mañana sin Sol, extiende hacia la inmensidad mi mirada, mi cuerpo, toco la piel de mis brazos y siento que soy una parte del Ambiente…
De ese canto y de los árboles, del viento muy suave que murmulla en los viejos “bizcos” que tengo enfrente, a unos cincuenta metros, del olor a Tierra que es una mezcla de las plantaciones vecinas y de las plantas de la casa.
Todo eso y la montaña que tengo enfrente y a pocas cuadras, que no es mi alrededor sino: de los que soy parte y que es parte de mi, todo eso: mi interior que está afuera de mí, me da cuenta de la abundancia…….me da cuenta de la abundancia.
Por eso uso el “tengo”…”la montaña que tengo enfrente”, no como una propiedad capitalista sino que intento reafirmar la pertenencia al Ambiente. Somos una parte del Ambiente, somos parte del Eco-Sistema, dice Edgar Morin, un viejo filosofo francés, que aun vive y en uno de sus libros tiene un subtitulo que dice: “La Tierra que depende del Hombre que depende de la Tierra”.
Somos parte de ese Sistema donde la inteligencia del Sistema está en la relación entre nosotros y lo demás del Sistema; ni en nosotros ni en lo demás del Sistema sino: en la relación.
He puesto la máquina de escribir y el mate en la mesita de afuera, los vecinos de abajo hicieron cortar el pasto y todavía no lo levantan y los de arriba hacen dos o tres días que araron la tierra…claro: y las nubes que no se mueven, digo yo que no se mueven, Aristóteles diría: “eso es movimiento o no ven que cambian de color”, van del blanco al gris y luego se oscurecen, y yo supongo que Aristóteles nos tutearía.
Así es que tengo una sensación, en mí, de humedad, agradable…pero mejor si no amenaza con llover, así, con mi mujer, cocinamos la salsa afuera con leñas en el patio de atrás. Me gusta esto de: “en el patio…”. “Con mi mujer”… siento la humanidad y la seguridad que me da el amor…la humanidad y la seguridad que el amor nos da a los hombres.
Siempre decimos “el canto de los pájaros”, copiamos esa definición de un libro de la primaria o de la maestra que lo repitió en la clase cada vez que le tocó hablar de los pájaros. Nosotros repetimos “el canto de los pájaros”… sin revisarlo.
Tal vez nosotros necesitamos que siempre sea un canto, para debilitarnos las angustias cotidianas, para suavizar el dolor de “ser en el mundo” o simplemente porque permanentemente necesitamos un canto; aunque no pongamos atención en los pájaros.
No poner atención en los pájaros, no suaviza el dolor de la existencia, nos hace indiferente la abundancia, nos limita la inmensidad de la mirada, del cuerpo… no poner atención en los árboles, no poner atención en el agua, no poner atención en las manos…
A veces será un canto… a veces será una solicitud si es que los pájaros solicitan, a veces serán sólo gritos en un juego para identificarse, a veces serán gritos porque quieren relatarnos a los hombres como es la sensación de volar; a veces será un poema, breve, necesario, para contarnos a los hombres que no se adueñan, ni del viento, ni de los árboles, ni del agua, ni del espacio, ni de la Tierra, ni de la Estaciones y es por eso que van y vienen, ni del tiempo y que ellos saben que los hombres son el tiempo… sólo para contarnos a los hombres que no se adueñan… a veces será un canto si es que los pájaros se enorgullecen de la vida.
Somos el hombre que lleva el niño y el niño que lleva el pájaro. Somos el hombre con una eterna necesidad de volar… tenemos el pensamiento.
Hago una pequeña pausa para cebar el mate y mientras miro la espuma, que me hace sentir una de mis experiencias de mi época de estudiante, recuerdo una frase de un texto que me envió un amigo, que dice: “Ser feliz sin ningún motivo, que es el mejor motivo… el motivo de estar vivo”… que seguramente tenga que ver con el darnos cuenta.
Por las tareas cotidianas de la casa, que son las tareas más importantes…y por unas lecturas necesarias deje la carta… bueno: también para rumiar algunas partes del texto, para discutir en voz baja la necesidad del texto. Bueno, de esto necesito hablarles: del Ambiente.
El capitalismo habla y hace hablar de “medio-ambiente”, porque considera al hombre (así con minúsculas) “puesto” entre los árboles, entre los animales, entre los cerros, entre… entre… entre…, por eso lo de “medio”.
Al hombre “lo rodea” lo que no hay ningún problema en destruir; matar los pájaros, matar los árboles y los animales, destruir la montaña, contaminar las aguas y el aire.
Si internalizados el concepto de “Ambiente” – para mí – o de “Eco-Sistema”, para Morin; de: el Hombre conformando el Ambiente y el Ambiente conformándonos; del Ambiente como lo interior que está afuera, no deberíamos ni podríamos matar los pájaros, matar los árboles y los animales, destruir la montaña, contaminar las aguas y el aire… porque nos lastimamos… nos llenamos de lastimas… nos angustiamos… des-vigorizamos la Vida.
El capitalismo se funda y se sostiene en la destrucción del Sujeto del Sentido; (no puedo por carta explicar que es el Sujeto del Sentido, intenten un concepto para esto… y seguramente no podremos matar los pájaros, matar los árboles y los animales, destruir la montaña, contaminar las aguas y el aire).
Cuando abrí la máquina pensé que hablaríamos del mercado, de la invasión del territorio público por el dogma, de la palabra, del habla disociada del pensamiento, de la tecnologización de la cotidianeidad, de la monopolización de la palabra por la máquina; del traslado, en el habla cotidiana, de términos del dogma a la realidad y del traslado de términos de lo humano a la máquina y de la máquina a lo humano… ¡y cuántas cosas más si esto fuese un diálogo!
¿Pero como no hablarnos de la destrucción del Ambiente?, si abrí la máquina… y estaba aclarando la mañana y había un fresco de mangas cortas y de sandalias, y el canto de los pájaros multiplicaba el silencio de una mañana sin Sol, y yo extendía hacia la inmensidad mi mirada, mi cuerpo y tocaba la piel de mis brazos y sentía, con arrogancia.
Que soy una parte del Ambiente… de ese canto y de los árboles, del viento muy suave que murmuraba amable en los viejos “bizcos” que tengo enfrente, a unos cincuenta metros, parte del olor a Tierra que es una mezcla de las plantaciones vecinas y de las plantas de la casa.
Olor a Tierra… ”La Tierra que depende del Hombre que depende de la Tierra”. Esta carta es sólo una solicitud a que nos escuchemos, no es un ejercicio académico, no puedo ni tengo pretensiones de enseñarles algo… aunque piensen en los vicios del oficio.
En un texto de Eduardo Galeano, “La función del arte/1” en la pág.3 de “El libro de los abrazos”: cuenta el autor que le cuenta un amigo que lleva su hijo pequeño por primera vez al mar y que el niño, ante la inmensidad, le dice al padre: “ayúdame a mirar”.
Y esto es el fin de esta Carta, Abierta, Necesaria: ayúdame a mirar.
Un abrazo
Miguel Ángel Montoya Jamed