Raúl de Tapia es biólogo, director de la Fundación Tormes-EB y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). También es un colaborador habitual del programa ‘El bosque habitado’ de Radio 3 bajo el seudónimo de Raúl Alcanduerca. Una de sus últimas intervenciones en este programa radiofónico (al que recientemente hemos galardonado con un Premi Ones Mediterrània) se titula ‘Doñana, la caja del tesoro’. Si queréis leer más intervenciones de otros autores, lo podéis hacer en la página de Facebook de ‘El bosque habitado’, aunque nosotros lo que realmente os recomendamos es que escuchéis el programa atentamente.
‘Doñana, la caja del tesoro’
Los humanos tendemos a guardar en trabajados cofres de orfebre aquellas singularidades de gran valor para nosotros. De pequeño, yo guardaba canicas con una coloración especial en una caja de bombones “Valor”, tan hermosa entonces como barroca ahora. A las canicas le siguieron trozos de madera de bonitas vetas, algún vaciado caracol y con el tiempo, las cartas multicolores de la primera chica que me besó. Es evidente que todos eran mi patrimonio, el vivencial, el necesario. Un día despisté esa caja y sentí cierto vacío en el genotipo de la memoria.
Me acordaba de esa caja ayer, con los rescoldos de Doñana aun en la reflexión. Arenas y pinares por los que he caminado en busca de huellas de meloncillo o tejón, acompañando al insustituible José María Galán. La analogía era sencilla, veía Doñana como esa caja de patrimonios varios, donde hemos refugiado nuestros tesoros naturales. Y pensé que también estábamos a punto de despistar la caja de nuestras fortunas.
Doñana se ha convertido en la caja, en el cofre del tesoro, a sabiendas de que su vitalidad y función está intrínsecamente unida a su identidad de conector. Este espacio natural es un nudo clave de la urdimbre tejida entre África y el norte de Europa. Las aves que habitan Doñana en invierno proceden de los países escandinavos, bálticos y centroeuropeos, incluso se encuentran ejemplares anillados en zonas tan remotas como Siberia o Kazajistán. Otras llegan cruzando el Sahara desde la costa oeste africana.
Como vemos la vida de las migratorias es una itinerancia vital, donde el propio camino es su razón de ser, su hábitat es un vuelo de parada y fonda continuada. Para ellas hay siempre “varios aquís y varios ahoras”. Los humedales que transitan son una realidad múltiple, repartida por los continentes, donde no hay lindes tangibles. Nuestras emplumadas son las mismas que las de los nigerianos o las de los finlandeses. De hecho, no son de nadie.
Proteger Doñana es hacerla permeable, que esté vinculada por tierra, mar y aire a la realidad natural, social y económica. Y este hecho es lo quimérico, pues nos encontramos con el factor humano como parámetro variable y azaroso. Unos quieren que siga siendo la caja donde guardar, otros la caja que quieren usar y algunos ni ven ni quieren la caja.
(Por cierto, esta mañana apareció mi caja de adolescencia, e inmediatamente liberé mis tesoros por cajones y estantes, librerías y cestos. No quise que la caja volviera a ser un problema, y conté a mi hija, que heredará estos tesoros, dónde quedaban mis patrimonios vitales).
Pienso que la única solución viene y vendrá de la conversación, sentados en la mesa camilla con todas las partes implicadas. Partiendo de los criterios científicos y las normas jurídicas como reglas del debate, y las necesidades sociales y ambientales como objetivos del diálogo. La caja hay que mirarla bajo otros ojos, y las miradas de cuando no estemos serán tan válidas como las nuestras.
Tan sólo nos queda CONVERSAR para CONSERVAR, CONSENSUAR para nosotros, para los que vienen o para los que vendrán.
.
Raúl de Tapia