Próximamente tendrá lugar en España el día sin saliva. Todas las lenguas del país, incluso la que se ha lapao, se disecarán por haber hablado tanto, consentido a tonto y haber conseguido nada de tente ante la adversa situación que “sobresufrimos”. La obsolescencia del humano está llegando a su confín. Quienes programaron su caducidad olvidaron sus complejas contraseñas y meras contra producciones a la hora de desactivar al desuso a esta ya impía sociedad. Un inmundo país donde se prefiere charlotear, chatear y guapasear con inmóviles de última degeneración que oponernos firmemente ante la asfixiante conjetura que los geta por cajones y a calzones recortados nos están llevando al desnudo frente al riesgo y la ruina, merece no tener palabra. Quizás, sin ella, el pueblo no se equivocará más y pase a la acción frente a los que han demostrado no tenerla. Tanta palabrería obsoleta, echa en falta a bomberos como los que la semana pisada ardieron sin escrúpulos sus quejas ante el Parlament de la empeñada Catalunya.
¡Por cierto! propongo cambiar su nombre por “El Parlamenys” así la idea de que es un lugar donde se “parla y miente” tendría menos razón. Casualmente, pude admirar desde su puerta y óptica política, la batalla que tuvo lugar entre los encendidos bomberos y los desencuadrados Mossos, digo admirar porque una parte de ellos lo merecía. Recuerdo cuando eran las batallas de vaqueros contra indios las que claramente demostraban los bandos opuestos y permitían elegir a tu favorito. La del otro día, aunque notablemente taponada a la opinión pública, fue una de esas primeras cruzadas que muestran la mezcla de papeles perdidos y roles confusos. Estamos momificando la historia hacia el mal y confundiendo el camino.
A este paso, acabaremos sin saliva, sin salida y muchos sin vida. Lo peor de todo es que seguimos el juego. Hay un momento en el que el luego ya no tiene tiempo. Plantemos tablas y paremos la partida que nos está partiendo por la mitad. El día sin saliva callará muchos equívocos.