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“¿Es posible la fraternidad humana universal y con todas las criaturas?”, Leonardo Boff (I)

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En la encíclica social Fratelli tutti (2020) el Papa Francisco presenta su “sueño” de una nueva humanidad fundada en la fraternidad universal y en el amor social (nº 6), inspirado en la figura y en el ejemplo de San Francisco de Asís, el hermano universal.

El infierno de los campos de exterminio nazi

Este tema de la fraternidad universal fue la insistente preocupación de uno de los mejores conocedores del espíritu de Asís: Éloi Leclerc, en varias de sus obras, especialmente en la Sabiduría de un Pobre (París 1959, Braga 1968) y en El Sol sale sobre Asís (París 1999, Sal Terrae 2004). Leclerc no habla teóricamente sino a partir de una terrible experiencia personal. Joven fraile francés, aun no siendo judío, fue llevado a Alemania y hundido en el infierno de los campos de exterminio nazi de Buchenwald y de Dachau. Conoció la banalidad del mal, las matanzas de la SS por el simple gusto de matar, las torturas y las humillaciones que marcaron su alma como un hierro al rojo vivo.

Demolida su fe en el ser humano y dudando de todo ideal de fraternidad humana, buscaba desesperadamente un rayo de luz que no le venía de ninguna parte. Incluso después de ser liberado por los aliados en 1945 empezó a tener miedo de todo ser humano. Confiesa: “me despertaba por la noche, sobresaltado, bañado en sudor y el alma llena de pavor; aquellas imágenes de horror volvían siempre y me perseguían; no podía borrarlas” (p. 33). Y continúa: “Que el Señor me perdone si a veces de noche, ese hombre viejo en el que me volví, levanta los ojos inquietos al cielo en busca de un poco de luz” (p. 31).

La internalización del torturador

Cargaba dentro de sí a los verdugos nazis que le perseguían y le suscitaban cuestiones aterradoras sobre el destino humano y su capacidad de destruir vidas indefensas. Ese mismo trauma –mucho más que psicológico, pues invade y destruye todo el ser humano por dentro y por fuera– fue vivido por el fraile dominico brasilero fray Tito Alençar, bárbaramente torturado por el delegado Fleury. Internalizó su imagen perversa de tal forma, que se sentía siempre perseguido por él, hasta que no aguantando más, puso fin a su vida, prefiriendo morir antes que vivir en una tortura permanente. Esa experiencia terrible fue vivenciada también por fray Éloi Leclerc, que, larga y sufridamente reflexionada, nos entregó una lucecita trémula, apuntando la posibilidad de una fraternidad universal, inspirada en el pobre de Asís.

En medio de la agonía se entona el Cántico a las Criaturas

El encuentro con esa figura y con su ejemplo hizo que los albores del sol renaciesen de nuevo en su alma obnubilada y consiguiera rescatar el sentido secreto de todo el sufrimiento. Narra un hecho misterioso que ocurrió en el tren descubierto cargado de prisioneros, que durante 28 días viajaba de un lugar a otro desde Buchenwald hasta acabar en Dachau, en los alrededores de Munich. En él iban tres frailes, uno de ellos agonizante. En medio del infierno, irrumpió algo de cielo. Sin saber por qué, movidos por una fuerza superior, empezaron a cantar con voces casi inaudibles el Cántico de las Criaturas de San Francisco. Las densas tinieblas no pudieron impedir la luz del señor y hermano Sol y la generosidad de la madre y señora Tierra. En el Cántico se celebra el encuentro de la ecología interior con la ecología exterior y los esponsales del Cielo con la Tierra, del cual nacen todas las cosas. La pregunta que siempre le anudaba la garganta: ¿será que la fraternidad entre los humanos y con los demás seres de la creación es posible?

La ternura y la belleza convierten a las personas

¿Esa experiencia entre agonía y deslumbramiento, no podría contener una eventual respuesta esperanzadora? Por lo menos se abrió un trémulo destello. Tal choque existencial lo motivó a estudiar y a profundizar cual sería la singularidad de esta figura absolutamente excepcional dentro del conjunto de las hagiografías.

Leclerc describe, entonces, el proceso de construcción de la fraternidad universal en la trayectoria de Francisco de Asís. Hijo de un rico comerciante de tejidos, considerado el rey de la jeneuse dorée de la ciudad de Asís, vivía en farras y algazaras, pero de repente empezó a darse cuenta de la futilidad de aquella vida. Pasaba horas en la capillita de San Damián, contemplando el rostro dulce y tierno de un crucifijo bizantino. Algo semejante hacía Dostoievsky, que una vez al año viajaba hasta Dresden en Alemania para contemplar en la iglesia durante horas la belleza de un cuadro de María extraordinariamente deslumbrante. Necesitaba esta contemplación para apaciguar su alma atormentada. En la novela Los hermanos Karamazov dejó esta intrigante frase: “la belleza salvará al mundo”.

Así fue, la dulzura y la mirada misericordiosa del Cristo bizantino, a semejanza de Dostoievsky, conquistó a aquel joven en profunda crisis existencial y le cambió el destino de su vida. Le convenció la fe en el Creador que creó una fraternidad fundamental, haciendo que todos los seres, pequeños y grandes, también los humanos y el propio Jesús de Nazaret, fuesen todos sacados del polvo, del humus de la Tierra. Todos tenemos el mismo origen, formamos una fraternidad terrenal.

Dicho en términos religiosos, esta idea de una profunda solidaridad y fraternidad aparece clara en la carta a los Efesios san Pablo. El apóstol recordaba a sus lectores: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo. Siendo Dios, no hizo caso de su condición divina; se anonadó y asumió la condición de siervo por solidaridad con los seres humanos; se presentó como un simple hombre; se humilló obedientemente hasta la muerte y muerte de cruz” (el castigo más humillante impuesto a los subversivos: Flp 2,5-8).

Una radical fraternidad y comunión con los últimos, los leprosos

A la luz de estas cavilaciones, Francisco olvidó su situación de hijo de un rico mercader, descubrió el origen común de todos los seres, el polvo de la Tierra, su humus, y contempló también la humildad de Cristo retratada en el rostro sereno y dulce del crucifijo bizantino. Como era práctico y resoluto en todo lo que se proponía, sacó pronto una conclusión: voy a unirme solidariamente a aquellos que están más próximos al Crucificado: los leprosos, y con ellos voy a vivir aquello que nos hace por la creación hermanos y hermanas y a crear una fraternidad radical con ellos. Confiesa en su testamento: “aquello que antes me parecía amargura, ahora emerge como dulzura”. Conocemos el resto de la saga del Sol de Asís como lo llama Dante en la Divina Comedia.

Por su parte, Éloi Leclerc no se contentó con la experiencia iluminadora del Cántico de las Criaturas. La angustiante pregunta no le daba sosiego: ¿Cuál es el gran obstáculo que impide la fraternidad humana y con todas las criaturas y que crea espacio para las masacres y la eliminación sumaria de personas consideradas inferiores o subhumanas, como ocurrió en los campos de exterminio? Llegó a esta conclusión: es la voluntad de poder y de poder como dominación.

La voluntad de poder y de dominación como el gran obstáculo

Como C.G.Jung ya había observado, la voluntad de poder es el más peligroso arquetipo del ser humano, pues le da la ilusión de ser como Dios, disponiendo como quiere de la vida y la muerte de los demás. Y remataba: “donde predomina el poder ahí no hay ya ternura ni amor”. Cuando se vuelve absoluto, el poder se muestra asesino y elimina a todos los que hacen oír otra voz (p. 30). Pues bien, nuestras sociedades históricas (a excepción de los pueblos originarios en los cuales la fraternidad predomina y no el poder) se estructuran alrededor de la voluntad de poder y de dominio de todo lo que se presente: el otro, los pueblos, la naturaleza y la propia vida. Ella introduce la gran división entre aquellos que tienen poder y aquellos que no tienen poder.

C.G.Jung: “Donde predomina el poder ahí no hay ya ternura ni amor”

Mientras el poder prevalezca como eje estructurador de todo jamás habrá fraternidad entre los humanos y con la creación. Como este arquetipo es humano, él está latente dentro de cada uno de nosotros. En nosotros se esconde un Hitler, un Stalin, un Pinochet y un Bolsonaro. El propio Leclerc confiesa: “Sentí despertar dentro de mí la bestia con su sed de venganza” (p. 32). Tenemos que poner bajo serio control esa figura funesta que mora en nosotros, si queremos mantener nuestra humanidad y posibilitar la fraternidad ilimitada. Si nos entregamos a la seducción del poder, rompemos todos los lazos y la indiferencia, el odio y la barbarie pueden ocupar todo el espacio de la conciencia, como está ocurriendo en varios países del mundo, especialmente entre nosotros en Brasil con Bolsonaro que difunde odio, exalta torturadores, pone los fake news y la mentira como comunicación normal del Estado. Emergen entonces las figuras siniestras e incluso necrófilas referidas.

Leclerc: “Sentí despertar dentro de mí la bestia con su sed de venganza”

¿Quién iba a decir que en un país de la vieja cristiandad, como Alemania que nos dio tantos genios como Mozart y Beethoven, Goethe, Freud, Einstein, Marx, Heidegger, Heisenberg, Barth, Rahner, Brecht y otros tantos, pudiera irrumpir la barbarie, el inimicus homo?

“O nos salvamos todos o nadie se salva”

Este hecho dramatiza aún más la cuestión propuesta osadamente por el Papa Francisco en la Fratelli tutti: una fraternidad universal y un amor sin fronteras. Quizá porque esta vez, como ha repetido varias veces: ”O nos salvamos todos o nadie se salva”. Puede ser que la Tierra, o el propio universo, quien sabe, nos estén ofreciendo una última oportunidad: o cambiamos o la Tierra seguirá girando alrededor del sol, pero sin nosotros. (Continuará).

Leonardo Boff

Leonardo Boff

Miembro del Comité Honorífico de la Red Internaciona de Escritores por la Tierra (RIET)

Teólogo, escritor, filósofo y ecologista

Considerado uno de los mayores renovadores de la teología de la liberación latinoamericana

 

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