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Gustavo Portocarrero: ‘Homenaje a Fidel’

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Gustavo Portocarrero es abogado, periodista, filósofo y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). El escritor boliviano nos envía de tanto en tanto extensos artículos muy desarrollados que nosotros leemos con mucho interés. Hoy nos obsequia con este ‘Homenaje a Fidel’, escrito hace unas semanas, en el que nos explica desde una óptica personal su visión histórica del recientemente desaparecido Fidel Castro.

‘Homenaje a Fidel’

Al triunfo de la insurrección popular cubana, 1º de enero de 1959, yo tenía 17 años. Demasiado optimista mi ingenuo pensamiento, suponía que al haberse acabado con un dictador habría paz, tranquilidad, elecciones “libres” y progreso. Nunca pensé en la profunda miseria estructural de la isla porque ignoraba este extremo; es más: suponía que Cuba tenía un avanzado  desarrollo económico. Era yo un cándido muchacho boliviano, democristiano de moda. Nuestros dirigentes nos habían metido en la cabeza ilusorias historias, de que todo era cuestión de ser honrado y mantener sólidos principios para transformar la injusta sociedad capitalista por una nueva, comunitaria. Nadie me enseñó que los intereses económicos se resuelven por la fuerza y que toda revolución significa una dura y prolongada lucha por el cambio social; situación que me recluía en una torpe como boba ilusión.

Las informaciones de prensa y la radio provocaban mi indignación al saber que en Cuba se “fusilaba” al pueblo por el crimen de “pedir libertad” y que los estudiantes eran perseguidos por sus creencias. Por esta razón coreábamos en las manifestaciones el slogan: “revolución, sin paredón”; una revolución para ángeles. Los criminales, oligarcas y secuaces que escaparon a tiempo de la isla, distribuidos en todas partes  –con abundante dinero y material para la desinformación y propaganda contrarrevolucionaria–  estaban seguros que recuperarían muy pronto su perdido poder y no le daban más de tres meses de vida al gobierno cubano; sin embargo sobrepasó el medio siglo. Por supuesto nadie informaba que una inmensa red de sabotaje en la isla, quemaba las plantaciones de caña de azúcar, infligía otros daños a la economía y asesinaba alfabetizadores.

Cuando supe que el comandante Fidel Castro venció con habilidad a la guerrilla opositora de Escambray, especialmente al conocer que recibía armas, equipos, municiones, dinero  y alimentos  –lanzados por el enemigo del norte mediante paracaídas–  comencé a reflexionar sobre sus innatas cualidades militares e inteligencia que también me hicieron recordar sus estrategias exitosas contra la dictadura de Fulgencio Batista. Aquellos hechos también me impactaron otra vez sobre su sagacidad, cuando aplastó la invasión de Playa de Cochinos, en abril de 1961. Semejantes notas personales me iban convenciendo que no se trataba de un hombre común, sino de un estratega militar extraordinario que, encontrándose  a la cabeza del gobierno, estaba también exhibiendo dotes de un genial estratega político.

Cuando supe que sus convocatorias directas al pueblo, le eran respondidas masivamente, adquirí la convicción de que era el hombre histórico fundido con los reales intereses de su pueblo, ya que resultaba ser el timón adecuado de la dirección  –oportuno como cauto–  para aplastar en definitiva la contrarrevolución interna y externa. Fidel Castro además mostró y demostró que fue  un hombre honesto y nunca un demagogo, de esos que hablan a nombre de los pobres pero se  benefician con ventajas personales.

Cuando supe que expulsaron a Cuba de la Organización de los Estados Americanos, me produjo un impacto magistral su brillante respuesta denominada: Declaración 2ª de la Habana,  de 4 de febrero de 1962. Se trataba de un mensaje político, de alta categoría, sobre sobre las miserias de la humanidad, fruto de la dominación de los más fuertes y de los países débiles frente al poderío del imperialismo. Este célebre documento, leído personalmente por aquél, abrió masivamente los ojos de los incautos en todos los continentes.

Cuando supe de la crisis de los misiles, producida en octubre de 1962, y el mundo se encontraba amenazado por una guerra nuclear entre la Unión Soviética y los EE.UU, Fidel Castro demostró firmeza y valentía, aún frente a la Unión Soviética. Le mostró al mundo que estaba dispuesto a defender la revolución y a inmolarse atómicamente  para que de sus cenizas surjan sociedades nuevas con todo valor y aún a costa del sacrificio del gobierno y pueblo cubano. Nunca olvidaré su reflexiva como impactante frase: “nosotros también tenemos proyectiles morales de largo alcance y esos no se pueden desmantelar”.

Cuando supe que se producía colapso del socialismo mundial y finalmente Cuba se quedaba sola porque sus antiguos amigos,  –los países socialistas–  se trocaron con gobiernos adversarios y perdió la solidaridad anterior de que gozaba, su situación parecía derrumbarse. El amargado exilio cubano recuperó optimismo y la reacción internacional, estaba segura de una pronta caída del socialismo cubano, que tampoco se produjo. Pese a los sacrificios, pueblo y gobierno cubano salieron de su aguda crisis político-económica, bajo la atinada dirección de su líder.

Fidel fue un nombre extraordinario. Frustró atentados contra su propia vida. Para vergüenza y dolor de sus enemigos  –fracasados en liquidarlo–  murió de viejo y en su cama.

Bajo su inteligente dirección Cuba resistió medio siglo el bloqueo económico del imperialismo, el mismo que aún continúa. Empero su legado final es ejemplar: no renunciar al socialismo, pase lo que pase.

Dio un brillante ejemplo de  modestia al pedir que  –a su muerte–  no se utilice su nombre para nominar calles, plazas, edificios ni nada.

Dejó en ridículo a sus calumniadores que lo acusaban de tener una inmensa fortuna, sin aclarar en qué bancos y con qué número de cuentas.

Los pobrecitos festejones de su muerte, se auto consuelan ahora bailando y soñando volver a la patria que perdieron, para convertirla otra vez en el gigante prostíbulo que fue para turistas, lleno de espectáculos, cantantes, bailarinas, bebidas, drogas, y otras formas de derroche económico y degradación moral. Recordemos que el pueblo de Cuba era virtualmente analfabeto y se desenvolvía en la miseria, hambre y enfermedades, especialmente los campesinos y zonas rurales. Ricos, burócratas y privilegiados eran la excepción

Vigorosas personalidades del mundo: gobernantes, políticos intelectuales y trabajadores han hecho conocer  –verbalmente y por escrito–  sus condolencias por semejante pérdida de aquél hombre trascendental. Queda exceptuado el electo Presidente de los EE.UU. que con una frase suelta e improvisada, de las que acostumbra,  –degradando su propia investidura–  lo acusó de dictador brutal.

¿Qué se puede decir ante semejante recuerdo de hazañas que deja el fallecido como persona sagaz, valiente y mesurada?

  1. Que Fidel era el, hombre que precisaba la revolución cubana y dio todo por ella.
  2. Que a su deceso le corresponde la inmortalidad histórica de los grandes hombres, derecho que ya le ha reconocido la comunidad internacional.

El mundo lo está recordando actualmente con tristeza, serenidad, admiración, profunda emoción y respeto.

Infelizmente para sus enemigos  –que ya se cansaron de bailar, beber y seguir soñando con una caída que jamás podría producirse–  solo les queda echar maldiciones públicas de descontento ante tanto homenaje de recordación.

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Gustavo Portocarrero

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