Articulo de Ángel Juárez Almendros, Presidente de Mare Terra Fundación Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra
Hace ya más de dos décadas que Mediterrània puso sus primeros esfuerzos en la protección de la foca monje, especie que es nuestra imagen aquí y fuera de nuestras fronteras. Curiosamente en catalán esta foca se llama como nuestra entidad, Mediterrània. Esta especie desapareció hace tiempo pero ahora y según algunos expertos podemos volver a disfrutarla debido a la protección de algunas zonas de nuestro litoral.
Han sido varios los proyectos de reintroducción, tanto en la península como en las islas pero hasta el momento no se ha llevado a cabo ninguno de ellos. Eso sí, se espera que en Canarias y de forma natural llegue hasta la isla de Lobos según explican los responsables del Catálogo Español de Especies Amenzadas.
Os contaré, como curiosidad, que el género Monachus lo forman tres especies separadas geográficamente la foca monje del Mediterráneo Monachus monachus, la foca monje del Caribe Monachus tropicalis, y la foca monje de Hawaii Monachus schauinslandi. El término Monachus proviene del griego y significa monje. Este nombre a su vez fue dado por los lugares donde se las encontraba, islas deshabitadas y aisladas, que se asemejaron a la vida eremítica y monacal.
Sus zonas ancestrales estaban delimitadas también por lugares desérticos y esta fue la causa de que no sufrieran las acometidas de los depredadores terrestres y por tanto nunca desarrollaron la habilidad de huir. Son focas genéticamente confiadas, mansas y dóciles. Regalan simpatía constantemente con sus gestos y miradas. Este fue otro motivo por el que escogimos a esta foca para imagen de Mediterrània.
Y también esta, la simpatía, fue la principal causa de que cayeran fácilmente presas de los hombres, quienes sin esfuerzo podían acercarse donde éstas descansaban y sin ningún tipo de resistencia podían golpearlas hasta matarlas. A diferencia de otras especies como las focas árticas o de la Antártida, las focas monje han vivido siempre en latitudes tropicales y peritropicales, ocupadas ya desde la antigüedad por el hombre.
Pero los tiempos han cambiado y con la ayuda de la mano del hombre, que no siempre obra en consecuencia ni con bondad, ha traído el tráfico marino, la contaminación, las agresiones directas o la pesca y estos factores han hecho que las poblaciones de estas ancestrales focas disminuyeran en todos los lugares donde eran abundantes. En la actualidad, en aguas del mediterráneo, sólo queda un pequeño grupo de focas muy dispersas entre las islas de Grecia y Turquía que tuve el placer de contemplar in situ hace pocos años.
En Tarragona el Doctor Salvador Vilaseca citó a esta foca en la zona de la Pineda a finales del siglo XIX pero jamás la hemos visto merodeando por nuestras aguas, asomando su simpática cabecita y mirándonos con la ternura que desprenden sus ojos. Por eso creo que la posibilidad que se plantea de ver de nuevo a estas focas en aguas más templadas y más cerca de aquí no se debe despreciar.
Aunque la recuperación de los espacios que harían posible su reintroducción o su llegada de forma natural es desigual, no podemos perder la esperanza de poder disfrutar de este animal que también es un patrimonio a perpetuar. ¡Queremos ver de nuevo a las focas monje!