La directora de Cultura del Ministerio de Cultura y Juventud de Costa Rica, Fresia Camacho, tuvo un importante papel durante el VII Encuentro de Escritores por la Tierra de la RIET celebrado hace un mes en el país mesoamericano. Camacho fue una de las participantes del panel ‘Ética de Humanidad para venerar a la Madre Tierra’, una jornada de diálogo para debatir sobre la situación actual y los desafíos que encara la Humanidad en relación con la Madre Tierra y sus delicados equilibrios vitales, cuyas conclusiones acabaron formando parte de ‘El Manifiesto de Heredia‘. Hoy recuperamos las sabias reflexiones que Fresia Camacho compartió con los asistentes durante la jornada.
‘Venerar la Madre Tierra’
La pregunta es cuáles son las principales amenazas que enfrenta hoy nuestra Madre Tierra (desde la perspectiva de la cultura).
Generalmente tendemos a decir que las corporaciones, los Estados, el sistema, son una enorme amenaza para la Madre Tierra. Sin embargo, hoy me interesa que nos veamos a nosotros mismos- nosotras mismas. Porque el sistema no es sólo un ente con sus propias corporaciones, juntas directivas y presidentes, lo cierto es que también está adentro de nosotras y nosotros. Por lo tanto, nosotros y nosotras nos hemos convertido en una amenaza. El consumo desmedido, el apetito voraz, responde a desconexión, a haber perdido conciencia de que somos uno con la naturaleza, que la división entre naturaleza y humanidad es una ficción.
Quiero compartir con ustedes una serie de fotografías de los modos de vida que tenemos y que muestran que somos una amenaza.
Los supermercados y las grandes tiendas. Por un momento trasladémonos a la última vez que fuimos a un supermercado: compramos en unas cantidades industriales, cosas que no siempre usamos, que no siempre comemos. A veces porque están baratas, porque están en promoción, o porque son bonitas, o porque se ven ricas. Fácilmente nos convencemos de que necesitamos un horno microondas, el último modelo de celular o el vestido de moda. Comprar es un deporte. Compramos productos que vienen de la India y de China, que fueron producidos en modelos explotadores. Si no podemos comprar cosas caras y finas, entonces compramos muchas cosas baratas, de plástico o comidas chatarras. Cuando abre un supermercado nuevo, hay que ver los molotes de gente. Es una fiesta. No hay campos en el parqueo y las cajas se llenan de filas enormes. Compramos por el placer de comprar. Y el momento en que sacamos la tarjeta, ojalá dorada, es el orgasmo y el placer dura, literalmente, unos segundos. El consumo en sí mismo se ha convertido en una fuente de placer más grande que la fiesta, el baile, el encuentro con las y los otros. Y luego, tiramos todo a la basura. Nos aburrimos muy pronto de todo lo que compramos. Y vamos convirtiendo nuestros mares en un gigante basurero de productos a media vida.
Hace un siglo, los edificios más importantes en los pueblos eran las escuelas y las iglesias. Ahora son los malles, las catedrales, los edificios principales y más importantes, destinos de entretenimiento en la ciudad, para chicos y grandes. Muchas veces, cuando vienen personas que viven lejos, uno de los primeros lugares que quieren visitar son los malles. Aunque no haya para comprar, el paseo de familia es al mall, a ver ventanas, a desear.
Los carros: cuando yo crecí, tal vez en toda la familia había un solo carro y era el de la tía. Hoy en cada casa hay dos y tres automóviles que salen en procesión todos los días rumbo al trabajo. Usamos horas de nuestro tiempo para desplazarnos y nuestras calles, literales carreteras o caminos de carretas, están a reventar de vehículos… y siguen llegando decenas de carros por semana. Y pensamos que la solución es ampliar las calles, hacer más carriles, más puentes y túneles, cuando ya en nuestro país, casi que hay un vehículo por persona. Y luego nos quejamos del calor inmenso que nos aqueja.
No siempre fue así. Yo todavía puedo recordar cuando tenía dos pares de zapatos: uno para los domingos y las fiestas, otro para ir a la escuela. Un vestido de salir, ropa de diario y uniforme. ¿En qué momento aprendimos que necesitábamos tantas y tantas cosas para estar cómodos, para ser felices? ¿En qué momento perdimos el placer del paseo de domingo al potrero, con gallos y limonada? ¿Por qué aceptamos que nos expropiaran los parques como espacio privilegiado para el encuentro y el juego? ¿En qué momento aprendimos que la vida sencilla no es una buena aspiración? ¿A qué intereses estamos sirviendo con nuestra vida? ¿Cuáles son las necesidades reales? ¿Cuáles necesidades son aprendidas?
¿Que está detrás de ese consumo desmedido? ¿Quién o quiénes se benefician con el consumismo desmedido?
El agua: por alguna maravillosa decisión de nuestras autoridades, prácticamente todo el sistema de acueductos en este país es de agua potable: agua potable para lavar los miles de automóviles, para regar los jardines en verano, para las lavadoras de ropa. En un país donde llueve nueve meses al año, usamos agua potable para todo, y de manera abundante, aun cuando hayan comunidades que no tienen agua para beber.
Nos damos el lujo de contaminar los ríos y las fuentes de agua, o dejamos que los contaminen, con una desidia pasmosa. Las piñeras y otras grandes empresas contaminan los acuíferos y pareciera que no es nuestro problema, hasta tanto no lo tengamos enfrente de nuestra casa. Actualmente, el 20% de la población humana de la Tierra, no cuenta con agua potable. En el 2030, la mitad de la población vivirá en escasez de agua. Para ello, sólo faltan 14 años.
La abundancia puede no ser una buena maestra. En algún momento aprendimos que la naturaleza es un objeto que se explota o del cual se hace uso y que nosotros- nosotras, somos algo así como los dueños, los amos y señores. La prepotencia y la codicia tampoco son buena consejeras. No me interesa ahora indagar en qué momento aprendimos esto, pero lo cierto es que llevamos el sistema dentro: ese colonialismo es como un cáncer que mientras nos enferma, enferma a la Madre Tierra.
Se nos olvidó que somos agua: un 80% de nuestra materia es líquida. Nos hacemos gente en una bolsita de agua y nuestro planeta es una gotita de agua viajando en el cosmos. Se nos olvida que somos fuego y el enojo puede prendernos por dentro. Se nos olvida que somos tierra y al volver a ella nos deshacemos tan rápidamente. Se nos olvida que somos aire: Que es el aire el delgado hilo que nos ata a la vida. Nos llenamos la cabeza con tanto ruido que perdimos la capacidad de escuchar con el corazón y sentir la conexión con cada ser: perdimos el poder del encuentro.
Son nuestros pueblos originarios, que han estado por tanto tiempo olvidados y marginados, quienes tienen las respuestas y nos pueden enseñar el camino para deconstruirnos y recobrar la conciencia de la conexión de nuevo.
Si somos uno con la madre Tierra, sanar la tierra pasa por sanarnos a nosotros mismos – nosotras mismas, y transformar nuestros modos de vida. Todos esos cánceres y enfermedades vienen del sistema enfermo, que se refleja en nuestros cuerpos. Somos uno con la Madre Tierra. La envenenamos y nos envenenamos. Hay que romper la ilusión de que estamos separados.
Y entre las amenazas, no quiero dejar de mencionar a las personas más amenazadas como defensoras de la Madre Tierra: son los Jairos Moras y las Bertas Cáceres, muchas veces personas de los pueblos originarios, agricultores, conservacionistas, quienes sufren en carne propia la voracidad del sistema. A ellos- ellas hay que cuidarles, hacerles un cinturón de protección, no dejarles solas- solas. Acompañarles para que su lucha no sea solitaria.
Frente a la pregunta, ¿Cuál es el valor principal debe promoverse para educar a una nueva humanidad que venere la madre Tierra? pienso que un valor principal es el de volver a tomar conciencia de la conexión, sentirnos parte de la Madre Tierra. Y esto es algo que tenemos que cultivar de manera cotidiana, tanto en niños, niñas como en adultos:
Cultivar el silencio interior mediante la práctica de la meditación y la contemplación. Recuperar la relación cotidiana con la naturaleza, sembrando y cosechando los alimentos para prepararlos, haciendo huertas por doquier. Comer sano también tiene que ver con sanar la madre.
Visitar los ríos y los bosques.
Cultivar la conciencia de lo que nos comemos, de lo que usamos como vestido, de las cosas de nuestro entorno. Reducir- reducir- reducir. Reutilizar: ferias de trueques, cambios, dar nuevos usos a cosas viejas. Y en última instancia, cuando no queda otra, reciclar.
Cultivar la alegría natural que nace de adentro para desmontar toda esta parafernalia, que nos quiere convencer de que la felicidad está en el consumo. El juego, el ser parte, los espacios creativos, el encuentro, el silencio, la risa, la danza, la contemplación y la meditación son la puerta para la alegría natural.
Poner la atención en la construcción de lo colectivo, y desmotivar la idea de que la carrera del éxito personal es la clave de la felicidad. La cultura de la colaboración, del encuentro, de la organización, de las soluciones comunitarias, es la salida frente a tanto desatino.
Por eso es vital animarse en procesos de gestión cultural. Y hay esperanza. Estar en la Dirección de Cultura del Ministerio de Cultura y Juventud me permite estar en contacto con muchísimas iniciativas y las y los gestores culturales de la Dirección de Cultura, acompañan y animan este fuego de la transformación. En la zona norte y a nivel nacional, dos redes de mujeres rurales cuidan las semillas criollas como fuente de vida. En Tibás, Cartago y otros muchos barrios, grupos de vecinos y gente joven se han puesto a sembrar huertas colectivas en terrenos baldíos, la biblioteca y los parques. En San Ramón, Curridabat y más, hay peñas mensuales que organizan ferias de trueque. En La Fortuna y San Vito de Java, hay colectivos de jóvenes recuperando parques y espacios para los juegos tradicionales. En Aserrí y en Madre Verde- Palmares, se cuidan los bosques y los ríos. En los territorios indígenas, se apuesta por la recuperación de los saberes tradicionales de las plantas y por la revitalización del patrimonio. Hagámonos cargo, cada una, cada uno, de la descolonización de nuestros cuerpos. Cada día, cada semana, un paso más. Cultivemos los tejidos de la vida. Sanémonos y amemos este milagro que es nuestra Madre Tierra. Veneremos y agradezcamos que nos da la oportunidad de compartir este tiempo de vida.
Para el conversatorio: ETICA DE LA HUMANIDAD PARA VENERAR A LA MADRE TIERRA, en el marco del Encuentro de Escritores por la Tierra, RIET- UNA, abril 2016
Fresia Camacho