Gustavo Duch es escritor, activista y uno de los miembros más activos de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). Si estáis interesados en la soberanía alimentaria de los pueblos, su blog Palabre-ando es un referente en la red y os animamos a visitarlo. En el artículo de hoy, que fue publicado originalmente en El Periódico de Catalunya, Duch vuelve a la carga contra la industria alimentaria y su gran pecado: “producir el máximo a la mayor velocidad posible, sin contemplar los problemas que pueda suponer”.
‘La prisa mata’
En la provincia de Toledo, una empresa es capaz de elaborar cada día un millón de hamburguesas de ternera y 350.000 de pollo. La primera multinacional en producción de ganado vacuno, que permite el consumo barato del ‘fast food’ de hamburguesas como las referidas, solo en Brasil y Argentina procesa 22.600 reses al día. La granja de vacas de leche más grande del mundo está en EEUU, con unas 30.000 vacas. Cerca de Soria, quieren alcanzar el segundo puesto del ‘ranking’ y se prepara una instalación para albergar unas 20.000. Una detrás de la otra, sería una fila india de vacas en la autopista desde Barcelona hasta Sitges. El récord de fabricar pan parece que lo tiene una factoría en Guadalajara, que presume de elaborar 15.000 panes de molde a la hora.
Y así podríamos seguir con ejemplos que expresan muy bien una de las características del modelo alimentario dominante: producir el máximo a la mayor velocidad posible, sin contemplar los problemas que pueda suponer. Si me convierto en el líder europeo de producción de leche, poco me importa acabar de un plumazo con unas mil vaquerías en Galicia y la cornisa cantábrica; si con 50 personas produzco toneladas de un pan incorruptible para los supermercados, soy mucho más eficiente que un horno artesanal como el de mi pueblo que hace muy pocos kilos pero genera tres medios de vida; y, si tengo que sacrificar aguas prístinas para que un país como Chile produzca millones de salmones, bienvenida sea la estrategia.
En esta locura de sistemas alimentarios diseñados como fábricas, Chile y Noruega son grandes potencias de producción de salmones, con capacidad para servir una ración diaria para todas las personas que vivimos en Catalunya, por ejemplo. Una barbaridad que se logra a partir de la instalación de unas jaulas en el mar, a modo de rascacielos invertidos. Según Greenpeace, vienen a ser «como corrales del tamaño de una cancha de fútbol de 20 pisos para abajo», donde en condiciones de hacinamiento se engordan, con pienso, a millones de animales inmóviles. En estos modelos carcelarios, parece del todo necesario el uso de antibióticos y otros productos químicos para evitar grandes mortandades. Su abuso provoca que además de expandirse por las aguas (y parece ser responsable de afectaciones a otros seres vivos como el delfín austral) llega a la cadena alimentaria agravando el problema sanitario de enfermedades bacterianas comunes que se hacen resistentes a los antibióticos.
En estos últimos meses la producción mundial de salmones ha caído. En Chile, el exceso de purines, junto a cambios climáticos, ha favorecido el sobrecrecimiento de algas que reducen los niveles de oxígeno. En Noruega sigue imparable la infestación de pequeños crustáceos que, como garrapatas, se anclan en el salmón para alimentarse de él.
Dos realidades con el mismo patrón, prisa por ganar divisas.
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Gustavo Duch