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Leonardo Boff: ‘Para los que quieren dejar Brasil’

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El brasileño Leonardo Boff es teólogo, escritor, filósofo, ecologista y uno de los doce miembros del Comité Honorífico de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). En su último artículo, titulado ‘Para los que quieren dejar Brasil’, habla de la clarísima división existente en el país sudamericano entre los ricos y los pobres. Una cuestión que todo el mundo conoce pero que Boff expone aquí con su inteligencia habitual.

‘Para los que quieren dejar Brasil’

Es espantoso leer en los periódicos y en los mensajes de las redes sociales e incluso en youtubes la cantidad de personas, generalmente de las clases altas o los llamados “famosos”, a los que les cuesta digerir la victoria electoral de la reelecta Dilma Rousseff del PT. Exteriorizan odio y rabia, usando palabras sacadas de la escatología (no de la teológica que trata de los fines últimos del ser humano y del universo) y de la baja pornografía para insultar al pueblo brasilero, especialmente a los nordestinos.

Estas personas no viven en Brasil, sino por lo general en Leblon y en Ipanema o en los Jardines de la ciudad de São Paulo, donde se albergan en su mayoría la gente de las clases opulentas (aquellas cinco mil familias que, según M. Porchmann, detentan el 43% del PIB nacional). Muchas de ellas no se sienten pueblo brasilero. Hasta se avergüenzan de él. Pero están aquí porque en este país es más fácil enriquecerse, si bien el disfrute lo hacen en Miami, Nueva York, París o Londres, pues muchos de ellos tienen casas o apartamentos allí.

Algunos más exasperados, aunque con escasísima audiencia, sugieren incluso separar Brasil en dos: el sudeste rico por un lado y el resto (para ellos, el resto mismo) por el otro, especialmente el Nordeste.

Se añade a esto el Parlamento brasilero, la mayoría electa con mucho dinero, que mal representa al pueblo. Finge que escuchó el clamor de las calles en junio de 2013 pidiendo reformas, especialmente en la política, en el sistema educativo y de salud, una mejor movilidad urbana y no en último lugar la seguridad y la transparencia en la cosa pública. Pero ya se olvidó de todo. Rechazó el proyecto del gobierno que, al calor de la reelección, buscaba ordenar y dar más espacio a la participación de los movimientos sociales en la conducción de la política nacional, respetadas las instituciones consagradas por la Constitución.

Tal hecho nos remite a lo que Darcy Ribeiro dice en su espléndido libro, que debería ser leído en todas las escuelas, El pueblo brasilero: formación y sentido de Brasil (1995). En él dice el gran antropólogo, indigenista, político y educador: «Lo malo de Brasil, y efectivo factor de atraso, es el modo de ordenación de la sociedad, estructurada contra los intereses de la población, desangrada desde siempre para servir a designios ajenos y opuestos a los suyos… Lo que hubo y hay es una minoría dominante, tremendamente eficaz en la formulación y el mantenimiento de su propio proyecto de prosperidad, siempre pronta a aplastar cualquier amenaza de reforma del orden social vigente» (p.446).

Esta afirmación nos permite entender por qué la presidenta Dilma quiere una reforma política que no venga de arriba, del Congreso, porque este siempre se opondrá a aquello que pueda contradecir sus indecentes privilegios. Debe partir de abajo, oyendo las reclamaciones del pueblo brasilero. Quien aprendió durante 500 años a sobrevivir en la pobreza, si no en la miseria, obtuvo mucha experiencia y sabiduría que debe ser testimoniada y reflejada en la nueva ordenación político-social de Brasil. Oí de un sacerdote que vivió siempre en la favela: «hay un evangelio escondido en el corazón del pueblo humilde y es importante que lo leamos y lo escuchemos». Lo mismo vale para las distintas reformas deseadas por la mayoría de la población: auscultar lo que anida en el corazón del pueblo y de los invisibles.

Podemos tolerar la arrogancia y la resistencia de los poderosos y de los parlamentarios, lo que no podemos es defraudar la esperanza de todo un pueblo. No merece eso después de tanto sudor, sacrificios y lágrimas. Tiene que volver a las calles y renovar con más contundencia y ordenadamente lo que irrumpió en junio del año pasado. El fríjol solo se cocina bien en la olla a presión. De la misma forma, el parlamento abandona su inercia cuando se le pone bajo presión, como se constató el año pasado.

Volvamos a Darcy Ribeiro, uno de los que mejor estudiaron y comprendieron lo singular del pueblo brasilero. Una cosa son los pueblos trasplantados como en Estados Unidos, Canadá y Australia, que reprodujeron los moldes de los países europeos de donde venían. En Brasil fue diferente. Ocurrió una de las mayores miscigenaciones de la historia conocida de la humanidad. Vinieron gentes de 60 países diferentes. Se mezclaron entre sí indios, europeos, árabes y orientales. Crearon un nuevo tipo de gente. Dice Darcy: «nuestro desafío es el de reinventar lo humano, creando un nuevo género de gentes, diferentes de cuantas haya» (p.447). Dice más: «mirando a todas estas gentes y oyéndolas es fácil percibir que son, de hecho, una nueva romanidad, una romanidad tardía pero mejor, porque está lavada en sangre india y sangre negra» (p.447).

No quiero dejar de citar estas palabras proféticas con las cuales termina su libro El pueblo brasilero: «Brasil es ya la mayor de las naciones neolatinas… Estamos construyéndonos en la lucha para florecer mañana como una nueva civilización, mestiza, tropical, orgullosa de sí misma. Más alegre, porque es más sufrida. Mejor, porque incorpora en sí misma más humanidades. Más generosa, porque está abierta a la convivencia con todas las razas y todas las culturas y porque está asentada en la más bella y luminosa provincia de la Tierra» (p.449).

A los que quieren marcharse de Brasil: quédense en esta espléndida Tierra y ayúdennos a construir ese sueño bueno.

 Leonardo Boff (traducción de MJ Gavito Milano)

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