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“¿Hasta cuándo?” por Jorge Ventocilla

Foto de Pixabay.

Foto de Pixabay.

Todo el mundo habla de paz,

pero nadie educa para la paz.

La gente educa para la competencia

y este es el principio de cualquier guerra.

Cuando eduquemos para cooperar

y ser solidarios unos con otros,

ese día estaremos educando para la paz

María Montessori

A fines de febrero cayó encima del mundo la invasión de Ucrania. Salvo la élite de mandones que rige los destinos del planeta – “Ninguno es mujer”, me dice Beth desde el otro lado de la casa; “Un negro nunca haría eso”, aclara Hermógenes Gutiérrez desde Santiago de Cuba; “…menos un indígena”, me dicta Ologuagdi desde el territorio indígena de Kuna Yala –, salvo esa élite mercantilista y mandona decía, nadie sabe hasta el momento, ocho meses después, cuál será la situación al día siguiente de esta Tierra querida. Ni cuántos seres humanos, chiquitos, grandes, ancianos, pero también árboles, perros, gatos, pájaros, ojos de agua… habrán sido hechos pedazos en Ucrania y allende Ucrania.

Más adelante compartiremos un texto de Galeano[1] pero antes permítanme narrar una anécdota de otra invasión, la que hace 33 años cayó sobre Panamá el 20 de diciembre de 1989. Como sabemos, esa no fue una guerra. “Zarpazo de tigre”, si acaso. Brutal y cobarde. Ningún pueblo de la Tierra se merece una invasión. Aquella vez también muchos medios de comunicación trabajaron duro y con debida anticipación para que el culpable sea otro y solo uno. Y la cobardía acto de liberación y las causas y fines de tanto mal, por muchos nunca del todo entendidas.

Una vedette debutante: aquel 20 de diciembre entró en escena el “avión furtivo”, el “invisible”. El F-117A Stealth Fighter que evadía los radares y por el cual los contribuyentes estadounidenses habían pagado 6.56 billones de dólares financiando un programa de investigación que resultó en poco más de 50 de esos aparatos (cacharros que no mucho después la propia Air Force declaró obsoletos). Dos salieron de su base en Nevada, EEUU, y volaron hasta estos lares tropicales para soltar dos bombazos de 2,000 libras cada uno, en los aledaños de la base panameña de Río Hato donde parte de los que dormían eran cadetes en edad escolar. Otras dos bombas – “la madre de todas las bombas”, las llamaban – impactaron a lo bestia una sobre el Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa de Panamá, en pleno barrio popular de El Chorrillo en ciudad capital, y otra en una base militar de las afueras.

Para asustarlos no más era…, dijeron después portavoces militares de usa.

Sigue la anécdota: un año pasó y en diciembre de 1990 caminaba yo por la avenida Central de ciudad de Panamá y nuevamente atacó el F-117A: pequeñas reproducciones de plástico se vendían en las jugueterías. Baratas eran y para funcionar solo requerían una pila. Es decir, entiéndase bien: los niños de El Chorrillo, cuyo barrio fue en buena parte vuelto cenizas un año antes, gracias también a avioncitos como ésos, podrían recibir como regalo de Navidad del niño Dios al año siguiente, su propio F-117ª Stealth Fighter. Quizás sus bombazos mataron a su madre, abuela o a un vecinito, pero eso no importaba. Además en el reino de la cordura y la mercancía a nadie se le ocurriría prohibir un juguete.

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¿Cómo no vimos el insulto, la felonía?  Uno se pregunta si la reconoceríamos hoy.

Las mentiras ciegan, como nos dirá luego Galeano. Y los locos guían a los ciegos. Y los asesinos y los asesinados desaparecen de escena rápido, guerra tras guerra. En Ucrania y Rusia y por muchas partes, los hermanos se volverán enemigos y sus heridas quedarán abiertas a la intemperie sabe quién por cuánto tiempo, por cuántas generaciones. De niños nos enseñaron que la humanidad era una y toda de hermanos y hermanas. ¿O es que nos engañaron?  ¿Alguien acaso gana hoy con las guerras cuando en esta todos podemos volar en pedazos? Ganan los grandes consorcios armamentistas y los grandes capitales que ven en ellas oportunidad para conquistar, destruir y luego reconstruir territorios.

Sujetos somos de caprichos y pataletas de mandones que nunca bajan a combatir: envían y enviarán a los jóvenes. Sin duda hay jóvenes que entran a la carrera militar pensando que lo hacen para defender a su país. Y pueden ser muchos. También políticos que empiezan llamados por el deseo de atender las necesidades de las mayorías. Pero en el camino grandes intereses económicos son los que deciden, y lo hacen para engordar inconmensurables ganancias propias, no para la patria ni para la gente.

Execrable complejo militar industrial: con cada guerra sus altos ejecutivos entran en éxtasis viendo sus arcas hincharse.

¿Será que aprenderemos a reconocer los orígenes de tanta estupidez? ¿Será que nos llegará a interesar vivir por algo que valga la pena, y a educarnos y educar para el bien común como reclama María Montessori?

¿Vamos a seguir – en fila y calladamente – a la normalidad preponderante que hoy nos manda, nos mata, nos miente y nos enceguece, para beneficio de intereses mercantiles inmorales, insostenibles y suicidas? Si no es hora de gritar ahora, entonces ¿cuándo?


[1] Mensaje a la Marcha mundial por la paz y la no violencia, octubre 2009

Ojos de agua - ilustracion marzo 2022

“Ojos de agua” – Ilustración de Ani Ventocilla K.

Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar: Yo mato para robar.

Las guerras siempre invocan nobles motivos. Matan en nombre de la paz, en nombre de dios, en nombre de la civilización, en nombre del progreso, en nombre de la democracia.

Y si por las dudas, si tanta mentira no alcanzara, ahí están los grandes medios de comunicación dispuestos a inventar enemigos imaginarios para justificar

la conversión del mundo en un gran manicomio y un inmenso matadero.

En Rey Lear, Shakespeare había escrito que en este mundo los locos conducen a los ciegos. Cuatro siglos después, los amos del mundo son locos enamorados de la muerte que han convertido al mundo en un lugar donde cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños y cada minuto se gastan 3 millones de dólares – tres millones de dólares por minuto – en la industria militar que es una fábrica de muerte.

Las armas exigen guerras y las guerras exigen armas y los cinco países que manejan las Naciones Unidas, los que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas,

resultan ser también los cinco principales productores de armas.

Uno se pregunta ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo la paz del mundo

estará en manos de los que hacen el negocio de la guerra?

¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que hemos nacido

para el exterminio mutuo y que el exterminio mutuo es nuestro destino?

¿Hasta cuándo?

Eduardo Galeano

Artículo de Jorge Ventocilla

Biólogo, escritor y soñador

Miembro de la RIET

ventocilla

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