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Joaquín Araújo: ‘Juegos olímpicos y árboles’

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Joaquín Araújo es un conocido naturalista, periodista, escritor, director editorial y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). En su artículo de hoy (publicado originalmente en su blog del diario ‘El Mundo’) Araújo nos habla sobre el protagonismo que el árbol ha tenido durante los recientes Juegos Olímpicos de Brasil, y la enorme contradicción que se esconde detrás de este gesto. Siempre es un placer leer al maestro.

‘Juegos olímpicos y árboles’

No hay evidencia menos evidente, para la mayoría claro, que las funciones que el bosque desempeña. Por eso jamás nos cansaremos de repetir que el árbol acomete las tareas más complejas, vastas y necesarias para el mantenimiento de la vida. Por sí solo el bosque nunca fracasa, pero con la ayuda de las civilizaciones, allí donde estaba el esplendor puede extenderse su contrario: el baldío…

Los contrastes relacionados con la arboleda se dan también en ese otro producto del bosque, el que un día bajó de las ramas, se echó a andar y a talar. Afirmo, pues, que los humanos somos, entre otras muchas cosas, unos “desemboscados”. Irracionales porque nos hemos convertido en el peor enemigo de nuestro origen y de nuestro mejor amigo.

Suprema resulta la contradicción en casi todo lo relacionado con lo arbóreo.

Estos días convivimos con incendios como el de La Palma o los del Norte de Portugal y ceremonias como la de la apertura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

Porque aunque el verano impone a los medios de comunicación un cierto recrearse en los fuegos, cierto es que el de la isla bonita es tres veces maligno. Por darse en medio de uno de los verdes más originales del planeta. Por las reducidas dimensiones de la isla y por lo tremendamente escarpado de la zona. De hecho conviene recordar que el mayor desnivel en menor distancia del planeta se da precisamente en esta porción de las Canarias. Si acompaña la peor de las secuelas, que sin duda es la pérdida de vidas humanas, a la palabra catástrofe hay que sumar la de tragedia. La que queda escrita con ceniza en los suelos. Porque nada crea un abismo mayor, una distancia más larga, que los fuegos de bosque. Pensemos que en segundos el esplendor queda reducido prácticamente a la nada.

Al mismo tiempo miles de millones de personas apreciaron el enorme valor simbólico que, en cualquier caso, tiene el árbol. Una vez más utilizado como elemento propagandístico, restaurador de la buena imagen, convocador de compasiones. Recuerdo que todas las delegaciones desfilaron por Maracaná precedidas por dos banderas, la del propio país y la de un árbol en maceta, llevado para mayor énfasis de la idea de renovación por un niño. Todavía más espectacular, en medio de un soberbio espectáculo audiovisual de masas, es que todos los deportistas sembrarán una semilla de árbol, de un montón de diferentes especies, en unos alveolos al efecto preparados y que, cuando sean brinzales, serán plantados en campos devastados.

¡MAGNÍFICO!

Pero se trata de mucho más. Esos pocos miles de árboles con los que se va a reforestar una minúscula parte de Brasil no pueden ocultar las decenas, centenares de millones de sus hermanos que allí son talados y quemados todos los años. Aquella enorme nación incluye la formación arbórea más vasta, compleja y completa del mundo. La que más necesitamos, precisamente para enfrentarnos al cambio climático y, sin embargo el modelo energético de aquel país, por mucho que sea el que más alcohol usa como combustible sigue esperando el completo abandono. Allí y aquí, por supuesto.

En fin. Bueno es que el árbol sea protagonista de algo que tantos y tantos han podido ver. Pero lo que esta especie nuestra realmente precisa es restaurar sus miradas para percatarse de quién está a favor de la vida y quién en contra.

GRACIAS QUE LOS BOSQUES OS ATALANTEN

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Joaquín Araújo

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