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Gustavo Duch: ‘Traficantes de oro rojo’

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Gustavo Duch es escritor, activista y un destacado miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). En sus escritos, Duch siempre defiende la soberanía alimentaria de los pueblos (es decir, para él la agricultura debe producir alimentos a la vez que se convierte en el medio de vida de los que cuidan el campo). En el último artículo publicado en su blog, ‘Traficantes de oro rojo’, vuelve a poner el dedo en la llaga. Por cierto… ¿os imagináis qué producto puede ser el oro rojo? Leed y lo descubriréis…

‘Traficantes de oro rojo’

Hace pocos días, coincidiendo con la regulación que permite contabilizar el tráfico de droga en el PIB español, tuvimos la posibilidad de conocer -gracias al vídeo Agronegocios europeos en el Souss -  la zona de Biougra, en Marruecos, foco estratégico de uno de los negocios más desconocidos del mundo. El documental, elaborado por la organización Attac Marruecos, tiene la virtud de trasladarte a la zona y sentir que eres tú el que se sobrecoge al ver esa carretera donde aguardaban más de 50 camiones y tractores con remolques oxidados. «Ahí arriba llevan y traen a diario a sus obreros», se oye, «ya veis que esta forma de transporte no es aceptable ni para la ganadería».

Cuando pasamos junto a los camiones advertimos que hemos dado por sentado que se referían a hombres, pero a quienes vemos junto a los camiones son mujeres. Mujeres que recogen sus faldas de colores para subirse a los remolques.

marrocAunque está prohibido visitar el lugar de trabajo, los buenos contactos de nuestros amigos activistas nos permiten entrar en sus viviendas. Muriendas, que diría Gloria Fuertes viendo esos habitáculos sin prácticamente luz, de siete u ocho minúsculas habitaciones que comparten tres y cuatro mujeres por pieza. No veo muebles, solo ropa que se encuentra apilada en rincones junto a colchones extendidos por el suelo y algunas bolsas de plástico que están colgadas en clavos. Se sientan, en diferentes grupos, y nos cuentan su realidad.

Empieza Jamila, que nos dice que tiene 20 años. «Desde que dejamos a nuestras familias, trabajamos para pagar alojamiento, ropa y comida. Estamos extenuadas -expresa enérgica-, nos tratan como felpudos pero cuando se lo decimos a los jefes nos contestan si no queréis trabajar, ahí está la puerta». Parece ser que algunas llevan más de 12 años en estas labores, como Aïcha, de la que solo vemos sus grandes ojos negros y que con voz transparente y esas palabras aspiradas propias de su lengua, denuncia que hoy mismo ella y su hermana han sido despedidas por participar en el sindicato.

Después de Jamila y Aïcha llegan otras declaraciones que detallan de forma parecida jornadas de trabajo insoportables. Necesitamos un respiro. Volvemos a la calle pero el aire caliente sabe también a dolor y maltrato. Es un descanso y casi al momento ya estamos de nuevo frente a otras mujeres, esta vez en la sede del sindicato, donde dicen: «Aquí nos sentimos más fuertes».

Boudergui, llegada de Marrakech y de 30 años, nos sacude con su testimonio. «Es un trabajo duro para las obreras. Además, de madrugada tienes que dejar al bebé con alguien que te lo cuide, también tienes la responsabilidad del trabajo doméstico…, y trabajamos desde las siete de la mañana hasta casi medianoche. En una ocasión pedimos una guardería pero nos la denegaron. No hay ni un rincón limpio para comer».

Junto a la ventana está Jirardi que parece la más mayor. Estoy pensando en todo lo que ella debe haber pasado cuando su voz se adelanta y nos cuenta que «una vez, por hablar de nuestras condiciones de trabajo, me trataron de puta. Cuando me defendí, el jefe me echó y presentó una queja contra mí. Dijo: ‘A la que vaya al sindicato la mato aunque tenga que ir a la cárcel’». Es difícil sostener la mirada de esa mujer con tantas razones lloradas en sus ojos. Parece ser que es por ella y otras compañeras a las que despidieron que se han decidido a hablar y denunciar.

Se ha hecho de noche y se oye el ruido de un coche pasar, un crujir acorde a los lamentos de las mujeres, cuando es Saadia quien toma la palabra y relata como cada dos o tres días, ahí mismo donde trabajan, «se nos rocía con unos productos químicos muy fuertes que nos enferman». Y acaba sentenciando con versos de un poeta: «Si muero con dignidad, mi muerte será una nueva vida».

¿Quién y para qué necesita estas manos delicadas pero tan maltratadas? ¿Qué colocan en esas cajas que cargan en sus propias espaldas para que así no puedan ni levantarse hasta tenerlas llenas? ¿Qué diamantes posee Marruecos que tan bien se venden después en España y otros puntos de Europa? ¿Qué negocio se traen entre manos quienes las explotan? ¿Qué hospitales y escuelas prometieron en esta región y nunca llegaron a cambio de este saqueo? ¿Por qué esos lugares de trabajo esclavizado se rocían con productos químicos? ¿Cuál es el oro rojo que solo ellas son capaces de extraer con mimo sin perder ni un solo gramo? ¿Es tráfico de algo? ¿De qué?

Son tomates.

Ahora que ya acaba la temporada de nuestro tomate local, si queremos seguir comiéndolos, sepamos que muchos de ellos llegarán de Marruecos.

O, ¿declaramos la veda del tomate?

Gustavo Duch

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