Ignacio Martínez es un conocido escritor uruguayo que ha publicado más de 70 libros (la mayoría de ellos de literatura infantil) y ha escrito una treintena de obras de teatro. Es el responsable de la revista ecologista de niños ‘El Tomate Verde’, presidente de las Redes Amigos de la tierra de Uruguay, presidente del Departamento de Cultura del PIT-CNT de Uruguay y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). Martínez debuta hoy en nuestra web con ‘Reprimir no redime’, un artículo muy interesante en el que plantea que el castigo no es la solución para acabar con el problema de la delincuencia juvenil en los países latinoamericanos.
‘Reprimir no redime’
En América Latina hemos asistido a diferentes caminos para resolver la creciente delincuencia juvenil. Muchas de esas vías han sido esencialmente represivas, sin ninguna aproximación a atacar las causas sociales que originan esa violencia ni a propuestas educativas de fondo. Quienes hacen esas propuestas suelen ser sectores poderosos que detentan importantes parcelas del poder económico, político, cultural y de los medios de comunicación masivos. Esa es la razón por la cual no apuntan a ninguna propuesta educativa, formativa, de igualdad de oportunidades para los sectores más desfavorecidos. Eso supondría una más equitativa distribución de la riqueza, la de ellos, para beneficiar a las grandes mayorías nacionales y particularmente a los sectores más pobres.
Esas políticas deberían hacer énfasis en mejores oportunidades de trabajo digno, con buenos salarios, mejores condiciones habitacionales, más educación, más recreación productiva y formativa, más deporte, más trabajo territorial y familiar con cada uno de los entornos de los jóvenes que han incurrido en delitos. En efecto, a partir de varis experiencias exitosas realizadas en Uruguay entre las autoridades gubernamentales y sectores de la sociedad civil, principalmente sindicales y empresariales, se han verificado otros caminos no represivos como los más indicados. Ofrecer un trabajo sostenido y digno a joven que ha infligido, brindar educación y aprendizajes seductores y atractivos, trabajar con la familia y la comunidad, parecería ser el camino de recuperaciones sostenidas y reinserciones sociales decorosas para estos muchachos
En el caso de Uruguay, la ciudadanía expresó contundentemente el pasado 26 de octubre de 2014 su rechazo a bajar la edad de imputabilidad. Aquí ya existe un régimen especial amparado en el Código de la Niñez y la Adolescencia que prevé los principales aspectos para la penalización de delitos graves cometidos por menores de edad (debajo de los 18 años). Se refiere expresamente a las acciones u omisiones dolosas consumadas, cometidas en calidad de autor o coautor, tipificadas por el Código Penal y las leyes penales especiales. También se describen al detalle las consideradas lesiones gravísimas y aún aquella otra acción u omisión que el Código Penal o las leyes especiales castigan con una pena cuyo límite mínimo sea igual o superior a seis años de penitenciaría o cuyo límite máximo sea igual o superior a doce años de penitenciaría.
La enseñanza de las experiencias
Los países que tienen edades muy tempranas no han logrado ningún resultado con medidas represivas. Han visto recrudecidos sus conflictos entre los jóvenes y no ha sido sino con medidas de educación y de mejoras sociales en serio, que se han solucionado los problemas. Veamos: En América Latina el promedio de edad de ingreso a un sistema penal juvenil es de 12 años. En Europa es de 14 años, pero en todos los casos el sistema penal de adultos funciona a partir de los 18 años y no se aplica a menores de esa edad. En todos los demás casos estamos hablando de sistemas penales juveniles o lo que en Uruguay lamamos Código de la Niñez y la Adolescencia, es decir regímenes especiales de abordaje del tratamiento y la consideración penal de los diversos casos que se presentan.
¿Qué sucede si tratamos a los adolescentes como adultos?
Juzgar y penar al adolescente como adulto lo va a acercar más a las escuelas de delincuentes y lo va a alejar de toda pretensión de reingreso social. Preso y en una cárcel de adultos, un joven de 16 o 17 años, en el caso de que la ley habilitara a procesarlos desde esas edades, estará prácticamente perdido entre las brumas de una vida miserable para siempre. Bajar la edad de imputabilidad de los jóvenes, en realidad sanciona a todos. Los jóvenes que se encontraban comprendidos en esas edades y habían cometido delitos, a la hora de rechazar bajar la edad en Uruguay, eran sólo el 5.9%. Hoy son menos. Este porcentaje puede cambiar con un más – menos casi insignificante. Lo cierto es que el otro 94.1 % de los jóvenes uruguayos, es decir la inmensa mayoría, hubiesen pagado su inocencia con esa drástica penalización a priori quedando condenados a la imputabilidad de delitos por el solo “crimen” de tener 16 o 17 años.
Llama la atención que, por ejemplo, quienes impulsaban esa penalización no hicieron nunca planteos de soluciones para las 13.709 denuncias por violencia doméstica que dejó como saldo 32 mujeres asesinadas en el 2009, ni en relación a los 22.784 accidentes de tránsito, que también es violencia brutal, con 467 víctimas, ni referidas por ejemplo a los 548 suicidios, sólo para recordar algunas cifras del pasado reciente. 79,1% de los uruguayos y uruguayas consultados en el 2010 no fueron víctimas de un acto de delincuencia en los 12 meses anteriores. Del 20, 9% que afirma haber sido víctima, el 49,4% lo fue dentro de su hogar y no en la calle. Entonces ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de la violencia juvenil? La verdad es que en ningún espectáculo de rock hay violencia. En la abrumadora mayoría de los centros educativos juveniles no hay violencia.
En Uruguay hay aproximadamente 260.000 adolescentes entre 13 y 18 años, de los cuales menos de 1000 están comprometidos con la ley penal por infracciones cometidas y 600 de ellos son los que están privados de libertad. ¿600 jóvenes absolutamente recuperables bajo programas de reinserción social son motivo para condenar a 260 mil muchachos a vivir en el filo de una condena? ¡Por suerte fracasó la iniciativa condenatoria de los jóvenes! Lo que destruye a nuestros muchachos es la exclusión del sistema educativo formal, la segregación habitacional expulsándolos a los peores cantegriles que todavía existen, la falta de propuestas atractivas de promoción y educación para adolescentes, la explotación sexual, la violencia doméstica, la droga y su tráfico, los mensajes subliminales o expresos de los grandes medios de comunicación que muestran el lado más miserable de la vida, más consumista, más frívolo, más machista y más estúpido.
La represión no soluciona nada
Una juventud condenada a vivir amenazada por la represión que coarta la libertad y hace retroceder un montón de casilleros en la calidad de vida, no sirve para nada. Esa es la espada de Damocles para poner un nuevo elemento de terror, de desconfianza, de inseguridad, en aras de la dominación. Preguntémonos: ¿Qué hacemos con la violencia doméstica? Verdadero flagelo que sucede de la puerta de calle para adentro. ¿Qué hacemos con la gente que pega, que maltrata, que grita, que insulta, que miente, como formas cotidianas de ir gestando jóvenes violentos? ¿Qué hacemos con la televisión y los programas que idiotizan y que engañan y que incitan permanentemente a la violencia? ¿Qué hacemos con la violencia en el deporte, muchas veces incitada por las direcciones de los equipos o las barras bravas o las madres y los padres y los cronistas deportivos y los relatores? ¿Qué hacemos con la crónica roja que hace del delito o del crimen, la base para nuevos delitos y nuevos crímenes, incitándolos en términos morbosos? ¿Qué hacemos con la droga y su tráfico? ¿Qué hacemos con el alcoholismo? ¿Qué hacemos con las guerras en el mundo y las guerras preventivas y los justificados daños colaterales y los niños y mujeres y ancianos asesinados en nombre de la paz y de dios?
Dice San Mateo en su capítulo 7, versículo 15 “Cuídense de los falsos profetas, que se visten con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”. Todos nosotros somos responsables. Lo que haga la sociedad dará sus frutos. En el capítulo 7, versículo 17, el mismo San Mateo ya nos advertía hace dos mil años: “Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos.” El dilema está en qué árboles vamos a plantar.
Ignacio Martínez